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Tribuna
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Melindres

Ya es mala suerte que para unos espárragos contaminados que se producen les toque comerlos a los extranjeros. Los extranjeros tienen un estómago muy poco resistente y de ahí que casi todo les caiga mal. Los españoles, en cambio, a no ser que se les mezcle en los alimentos una ración muy alta de veneno, o pequeña pero de un tóxico decisivo, se supone que aguan tan. Tras los rastros de la colza, a diario lo estamos comprobando. con las foscas, tapas de magro con tomate, las distintas variedades de brea camboyana en el café, los bollos de esa firme materia que mojamos en silencio, las especies de chorizos irisados o las mismas aceitunas rellenas de peces inextricables. Se presentan, pues, a me nudo aquí muchas y muy buenas oportunidades para adiestrarse. En términos generales no se conocerá a un buen extranjero que tras una visita al Tercer Mundo se haya librado de los borborigmos. Por el contrario, sólo algunos españoles, por lo demás hipocondriacos, son objeto de estos desarreglos. Aquí, el que más y el que menos, por mucho cuidado que haya puesto, no ha podido eludir algún buche de agua en la costa mediterránea o bien una cucharada de los infinitos sabores en que ha devenido el gazpacho. Es recio esté país, no cabe duda, pero también hay que tener en cuenta lo aprensivos que son los de fuera. Incluso sobre los mataderos -una cosa que no tiene por qué ser definitiva, puesto que es de sen tído común que la carne después se lava- presentan reparos. Es así corno nos procuran la quiebra eco nómica y, encima, nos humillan. Ahora son los espárragos, pero hace poco eran los mejillones, el cerdo o las sardinas pica-pica. Los ingleses llaman por extensión spanish tummy (barriga española) a una diarrea de indiscutible sintomatología internacional, pero de la que, como se ve, hacen responsa bles a los alimentos españoles. Es preciso, por tanto, armarse contra estas insidias. Niños que caen chupando un polo, campamentos enteros de colegiales intoxicados, comensales de una boda en plena disentería, empleados con el estómago ardiendo toda la jornada. Aquí lo resistimos casi todo, pero ellos no. Es probable que ni hayan descubierto todavía el bicarbonato.

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