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Tribuna
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Un gran actor, un enorme director

Desde el personaje ágil, escurridizo, cómico y todo externo del Pelirrojo, que escribió Jardiel Poncela (Los ladrones somos gente honrada) para el adolescente Fernando Fernán-Gómez hasta el derrotado, profundo y solitario fotógrafo de la película de Manuel Gutiérrez Maravillas, quizá doscientos personajes han pasado por la voz, el gesto, el cuerpo de este actor singular de todos los medios de la interpretación (teatro, cine, televisión).Si muchos llegan a la cumbre de este arte por la intuición o dejando suelta meramente su sensibilidad, Fernán-Gómez va por la vía de la inteligencia, de una cultura y una creatividad que no se detiene en el trabajo de actor: es autor de teatro -premio Lope de Vega, por Las bicicletas son para el verano-; narrador, con algunos poemas detrás de sí -y quizá otros, guardados con pudor, escritos hoy mismo- , y ha sido estímulo de otros escritores cuando mantuvo con su propia dotación el premio de narraciones breves Café de Gijón.

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En su trabajo de actor hay dos rasgos característicos: uno, que apenas disfraza su propia personalidad humana, es siempre Fernán-Gómez, y es la vía del arte la que hace que al mismo tiempo sea el personaje que representa, con lo cual distancia y aproxima al mismo tiempo al espectador; otro, que jamás ha desdeñado un papel, porque todos le han parecido dignos de su trabajo profesional y de la inflexión de su arte de comediante. Primero fue una sombra de otros -Don Quintín el amargao, La verbena de la Paloma- en el cine cotidiano, y un grito ácido y discordante en la invención del cine superrealista -El perro andaluz, La edad de oro-; luego nada de ello le ha sido ajeno y ha sabido introducir en películas de apariencia cotidiana, de narración de superficie realista los giros de lo insólito, el talento raro de la imaginación, la lección -para el espectador- de lo que nunca es solamente lo que es.

Habría que atribuir esa antorcha repentina que da otra luz a la luz a una tradición española, entre calderoniana y quevedesca, y en sus muchos exilios -de dos vertientes: cultural y político-, en sus varias nacionalidades como creador -ha influido en la nacionalidad cinematográfica francesa como en la mexicana-, ha estado también siempre ese español insólito y perenne que ha dado siempre un segundo, un tercer fondo -los más buñuelescos- a su cinematografía.

Se han escrito sobre ella, y sobre él, más artículos, más libros que sobre ningún creador español viviente.

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