Tedio y terror en la dictadura chilena
Un dirigente político de la derecha chilena, Frías, que fue secretario del Partido Nacional, me decía a primeros de mayo: "Si el Gobierno español quiere ayudar a Chile y a los damnificados por el terremoto, mejor que no haga nada antes que entregar ayuda al Gobierno chileno actual: lo utilizarán políticamente y le aseguro que a los damnificados no les llegará nada".No creo, sin embargo, que convenga aislar a Chile. Al contrario; para los chilenos es muy útil y confortante multiplicar las relaciones con el exterior. Pero entonces hay que relacionarse con los chilenos para trabajar, para reconstruir su país y para recuperar la democracia. Así se hizo en la presentación de la revista Pensamiento Iberoamericano (del Instituto de Cooperación iberoamericana y de CEPAL), que permitió reunir a los sectores más activos de las ciencias sociales de Chile. Me sorprendió, en cambio, que en la posterior cena en la Embajada española, en la que estuvieron invitados representantes de CEPAL, del cuerpo diplomático y del Gobierno chileno, no estuvieran representantes de la oposición democrática, con excepción del líder democratacristiano Gabriel Valdés, a pesar de que bastantes de ellos, como los dirigentes socialistas (amigos del Gobierno español) Ricardo Lagos, Luis Alvarado y Ricardo Núñez, nos habían acompañado en el acto de presentación de la revista.
¿Qué ha cambiado en Chile en estos meses? Lamentablemente, nada. "Está todo mucho peor", me decía una amiga, Teresa Valdés, investigadora de FLACSO. "Está mal, pero no peor que a finales de año", le respondí. "Nosotros, no; nosotros estamos mucho peor". Es cierto. Las dictaduras reprimen, aíslan, atemorizan, indignan y sobre todo cansan y aburren.
Al llegar me informan que acaban de detener a los 264 participantes en un acto conmemorativo, a puerta cerrada, de la fundación del partido socialista. A las pocas horas de mi llegada recibo la visita de Enrique Palet (secretario general de la Vicaría de Solidaridad). Recordamos con tristeza a José Manuel Parada, persona clave de la vicaría, al que debo mucha de la información recogida a finales de 1984 sobre los relegados y detenidos. Su cuerpo apareció degollado hace unas semanas. El crimen se atribuye, en privado, incluso por parte de altos mandos de CNI (Investigaciones), a un comando especial de carabineros. La Iglesia está especialmente preocupada por la intensificación de la guerra sucia, dirigida principalmente contra el PC pero también contra sectores socialistas, cristianos, organizaciones sociales, etcétera. La presencia cotidiana de la muerte, los secuestros y las torturas, las detenciones y los destierros, pero también el temor a la pérdida del trabajo (con el 30% de desocupación), la prohibición arbitraria de cualquier acto colectivo y la falta de información sobre lo que sucede en Chile (periódicos y revistas están sometidos a una censura excepcionalmente dura), crean un clima de miedo e inseguridad, de país sitiado y de humanidad agredida.
La guerra sucia practicada cada vez más desde el poder, como supuesta respuesta a un terrorismo más retórico que real (los atentados del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, del MIR y de otros grupos son escasos y de poca entidad), destruye las bases más elementales de la convivencia. A primeros de abril, hombres y mujeres de todas las tendencias políticas despiden los restos de Santiago Nattino (veterano miembro del PC), Manuel Guerrero (sindicalista de la enseñanza) y José Manuel Parada (de la Vicaría de la Solidaridad). Habían sido secuestrados unos días antes y sus cuerpos aparecieron salvajemente torturados y degollados. Los tres eran comunistas, vivían legalmente y lleva ban una actividad pública y pacífi ca. Pocos días antes morían, al pretender huir de la detención, los hermanos Vergara Toledo, de 20 y 18 años, de una familia conocida por su participación en la comunidad cristiana de base de Villa Francia, al oeste de Santiago.
Las últimas semanas han sido pródigas en agresiones y secuestros. La revista Hoy, de la DC, dedica su portada del 29 de abril a Carmen Males y María Doris Cifuentes, secuestradas y maltratadas pero reaparecidas con vida (lo que no ocurre en otros casos, especialmente si las víctimas no son de familias conocidas). En este clima, el Primero de Mayo no podía ser sino una triste celebración de la fiesta obrera. Algunos actos en locales cerrados, algunos intentos de manifestación, más golpes y detenciones y la demostración también de la difícil unidad de las fuerzas opositoras. El acto más -importante se celebró en la empresa Sumar, con la presencia de los principales dirigentes sindicales y políticos. Manuel Bustos, en nombre del Comando Nacional de Trabajadores, intentó leer una declaración unitaria, pero fue constantemente interrumpido por los gritos de los jóvenes militantes comunistas, cada día más radicalizados.
La unidad necesaria
Cuando las fuerzas democráticas actúan unidas o con posiciones coincidentes y pacíficamente, conquistan los bastiones de la sociedad civil. El régimen no ha mantenido las posiciones sindicales y gremiales que heredó (que eran tradicionalmente de la derecha). Recientemente hubo elecciones en algunas de las principales universidades y en todas ganó la oposición democrática.
En estos meses de estado de sitio y de represión violenta el panorama político se ha modificado. El régimen militar aparece a la vez más fuerte y más aislado; la oposición, más débil y más mayoritaria.
Es innegable que aparentemente el Gobierno controla más la situación que hace unos meses: todo lo prohibe, todo lo reprime. Es probable que la derecha económica (financiera e industrial), prefiera por ahora esta política que no un cambio que no visualiza como gradual y ordenado, y confíe que a partir de 1989 (convocatoria de elecciones controladas por la Junta que preside Pinochet) podrá emprenderse la construcción de una institucionalidad más estable. Las fuerzas armadas, temerosas e un proceso de cambio que les exija responsabilidades como en Argentina y les quite prebendas y privilegios (por ejemplo, el estado de sitio supone un plus del 35% del salario de los militares), se aferran al continuismo que representa Pinochet. Pero el Gobierno chileno aparece más aislado dentro y fuera del país. La brutalidad de la represión le ha enajenado apoyos y neutralidades que hace unos meses aún tenía. Hoy la oposición de la Iglesia es mucho más decidida y generalizada que antes, y en la DC se han impuesto las corrientes más enfrentadas con la dictadura y más proclives a la alianza con los socialistas. Gabriel Valdés, que iba ganando las elecciones internas, me confirmó su proyecto alternativo de centro-izquierda. La derecha política se ha alejado más del Gobierno, y durante mi estancia se firmaba un acuerdo entre la derecha opositora y el Partido Nacional. Ciertos organismos represores del Estado se desvinculan abiertamente de los recientes sucesos.
Sin embargo, la oposición no puede sacar por ahora provecho de este aislamiento y embrutecimiento del régimen pinochetista. No tanto por su división formal (hay diversos organismos unitarios y fragmentación interna de los partidos), sino por la falta de objetivos coincidentes, la escasa capacidad de sintetizar en un proyecto viable las aspiraciones sociales y la impotencia para provocar una presión pacífica que condujera a la cúpula militar a negociar la transición y a la derecha política a incorporarse decididamente al proceso democrático.
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