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EN EL CORAZÓN DEL HORROR

Aviones de EE UU lanzan alimentos a los ruandeses

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIAL Tres pequeños aviones norteamericanos comenzaron ayer a lanzar alimentos en paracaídas a los más de 1.200.000 refugiados ruandeses que se encuentran en los alrededores de la ciudad fronteriza zaireña de Goma. Unos 1.500 refugiados habían cruzado la frontera de regreso a casa cuando apenas había transcurrido una hora desde que las autoridades zaireñas decidieran reabrir el paso fronterizo de Goma. Una gota de agua en el océano de acampados en el noreste de Zaire en condiciones infrahumanas,, amenazados por el cólera, el hambre y la sed.

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La comunidad internacional empieza a intentar paliar una tragedia que cada día alfombra de víctimas el suelo de Zaire. La Unión Europea. aprobó una ayuda de 92.000 millones de dólares (más que todo el dinero aportado en un año a la antigua Yugoslavia) para las organizaciones que trabajan en Ruanda, mientras los aviones de carga norteamericanos repletos de alimentos llegaban a Entebe (Uganda). Los aparatos, entre ellos dos gigantescos C-5A Galaxy, son descargados en Entebe y su contenido trasladado a tres aparatos más pequeños que son los que se encargan de lanzar los alimentos en paracaídas. Los primeros lanzamientos fueron calificados como un éxito, por el comandante Ron Morse.La frontera entre Ruanda y Zaire muestra los rastros de una avalancha humana: tierra removida, zapatos perdidos, jirones de ropa-Y algunos cadáveres que nadie recoge. Del lado zaireño, junto a los estólidos guardias fronterizos, coge polvo una parte del arsenal que algunos soldados ruandeses tuvieron que abandonar cuando entraron en Zaire. El paso está libre si se va a pie, y uno mismo . puede sellarse su pasaporte sin que los soldados ruandeses del- Frente Patriótico Ruandés (FPR), formado en su mayor parte por miembros de la minoría tutsi y vencedores de la guerra civil que se reavivó en abril pasado, pongan ningún impediffiento.. Pero los refugiados que se atreven a regresar son escasos. Como el padre Anaclet Karambili, tutsi., de 32 años miembro de la Iglesia neoapostólica de Ruanda, vestido con traje y corbata. "La mayoría de los que han cruzado eran tutsis pero ningún hutu tiene nada que temer. Hay seguridad para ellos en Ruanda. Sólo los que han tomado parte en el genocidio de centenares de miles de ruandeses serán perseguidos por la ley" dice. Pero Radio Libre de las Mil Colinas, que opera desde algún lugar de Zaire cercano al lago Kivu, insiste en que los refugia dos, en su mayoría hutus, deben permanecer en Zaire, porque "volver a Ruanda es peor que morir de cólera o de sed".

Retirar los cadáveres

El estampido de algunos disparos en la noche del sábado al domingo provocó una nueva huida de los refugiados hacia el norte. Algo del agrado de la policía y del Ejército zaireños, que sólo se avinieron a reabrir el paso fronterizo después de que visitara Goma el primer ministro del dictador Mobutu Sesé Seko. Las autoridades locales ni siquiera se toman la molestia de retirar los cadáveres, y los soldados franceses de la Operación Turquesa, que controlan una parte del aeropuerto, no dan abasto. A tres kilómetros escasos de la base aérea, en Murambi, los muertos llenan la calzada. El hedor es insoportable y los cadáveres sin enterrar son ya más de trescientos.

Ray Wilkinson, el portavoz de ACNUR en Goma, parece empeñado en minimizar el alcance de la hecatombe, que se agranda cada día en este rincón de Africa. Mientras que ACNUR. estima que en la zona muere una persona por cada minuto, basta con hablar con los miembros de Médicos Sin Fronteras (MSF), que dedican más tiempo a salvar vidas que a celebrar reuniones, o con recorrer los 60 kilómetros que van de Goma a Katale, una caótica aglomeración humana de más de 250.000 almas, para contar más de 500 cadáveres en los arcenes, mojones de una ruta del horror, muertos recientes que esperan que alguien tenga la piedad de enterrarlos, o gente que agoniza.

La mayoría se empuja a vivir por puro instinto de supervivencia, pero muchos acaban. cansados de tanto sufrir y se dejan morir. Como relata Isabel Subirós, de 26 años, enfermera de MSF, que trabaja en Munigi, el campo de la muerte. "Una mujer con cólera me rechazó el suero, dijo que prefería morir", afirma Isabel, que prefiere no pensar para no derrumbarse, mientras decenas y decenas de personas agonizan a sus pies y los cadáveres se amontonan al lado de los vivos. Como un niño de siete años que, con los brazos en cruz y los ojos abiertos, parece un Cristo infantil.

ACNUR pretende cambiar el campo de Munigi, a poco más de cinco kilómetros de Goma, pero los enfermos de cólera se cuentan por centenares y no están en condiciones de ir a ningún sitio. "Sólo el sábado murieron aquí 250 personas. Se los llevaron los franceses. Durante la noche pasada perdimos a otros 100". El depósito de cadáveres, a cielo abierto, está casi lleno otra vez.

A Subirós, como a otros miembros de MSF, la única organización claramente visible en casi todos los campos, le parecen muy conservadoras las cifras de ACNUR. Según ellos, entre 4.000 y 5.000 personas mueren cada día en Goma y su entorno.

Kibúmbe, en la carretera entre Goma y Katale, es una marea humana que colapsa la ruta y cubre las colinas, las laderas y las cimas. Cabañas improvisadas, hogueras que nublan el cielo, centenares de miles de personas que tratan de sobrevivir a duras penas. Los cadáveres a un lado de la calzada, muchos encerrados en sus esteras de dormir, otros sin ninguna protección. Al otro lado, los vivos, vendiendo patatas, cañas, ramas. Y detrás, una marea que espera que las 90 toneladas de arroz y alubias traídas, como cada mañana, por la Cruz Roja Internacional sean distribuidas. La muchedumbre recuerda a la que se sentó a escuchar el Sermón de la Montaña, si es que alguna vez tal sermón se celebró. Pero los miembros de la Cruz Roja tienen que emplearse a fondo con palos y varas para evitar que el recinto acotado sea asaltado. Han pactado con los jefes de comuna los porteadores que han de llevar los sacos a cada extremo de un campo que se extiende hasta el horizonte. Por la calzada, durante kilómetros y kilómetros, un auténtico río humano camina con bidones en las cabezas. El agua es el primer problema.

Operación "propagandística"

Es todo un pueblo en movimiento, que vive y muere en el camino. Una dura tradición africana. Jack Asiyo, un keniata de 41 años, está a cargo de la distribución de comida en Katale, el campo favorito de ACNUR, que aunque insiste en que existen garantías para que los refugiados vuelvan a Ruanda, considera a Katale un temporal destino idóneo.

Asiyo es miembro- de Care International, una organización australiana de distribución de ayuda, y disipa los temores despertados por las primeras noticias del plan de ayuda en paracaídas diseñado por los expertos estadounidenses. Un plan calificado por algunos de "propagandístico". Para Roy Wilkinson, de ACNUR, el lanzamiento de ayuda en paracaídas "no es el sistema" que prefieren, "pero toda la ayuda es bienvenida".

Asiyo precisa que los alimentos no serán lanzados en paracaídas sobre el mismo campo, "lo que provocaría el caos, sino en Kiwanja, a cinco kilórnetros". Care recibió de ACNUR el encargo de distribuir la ayuda norteamericana a los 300.000 habitantes de Katale. Lo que siguen faltando, sin embargo, son manos: tanto para repartir comida como para enterrar a los muertos.

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