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TRAGEDIA EN LOS GRANDES LAGOS

Fracaso de las orgazaciones humanitarias ante el regreso a Ruanda de medio millón de personas

Alfonso Armada

Dos hombres llevan en volandas a una mujer con los pies ensangrentados. Tratan de avanzar entre la muchedumbre de retornados exhaustos y enfermos, que esperan su turno en el pequeño y desbordado hospital de campaña levantado por Médicos sin Fronteras (MSF) a 10 kilómetros de la frontera con Zaire. Es una gota de agua en la marea de sufrimiento que inunda las carreteras de Ruanda: medio millón de personas que en menos de cuatro días han abandonado la provincia zaireña de Kivu Norte y regresado andando a su diminuto país.

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ENVIADO ESPECIALLa ONU y las organizaciones humanitarias empezaron a cruzarse ayer amargas acusaciones ante el nuevo fracaso total de la comunidad internacional en Ruanda.Los planes previstos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y el Programa Mundial de Alimentos (PAM), que tenía almacenadas raciones de emergencia para la entrada de 10.000 refugiados diarios, han demostrado una "patética falta de previsión", señalan algunas organizaciones no gubernamentales (ONG). Pero las críticas de otras ONG cargan especialmente la suerte contra las Naciones Unidas y la comunidad internacional. Los refugiados no esperaron la puesta en práctica de las resoluciones de la ONU y volvieron por sus propios medios.

ACNUR recibió ayer los reproches de varias organizaciones humanitarias por no haber previsto lo que ya se considera uno de los mayores movimientos de masas de la Historia del siglo XX y, sobre todo, por no haber reaccionado a tiempo cuando la derrota de las milicias radicales que controlaban los campos hizo que varios centenares de miles de refugiados emprendieran el regreso a casa: ni para facilitarle transporte ni para repartir comida y agua en el largo camino a casa. Apenas 70 camiones y autobuses tratan de llevar a sus comunas de origen a los más agotados, mientras los flamantes vehículos con tracción a cuatro ruedas de las ONG pasan ante las densas columnas de caminantes, decenas de miles de niños descalzos entre ellos, cargados como mulas, sin que prácticamente nadie haga nada por ayudar a esa multitud en marcha.

Sobrecogedor escenario

Al anochecer, la carretera entre Gisenyi, al noroeste de Ruanda, por donde la mayoría de los refugiados entró en su país, y Ruhengeri, casi 70 kilómetros al norte, volvió a ser ayer un sobrecogedor escenario del sufrimiento humano: el humo de las hogueras encendidas en los arcenes, prados, patios, jardines y huertos, impedía en algunos tramos ver la propia carretera. Muchos refugiados caen agotados en el camino. Otros escarban en los huertos para comerse las raíces o los tubérculos que encuentran o recogen hojas para hacerse un mínimo condumio. Será una nueva noche al raso. Los ruandeses han acabado por hacerse expertos en sufrimiento. Una mujer con cinco balazos, con agujeros de entrada y salida, caminó 10 kilómetros hasta que fue atendida. La recogieron y se está restableciendo.Miles de personas, con sus pesadísimos bultos a cuestas, aprovechan hasta el último rescoldo de luz para acercarse unos kilómetros a su comuna de origen La Cruz Roja Internacional, que dio cuenta ayer de uno de los más penosos incidentes con las autoridades ruandesas, que cerraron de forma arrogante e intimidatoria un hospital de tránsito abierto el domingo a 700 metros de la frontera, anunciaron que hoy esperan la llegada a la región de Gisenyi de 100 autobuses que se sumarán a los 70 que ofrecen transporte a los retornados.

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El éxodo no ha terminado. Los últimos miles de refugiados se ven impotentes para alcanzar por sí solos la frontera de Goma, donde los casos de cólera han llegado hasta 500, y la enfermedad ha cruzado la frontera: en los hospitales de Gisenyi había ayer 200 enfermos de cólera. Frente a la impotencia de muchas organizaciones humanitarias, los maristas españoles de Goma (Esteban Ortega y José Luis Martínez) repartieron con un camión siete toneladas de alubias y maíz entre la población de la capital de Kivu. Norte. Un miembro de Médicos sin Fronteras despachó con un silencio despectivo el ofrecimiento de los maristas de poner a su servicio 350 jóvenes voluntarios.

Dentro de Ruanda, la agencia de la ONU que se ocupa de vigilar los abusos y violaciones del Gobierno contra los regresados presentó ayer una queja formal por la actitud de ACNUR, su organismo hermano bajo el mismo paraguas burocrático de la ONU, "por tener comida y no repartirla, y por la falta de reflejos a la hora de proteger a los regresados y darles transporte". Samantha Bolton, de Médicos sin Fronteras, reprochó públicamente a ACNUR el no garantizar la seguridad para repartir comida, a lo que la agencia para los refugiados replicó que las autoridades ruandesas eran contrarias a repartir alimentos en la propia carretera "porque puede convertirse en una locura y prefiere que reciban comida en sus propias comunas". Un alto responsable de ACNUR admitió que "la comunidad internacional ha cometido gravísimos errores en el caso ruandés, la agencia humanitaria para los refugiados incluida". Ray Wilkinson, portavoz del organismo humanitario, echó balones fuera ante las críticas y celebró que lo que estaba ocurriendo era lo que querían desde hacía años. "Los campos de refugiados han muerto y eso significa un nuevo comienzo para Ruanda, que le permite salir del estado de limbo en que se encontraba".

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