Yo-Yo Ma: “La música clásica es una forma de alfabetización cultural”
El gran violonchelista franco-estadounidense de origen chino actuará en Barcelona y Madrid el 25 y 26 de octubre tras recoger el próximo martes en Estocolmo el Premio Birgit Nilsson, equivalente al Nobel de música clásica
Yo-Yo Ma (París, 67 años) fue un niño prodigio del violonchelo que actuó con siete años para los presidentes Eisenhower y John F. Kennedy en una gala presentada por Leonard Bernstein. También fue un joven rebelde que se sobrepuso a la férrea disciplina de su familia china y trató de adaptarse a la forma de vida norteamericana y cosmopolita. Y además es una mente inquieta que trató de ampliar sus horizontes intelectuales estudiando desde Astronomía hasta Literatura Rusa en la Universidad de Harvard. Hoy está considerado no solo uno de los violonchelistas más famosos del mundo, sino también uno de los músicos más influyentes y admirados del planeta. Actuará en España los días 25 y 26 de octubre, en Barcelona y Madrid, dentro de los ciclos BCN Clàssics e Ibermúsica, junto a la pianista Kathryn Stott.
Ma nunca ha visto fronteras entre la clásica y otras músicas. Y tras haber grabado la mayor parte del repertorio clásico para violonchelo, ha seguido explorando las músicas del mundo con la Silkroad Ensemble, que creó en 1998. Ha cultivado el jazz, el folk o el tango y colaborado con músicos populares, como Bobby McFerrin y Carlos Santana, o compositores contemporáneos tan conocidos como John Williams y Ennio Morricone. Por todo ello ha atesorado innumerables premios, entre ellos 19 Grammy, a los que se suma ahora el Birgit Nilsson, equivalente al Nobel de música clásica. Lo recogerá en Estocolmo de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia el martes, en una gala que podrá verse en directo a partir de las 18.00 a través de la web del Konserthuset.
Cuando se anunció la concesión del premio, en mayo, la presidenta de la Fundación Birgit Nilsson destacó en Ma los valores que siempre cultivó la legendaria soprano sueca, fallecida en 2005: “Un compromiso con la música que nos ayuda a imaginar y construir una sociedad más fuerte y un futuro mejor”. Ese compromiso social se ha visto incrementado durante la pandemia, cuando el violonchelista se volcó con numerosas acciones artísticas, tanto en directo como a través de internet, que le han valido el apodo de “socorrista de la música” en el diario The Boston Globe. El miércoles atendió las preguntas de EL PAÍS desde su casa en Cambridge (Massachusetts), a través de videoconferencia, vestido informalmente con su habitual chaleco acolchado y su contagioso optimismo.
Pregunta. En el último libro de David Blum, Quintet, donde recopila cinco retratos de músicos con un desarrollo vital y artístico inseparable, comparte páginas con la gran soprano sueca Birgit Nilsson. ¿Qué valores lo unen a ella?
Respuesta. Oh, Dios mío. Esta es una muy buena pregunta, pues he pensado mucho en eso, tras haber leído su fantástica autobiografía: La Nilsson: My Life in Opera. Creo que ella fue una activa observadora de la vida, con un gran sentido del humor y los pies sobre la tierra. Trabajó con los más grandes, pero siempre siguió el consejo de su madre de quedarse cerca del suelo, pues si te caes no te lastimas. Vivió momentos muy duros, como el golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón en Argentina, y tuvo experiencias terribles, como robos en muchos lugares o una fan que la acosó durante años y llegó a suicidarse. Pero ella relata todo esto con una asombrosa objetividad y empatía. Eso es extraordinario. No soy como ella, pero aspiro a parecerme a ella. A medida que envejezco, y ahora acabo de cumplir 67 años, siento cada vez mayor fascinación por conocer a seres humanos que miraban la vida a través de la música. Siento devoción y comprensión por La Nilsson y me siento inspirado por su forma de sentir que era parte de la naturaleza.
P. Pero debe reconocer que usted es también una inspiración para otros músicos, tras haber cultivado todo tipo de estilos, más allá de la clásica, como las músicas del mundo, el folk o el jazz. ¿Cómo es posible cultivar tal exuberancia con un violonchelo?
R. Me atrae lo que no conozco y tengo mucho apetito por la incomodidad. Pero tengo la suerte de no ser trapecista y de no jugarme la vida si me equivoco. Acepto el fracaso y aprendo de él. Mi esposa [la consultora de arte Jill Hornor] me enseñó que cuando no sabes sobre algo, siempre puedes pedir ayuda. Así, cuando me interesé por el bluegrass pregunté a Edgar Meyer, cuando me atrajo la interpretación historicista hablé con Ton Koopman, y Christoph Wolff me enseñó todo lo que quería saber sobre Bach. Siempre hay gente dispuesta a ayudarte. Y no aspiro a exhibir los conocimientos adquiridos, sino a entenderlos y a compartirlos. Es como un buen cocinero que hace comida para la gente y quiere compartir su paella con todos, como el chef José Andrés. Es lo mismo que hizo Birgit Nilsson con su voz y yo quiero hacer esto con mi violonchelo. Unir a las personas, ayudar a que se comprendan mejor y crear momentos especiales que puedan recordar y les ayuden en momentos difíciles.
P. En todo caso, usted nunca ha renunciado al repertorio clásico. Precisamente, este domingo toca en Estocolmo el Concierto para violonchelo, de Dvořák, con Alan Gilbert y la Real Filarmónica, como parte de los actos relacionados con el Premio Birgit Nilsson. ¿Su acercamiento a la música popular ha enriquecido su interpretación del repertorio clásico?
R. Por supuesto. Creo que la música clásica es el resultado de todas esas músicas, la cortesana, la folclórica y la religiosa. Ir a las raíces de la música siempre ayuda, pues no olvidemos que todo lo que tenemos fue inventado como resultado de alguna forma de innovación en el pasado. Es lo mismo que pasa con los sistemas políticos y económicos actuales, que seguimos utilizando en el presente. Y si alguien hace algo bien, la gente quiere que lo repita una y otra vez. Cuando pienso en esto, siempre me acuerdo de lo que decía Frank Zappa: que siempre que componía una canción realmente buena, sus amigos le pedían que compusiera otra exactamente igual que esa, y eso es imposible. No podemos pedirles a nuestros hijos que siempre tengan cinco años, pues ellos crecerán y tendremos que dejarlos experimentar y cometer errores, para que tengan una vida plena.
P. Hablemos de The Bach Project, que trata de conectar a gente de múltiples países por medio de las suites para violonchelo solo de Bach, y que pasó por Barcelona en 2019 y por Madrid en febrero, antes de culminar en París el 24 de octubre, tras cuatro años. ¿Cómo percibe su evolución tocando esta música de Bach, que ha grabado tres veces para CBS/Sony Classical (1983, 1997 y 2017), con diferentes acercamientos, que combinan lo tradicional con lo historicista?
R. Bueno, creo que es una evolución personal. La primera vez que las grabé, con 27 años, lo hice lo mejor que pude. Luego, con 41, plasmé las influencias de Ton Koopman y Christoph Wolff, pero también mis reflexiones sobre Albert Schweitzer y el significado de Bach como compositor pictórico y multidisciplinar. Y ahora trato de trascender la técnica y mostrar algo con lo que podamos identificarnos y que sea significativo. Me pregunto acerca de lo que necesita cada una de las suites y las toco sin imponerles nada, quitando todos los filtros, para que suenen lo más transparente posible. No olvidemos que esta música, tan cuidada arquitectónicamente, fue fruto de la casualidad, en una corte alemana del siglo XVIII, y su compositor las escribió sin la pretensión de que fueran tocadas. La música está llena de serendipias, como mi encuentro con el violonchelista mexicano Carlos Prieto, a quien conocí en el funeral de mi maestro, Leonard Rose. Nos hicimos amigos, comenzamos a tocar juntos y encargamos al compositor Samuel Zyman obras para dúo de violonchelos. Creo que muchas composiciones de Schubert, Schumann y Brahms surgieron de casualidades similares y de la química que surge de repente entre las personas. Trato siempre de mantener mi mente abierta y de interesarme por lo que hacen las personas que conozco.
P. Una propina que suele tocar al final de sus recitales de The Bach Project es la canción popular catalana El cant dels ocells, en claro homenaje a Pablo Casals, que redescubrió esta música de Bach. ¿Qué influencia tuvo este gran músico, a quien conoció en su juventud?
R. Probablemente sea el músico que más me ha influido, pues ha sido un modelo a seguir. Lo conocí cuando tenía nueve años y le escuché decir algo que ha marcado el resto de mi vida: “Primero soy un ser humano, después soy un músico y, en tercer lugar, soy un violonchelista”. Recuerdo que después de escucharme tan solo me dijo una cosa: “Asegúrate de tener tiempo para el béisbol”, pues mis padres me insistían en que debía dedicar todos mis esfuerzos en tocar el violonchelo. Cuando estuve en Barcelona, en 2019, fui a visitar su museo y vi el instrumento que le hizo su padre, pero me emocionó mucho toda la documentación acerca de su ayuda a los refugiados y exiliados durante el franquismo. Me acordé mucho de él, recientemente, cuando visité la exposición Art and Ideals sobre JFK, en The Kennedy Center, pues una de las grandes cosas que sucedieron durante su Administración fue su famoso concierto en la East Room de la Casa Blanca, en 1961, durante la visita del Gobernador de Puerto Rico. Fue una muestra de que es administración se preocupó profundamente por el poder de la cultura, ya que Casals era su principal embajador con fines humanitarios. Esto es en lo que creo y trabajaré por ello incansablemente el resto de mi vida, pues es algo que nos falta y que separa a las personas. La cultura hace posible ver más riqueza, más complejidad, más empatía y más perspectiva, nos permite experimentar el mundo con ojos y oídos renovados. Si le damos la espalda nos perdemos su poder de resiliencia y su capacidad para mirar al otro y ver lo que nos une.
P. Precisamente, al día siguiente de cada concierto de The Bach Project suele celebrar un Día de acción con artistas locales, estudiantes y activistas explorando cómo la cultura puede contribuir al progreso social. ¿Qué puede aportar la música clásica en nuestra sociedad?
R. Es difícil definir qué es la música clásica, pero si tuviera que hacerlo diría que es una forma de alfabetización cultural. Es un idioma que te permite leer cualquier literatura, en cualquier parte del mundo, aprender cómo funciona y conocer el significado que tiene para la gente. Eso es lo que me fascinó para dedicarle mi vida, pues los músicos clásicos podemos mirar cualquier cosa y darle sentido haciendo las preguntas correctas: ¿Cómo llegó un compositor a escribir este pasaje? ¿Cómo pudo suceder esto en esta música? Todo ello me hace más libre y me permite mantener viva mi curiosidad de ir más lejos, en lugar de chocar mi nariz contra una pared.
P. Durante el confinamiento, usted inspiró a muchos artistas para compartir su música a través de Internet. De hecho, su próxima visita a Barcelona y Madrid incluye obras de su último disco, titulado Canciones de consuelo y esperanza, con piezas y arreglos que recopiló durante la pandemia. Ahora que volvemos a la normalidad, ¿cómo podemos recuperar el público y volver a llenar las salas de concierto?
R. Creo que podríamos pensar en la pandemia, de alguna manera, como un accidente. Si en un accidente te rompes la pierna, te puedes recuperar, pero tu pierna nunca es la misma. Entonces tratamos de ajustarnos y adaptarnos. Y estamos viviendo tiempos muy difíciles, con la pandemia, la crisis energética y climática o la guerra en Ucrania, pero creo que vale la pena recordar cómo las sociedades se han ajustado y adaptado históricamente a situaciones muy difíciles. No es la primera vez que tenemos una pandemia, ni tampoco la primera vez que pasamos por una crisis climática, pero el conocimiento histórico de la adaptabilidad puede ayudarnos en el presente y catapultarnos hacia el futuro tratando de acelerar los ajustes y potenciar la resiliencia. Y creo que la cultura puede ayudar a la estabilidad espiritual y emocional cuando las cosas van mal.
P. Su próximo disco, que publicará Sony Classical a principios de noviembre, junto al violinista Leonidas Kavakos y el pianista Emanuel Ax, y que sigue la serie titulada Beethoven for three, incluye un exquisito arreglo de Shai Wosner de la Sinfonía Pastoral para trío con piano. Parece la composición más apropiada para ilustrar con sonido todo lo que ha dicho en esta entrevista.
R. Estoy de acuerdo. Beethoven dedicó su Pastoral a la transición entre el espíritu de la Ilustración y el movimiento romántico. Si la Ilustración comenzó a favorecer cada vez más el pensamiento racional que nos alejó de la naturaleza, Beethoven supo combinar ambos. Fue una persona analítica, pero también un espíritu expresivo muy ligado a la naturaleza. Y creo que es un buen visionario para nuestro presente y nuestro futuro.
Babelia
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