El muro, al revés
Miles de berlineses del, Este y del Oeste se cruzan en los puestos fronterizos para visitar 'el otro lado'
Cuando la extranjera, en el vestíbulo del hotel Grand Place de Berlín Este, pidió que la comunicaran telefónicamente con el Oeste, una carcajada general recibió sus palabras. "Si quiere lo puedo intentar", dijo la telefonista, "pero sólo tenemos dos líneas y nunca en la historia hemos podido contactar". Sin embargo, saliendo del hotel y cogiendo la Friedrichstasse a la derecha, todo seguido, se llega a la parte Oeste de Berlín. Claro que en medio se encuentra el Check-point Charlie. Es decir, el muro.El muro cada vez tiene más agujeros. Más salidas o entradas, según se mire. Ayer por la mañana se abrió con todos los honores el paso de Potsdam Platze, ante una marabunta de berlineses del Este que pugnaban, por una parte, por salir, y berlineses del Oeste que trataban de entrar en su otra mitad, aprovechando las nuevas facilidades. Fue un día de domingo, en el Este, protagonizado por un tranquilo turismo occidental, berlineses que huían del barullo organizado por sus conciudadanos orientales, en la orgía de consumo a la que se entregan cada vez que pasan al feudo capitalista.Nada más gratificante que enfilar hacia la dulce avenida Bajo los Tilos, que al otro lado de la puerta de Brandeburgo prolonga la avenida Diecisiete de Junio, que a partir de ahora -en el Oeste- pasará a denominarse del Nueve de Noviembre, como recuerdo de la jornada histórica en que el muro fue psicológicamente demolido.La avenida Bajo los Tilos hace honor a su nombre. La nula proliferación de tiendas, el escaso número de automóviles y el paso lento de los peatones hacen que este hermoso paseo, superior a los Campos Elíseos, al menos n serenidad e integridad de los edificios, resulte un verdadero deleite para el visitante. Pero éste, si viene del Oeste, por encima de todo se entrega a ese juego de espejos que está en el fondo de la nueva relación entre hermanos, vecinos y extraños berlineses: saber quién es el otro, saber qué hay del otro en uno mismo.
Nueva perspectiva
Es decir, así como los del Este trotaron hacia el otro lado en busca de tiendas fulgurantes y anuncios de neón, los occidentales vienen al Este a enfrentarse con un pasado intacto sobre el que todavía deben reflexionar. La puerta de Brandeburgo, que ahora les mira de cara, ofrece un sinfin de posibilidades. Como sus conciudadanos de la otra parte, han traído también a los niños, y les enseñan que ese monumento que tantas veces han podido contemplar por la espalda ofrece una nueva perspectiva.Pero estábamos en el punto Potsdam. Platze, que fue abierto ayer. Ninguna crispación en el ambiente, desde el Este. La apertura se retrasó algo por culpa de algunos jóvenes del Oeste demasiado embriagados que desde el otro lado dificultaban la operación. Tanto los vopos como las fuerzas especiales de seguridad -los unos con uniforme boatiné espantoso contra el frío, y los otros de verde aceituna legítimo- se mostraban sonrientes y fotogénicos. Posaban para la Prensa con la misma naturalidad con que antes disparaban contra los disidentes que intentaban pa sar al Oeste, y las murallas y la alambradas parecían ayer más los restos de una obra en construcción que el fatídico testimonio de un pasado represivo toda vía muy cercano.
Lo más divertido es que, ante las prisas con que las autoridades del Este deben legitimizar los agujeros de escape, no pueden montar oficinas para dar los visados, y se sirven de una especie de soldado-sandwiches, consistentes en un sonriente muchacho sonrosado de uniforme, generalmente con gafas de burócrata, de cuyo hercúleo cuello pende una especie de caja metálica en cuyo interior se acumulan impresos, sellos, matasellos y tampones.
Así estaban los chicos, sellando una cosa mala, y así estaban los del Este, yéndose cargados de pañuelos y bolsas vacías a llenar en el otro lado, y así estaban los del Oeste, que entraban haciendo el signo de la victoria y exhibiendo el carné de identidad, único requisito que se les solicitaba, cuando apareció el general Haddock, que pese a su nombre no es pariente de Tintín, sino que es el jefe de las tropas norteamericanas destacadas en Berlín Oeste.
Le seguía un nervudo oficial de los Rangers, que mientras el general hacía declaraciones a los diversos medios -lo de siempre: que todo va a ir muy bien, que esperemos que todo vaya muy bien- recogía con primoroso cuidado pedruscos del muro sobre los que soplaba para quitarles el polvillo y que entregaba a un mandao para que lo pusiera a buen recaudo en el Mercedes blindado. Se saludaban, se estrechaban manos, se palmeaban. Bien de corte occidental, bien de hechura oriental.
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