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Aix-en-Provence se convierte en el primer festival en recibir el premio Birgit Nilsson, considerado el Nobel de la música clásica

La gran cita francesa recibe el prestigioso galardón de manos de los reyes de Suecia durante la tradicional ceremonia en el Konserthuset de Estocolmo

El Premio Nobel de la música clásica no es un Nobel propiamente dicho, pero casi. Lo entregan cada tres años los reyes de Suecia en el Konserthuset de Estocolmo y está dotado con un millón de dólares. Quiso la legendaria soprano sueca Birgit Nilsson, y así lo dejó escrito en su testamento, que el premio que habría de llevar su nombre sirviera para honrar a artistas consagrados. Y al igual que ocurrió en la edición de 2014, que distinguió a la Filarmónica de Viena, ayer el galardón volvió a recaer en una institución musical. “A lo largo de sus 77 años de existencia, el Festival de Aix-en-Provence ha ofrecido al público y a los artistas un abanico de experiencias impactantes y transformadoras”, explicó al comienzo de la ceremonia Susanne Rydén, presidenta de la Fundación Birgit Nilsson. “Durante este tiempo ha convocado a las grandes estrellas de la lírica sin dejar de brindar oportunidades a los jóvenes de cada disciplina”.

Uno de los mejores ejemplos del compromiso del festival francés con el talento y la creación contemporánea lo encontramos en el compositor George Benjamin, que en 2012 estrenó allí su primera ópera, Written on Skin, de la que ya se han registrado más de 170 funciones en todo el mundo. “Desde su fundación, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Aix-en-Provence ha estado a la vanguardia del mundo de la ópera de la mano de los mejores directores, cantantes, orquestas, escenógrafos y coreógrafos”, dijo el compositor británico después de que Susanna Mälkki dirigiera a los músicos de la Real Filarmónica Sueca por páginas de Wagner, Mozart y Wilhelm Stenhammar. “Dos de mis óperas, escritas junto a Martin Crimp, nacieron allí. El ambiente de trabajo de Aix fue, sencillamente, como alcanzar el paraíso operístico. En estos tiempos oscuros y difíciles, sus escenarios aún mantienen viva la llama de la cultura”.

Tras recoger la estatuilla de manos de Carlos Gustavo de Suecia, Paul Hermelin, presidente del festival, quiso dedicarle el premio al que fue su director artístico desde 2019 y hasta hace unos meses, Pierre Audi, que falleció en mayo. “Debería ser él quien estuviera aquí esta noche, pero me consuela saber que tuvo tiempo de recibir la noticia con emoción y esa mezcla de modestia y energía que lo caracterizaba”, recordó. “Su espíritu visionario, su sentido de la exigencia y su capacidad para crear sinergias artísticas resuenan en cada nota de un festival que comenzó con Mozart como emblema, pero que ha crecido hasta abarcar todo tipo de repertorios, desde la música barroca hasta el estreno en 2021 de Innocence“. La ópera de Kaija Saariaho tenía como protagonistas a los supervivientes de un tiroteo en una escuela. “Este título demostró hasta qué punto el género puede abordar con sensibilidad los temas más urgentes de nuestra sociedad”.

Durante su intervención, Sophie Joissains, alcaldesa de Aix-en-Provence, definió el festival como “un modelo de excelencia, audacia y responsabilidad que ha logrado encontrar el perfecto equilibrio entre el arraigo local y la proyección internacional”. Y tuvo palabras de agradecimiento tanto para Audi como para Bernard Foccroulle, su anterior intendente, a la espera de que, en diciembre, se anuncie el sucesor. Entre los asistentes a la gala se encontraban el director de orquesta finlandés Klaus Mäkelä y su compatriota, la escritora y libretista Sofi Oksanen, que el día anterior ofrecieron una rueda de prensa, junto a Benjamin, en la que compartieron sus respectivas experiencias en Aix-en-Provence. “Un lugar donde todo es posible”, dijo Mäkelä. “Un laboratorio para la experimentación artística”. Mientras que Sofi subrayó el clima “de absoluta confianza” que vivió durante los ensayos de Innocence.

El jurado del premio destacó la “programación visionaria y multifacética” de la ya ineludible cita veraniega del sur de Francia, que se incorpora así a la reducida nómina de premiados desde la primera edición del Nobel de la clásica en 2009, que inauguró el tenor Plácido Domingo y al que siguieron después el director de orquesta Riccardo Muti, la ya mencionada Filarmónica de Viena, la soprano Nina Stemme y el violonchelista Yo-Yo Ma. “Este galardón es solo una de las muchas formas en que el legado de Birgit Nilsson sigue vivo”, celebró Rydén. “Así ocurre en la fundación que lleva su nombre, a través de las becas para jóvenes cantantes y en su apoyo a la renovación de las instituciones que marcaron su carrera”, dijo en referencia a la proyección internacional de la Ópera Real de Suecia, donde la soprano tuvo 22 roles entre 1946 y 1975, y que el año que viene cerrará sus puertas para un acometer una reforma integral del edificio.

La ceremonia arrancó con el himno de Suecia y la proyección de unas imágenes en blanco y negro de Birgit Nilsson (interpretando desde Roma el aria Dich, teureHalle de Elisabeth) y acabó con el finale de la misma ópera de Wagner, Tannhaüser, en las privilegiadas voces de la soprano Matilda Sterby, el tenor Daniel Johansson y el barítono Peter Mattei. Quizá en ninguna otra parte del mundo se aplaudiera con más energía a la vigorosa y perfeccionista Nilsson como en el sacrosanto Festival de Bayreuth, pero la soprano sueca tuvo también su momento de gloria en la Provenza francesa, donde interpretó a una memorable Isolda en el Théâtre Antique allá por 1973. Por entonces ya era una diva assoluta, que no se dejaba amedrentar por Karajan entre idas y venidas al Met de Nueva York. Pero ni siquiera entonces se olvidó de sus orígenes ni del consejo que de niña le dio su madre en la granja familiar de Västra Karup, al sur del país, donde se crio: “Mantente siempre cerca del suelo. Así, cuando caigas, no te dolerá tanto”.

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