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UNA DICTADURA EN LA ENCRUCIJADA

Un día en la vida

La práctica de depositar la papeleta en la urna iguala a todos los chilenos

Los políticos del sí hicieron cola y los del no se colaron. Herman Büchi, ministro de Economía, respondió a esta enviada especial: "¿Cómo no voy a respetar la cola?". Les llega tarde el respeto. Mejor dicho, no les llega. Veinticinco mil soldados vestidos con uniforme de camuflaje y armados con fusiles ametralladores marca Sig, de fabricación suiza, patrullan por las calles y los colegios electorales de Santiago de Chile en supuesta defensa del voto. Es exactamente la dotación siria presente en todo Líbano. Para que se hagan una idea.

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En el mismo colegio donde votó Büchi lo hizo el presidente del Partido por la Democracia, Ricardo Lagos, el mismo que hace unas semanas, en televisión, apuntó con su dedo a Pinochet y le hizo responsable de las desgracias de este país. Hoy Lagos tenía su dedo [el pulgar] manchado con tinta verde, como todos los hombres y mujeres que han votado en Chile. La tinta verde les iguala a todos, como las palabras democracia, civismo, tradición. Los políticos de izquierdas han recordado que éste es un país eminentemente democrático, que durante 15 años ha vivido en dictadura. Los de derechas han alabado la democracia innata del pueblo chileno y de sí mismos, que les dan la oportunidad de practicarla.A media tarde, las votaciones se estaban desarrollando en perfecta normalidad. Mucha gente. Muchísima gente. Sobre todo en los colegios de los barrios populares. En los barrios altos, como en Parque Arauco, había menos. Porque aunque dicén que son muchos, son pocos. Pero tienen mucho. Un componente humano tipo mezcla de bodeguero jerezano, banquero a lo Mario Conde y Alfredo Mayo vestido de cazador tirolés, en los colegios para hombres. En los colegios para mujeres alternaba el prototipo Lucía Pinochet de pelo cardado y pechuga alhajada con las jóvenes rubias, de trasero mínimo enfundado en tejano, ojos azules y estupidez implacable.

A primera hora de la mañana, e n el barrio de Providencia, lujoso, se producía un extraño fenómeno. Como el voto se ha dividido en sexos -los chicos con las. chicas no deben votar-, ellos se quedaron con el auto y ellas tuvieron que tomar la micro (autobús) para ir a votar junto con sus criadas. Era un gozo verlas entrar sin saber cuánto pagar, dónde sentarse para no mancharse la falda y buscar desesperadamente la compañía de sus iguales. Conforme la micro que a esta reportera le tocó tomar avanzaba, las preciosas ridículas descendían para votar en sus colegios de barrio alto. Las criadas se quedaban hasta llegar al centro y aún más allá. Si esto no es democracia que venga Dios y lo vea.

Hasta los ciegos

Votaron hasta los ciegos. Es impresionante ver llegar a un ciego, acompañado por sus familiares, y cómo le intercepta un soldado de metro noventa mínimo, vestido de mimetismo con la jungla, y le pregunta con toda amabilidad a qué mesa se dirige. Hace no muchos años, en esta dictadura, los ciegos que pedían caridad en las calles fueron apaleados por los militares y los carabineros, expulsados de su lugar de trabajo. Hoy ni ellos mismos podían creer lo que no veían. Los periodistas, traspuestos, contemplábamos la escena y les veíamos caminar, dignos y serios, hacia la cámara especial habilitada con elementos en Braille.

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Todos colaboran para el no. Ante el miedo de que el régimen realice un apagón que paralice las computadoras de la oposición, los taxistas demócratas -que los hay- se pasaron la madrugada anterior al plebiscito transportando baterías de coche a la sede de los recuentos para alimentar el sistema.

Un taxista ojeroso, democristiano, con el taxi lleno de estampas y rosarios y hasta con una foto de monseñor Escrivá de Balaguer, me decía con ojos luminosos: "Vamos a arrasar. Va a ganar el no".

El día era tan hermoso que parecía que nunca había llovido sobre Santiago. De la escasa vigilancia de los carabineros -que también andan sueltos- en los barrios ricos se pasaba paulatinamente a un aumento de uniformados verdeando en el panorama en el centro y los barrios populares. A partir de la plaza de Italia, en donde suelen organizarse peleas importantes durante las manifestaciones, ya estaban los guanacos instalados para repartir agua y los zorrillos dispuestos a distribuir gases, así como muchos autobuses llenos de uniformados. Por la ventana de una micro llena de soldados asomaban tímidamente dos deditos formando el signo de la victoria, que es el del no. Ese chico valía la pena. Los otros, seguramente, estaban dentro con el pulgar en alto, que es el signo del sí.

Ya en la parte central de la Alameda -como se conoce popularmente a la más importante arteria, la avenida O'Higgins- los efectivos protectores de la ley, el orden y el voto crecían considerablemente. Pero eran sólo horas de la mañana y de la tarde recién iniciada: el temor se guardaba para más entrado el día.

El subsecretario del Interior, Alberto Cardenil, que votó en el Parque Arauco, su zona de señoritos, tuvo la osadía de comentar a la Prensa: "Una vez más el pueblo chileno ha demostrado su talante democrático". Dos días antes nos había anunciado que iba a llenar Santiago de milicos.

Los observadores internacionales se multiplicaban para acudir a todos los colegios electorales. Txiki Benegas avanzaba circunspecto por entre las colas en el Liceo número 4, junto a la estación central. Cuando oteaba a un periodista español sonreía, deslumbrante.

Aplausos a obispos

En realidad, Benegas iba más perdido que los reporteros, que reconocíamos entre los votantes a religiosos tan fundamentales para el proceso democrático como Carlos González y Sergio Contreras, presidente y secretario, respectivamente, de la Conferencia Episcopal. Fueron ovacionados, como lo fue Ricardo. Lagos, como lo fue Aníbal Palma, presidente de Izquierda Unida.

Los políticos de derechas, al menos en este liceo, pagaron con más pena que gloria. El más arriba mencionado Büchi, el que hizo cola, tuvo que escuchar a un ciudadano que le decía: "¡Aquí pasa un pequeño empresario!". Un pequeño empresario arruinado, indignado y votando ustedes ya pueden imaginar qué.

Entonces Herman Büchi, chupando imagen, acarició a un chaval de unos 13 años que estaba a su lado haciendo cola acompañando a su padre. "¿El niño también vota?". Mirada directa del padre: "Hoy no, pero en las que vienen sí". Esta reportera no tuvo más remedio que mirar, a Büchi y comentar: "Dura la democracia, ¿verdad?". Y no sólo por la cola.

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