Bienvenidos a Austenlandia: un viaje al país de Jane Austen, epicentro del primer fenómeno de fans literario
En el 250º aniversario de su nacimiento, la escritora inglesa sigue despertando un fervor que trasciende la literatura. De los baños romanos de Bath a la casa de Hampshire donde escribió sus seis novelas, un recorrido por los lugares que marcaron su vida y su obra

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La historia de Jane Austen se extiende mucho más allá de su tiempo y lugar de origen, pero empieza en un modesto cruce de caminos en Chawton, en la antigua ruta que unía Londres con Southampton. Allí, en una casa situada junto a la carretera que conducía hacia la ciudad portuaria de la que salió el Titanic, situada 30 kilómetros al sur, Austen encontró su particular observatorio social: un punto de paso incesante de carruajes rodeado de un vecindario heterogéneo, donde campesinos y jornaleros convivían con la gentry, la clase terrateniente sin título nobiliario a la que pertenecía su propia familia. Fue aquí donde Austen escribió o revisó las seis novelas que firmó durante su vida y que luego le valieron la fama alrededor del mundo: Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park, Emma, La abadía de Northanger y Persuasión. La escritora residió en esa discreta casa de ladrillo, situada en la curva de un camino y rodeada por un pequeño jardín, durante los últimos ocho años de su vida, antes de morir en 1817, a los 41 años, por una enfermedad incierta.
Cinco décadas después, sus libros dieron origen a uno de los primeros fenómenos de fans de la literatura moderna, con el permiso de Charles Dickens, cuyas novelas se esperaban con la expectación que hoy generan los lanzamientos tecnológicos. El fervor por Austen llegó de manera póstuma, pero nunca se extinguió. Ya a finales del siglo XIX, sus lectores emprendían peregrinaciones a este lugar, como si acudieran a venerar a una santa literaria. Chawton es hoy el epicentro de una especie de Austenlandia, una ruta por los escenarios emblemáticos en su vida y su obra en la Inglaterra interior, que cada año recibe unos 40.000 visitantes. En 2025, esa cifra debería dispararse: este año se celebra el 250º aniversario de su nacimiento.
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En el Reino Unido, la efeméride se sigue con devoción: la BBC tiene a punto dos nuevas series que rescatan personajes secundarios del universo austeniano. Miss Austen, inspirada en la novela de Gill Hornby, se centra en su hermana Cassandra, quien quemó sus cartas tras su muerte, tal vez para proteger su memoria o depurar su legado, mientras que The Other Bennet Sister habla de una de las hermanas de Orgullo y prejuicio, de la que Netflix también prepara una versión libre a cargo de la joven escritora Dolly Alderton, a la vez que la saga de Bridget Jones, tal vez su adaptación moderna más exitosa, vuelve a los cines. Los festivales y bailes inspirados en el periodo de la Regencia vivirán un auge, los simposios académicos se multiplicarán y Penguin ultima una reedición de sus novelas con portadas diseñadas para el público juvenil, polémicas por su discutible estética, y prólogos firmados por autores de moda. La estrategia es seducir a los nuevos fans de Austen en el efervescente TikTok literario o en la aplicación Fable. Austen es la pionera del estilo indirecto libre en inglés, pero también una de las marcas comerciales más rentables de la literatura actual.
Para Kathryn Sutherland, profesora emérita de Literatura en Oxford y una de las mayores especialistas en Austen, su herencia literaria se ha simplificado en exceso y se ha visto reducida, a veces, a mera inspiración para comedias románticas de época. “El romance es solo una capa. Austen fue pionera de la novela psicológica, donde el desarrollo interior de la heroína y sus motivaciones son más relevantes que los acontecimientos externos, como harían décadas después Flaubert o Henry James. Lo que le interesaba era la ansiedad económica de sus personajes y el riesgo de desclasamiento, pero hoy nos centramos más en el chico conoce a chica”, sostiene Sutherland. En el mundo de Austen, el dinero precedía al amor y el matrimonio era, con frecuencia, la única forma de supervivencia. En sus libros existe una tensión constante entre la necesidad de casarse por seguridad económica y la idea del amor romántico, que no deja de ser una invención moderna. Sus novelas exploran la transición de un modelo al otro.
49% a favor del Brexit
Muchos de sus personajes aman caminar, como le sucedía a la propia Austen. En Chawton, enclave situado a 90 kilómetros de la capital británica, es fácil entender por qué, con sus colinas ondulantes y praderas calcáreas en medio de una naturaleza sin estridencias, que oscila entre la melancolía y la belleza, según el dictado de un sol intermitente en un cielo de nubes y claros. Se encuentra en las afueras de Alton, ciudad intermedia en el condado de East Hampshire, donde el 49% votó por el Brexit en 2016, los tories mantienen su hegemonía y los jubilados ocupan los pubs a media tarde en una high street propia de cualquier ciudad de provincias inglesa, con sus droguerías Boots, sus tiendas Oxfam y un par de librerías franquiciadas. Caminando hacia las afueras, el paisaje se vuelve más acomodado. Un pasaje subterráneo permite cruzar la autopista: un corredor sombrío, cubierto de citas de Jane Austen, marca la transición hacia la travesía residencial donde la autora vivió y escribió.

Para quienes imaginan que creció en una mansión, su hogar resulta modesto. Para quienes la creen pobre, parece casi lujoso. “Era una casa considerable en comparación con los alrededores: tenía 10 habitaciones, cinco acres [unos 20.000 metros cuadrados] de terreno y amplios salones. No era una mansión, pero ocupaba una posición destacada en el pueblo. Su estatus social era complejo. Como hija de la clase acomodada, no necesitaba trabajar y tenía sirvientes. Pero, como mujer soltera, su posición era precaria y dependiente. Sin embargo, gozaba de una gran independencia de pensamiento, acción y voluntad”, explica Lizzie Dunford, directora de la Jane Austen’s House, que creció, como tantas jóvenes inglesas, fascinada por sus heroínas (su favorita es su tocaya Elizabeth Bennett, de Orgullo y prejuicio). “No es solo un museo donde uno camina en silencio contemplando reliquias, sino un espacio que se siente como un hogar y una fuente de inspiración. Un lugar donde podrías coger una pluma y ponerte a escribir”. En el comedor se encuentra una diminuta mesa de escritura. Allí escribía sus novelas plegando varias veces una hoja grande hasta formar pequeños cuadernos. Sus manuscritos, conservados en Oxford, Cambridge y la Biblioteca Británica, revelan un proceso caótico, lleno de revisiones, correcciones constantes y garabatos imposibles de descifrar.
En realidad, Austen no nació en Chawton, sino en Steventon, un pequeño pueblo de Hampshire, a una veintena de kilómetros. Su padre, el reverendo George Austen, era el rector de la parroquia local. La familia vivía en una rectoría que sería demolida en el siglo XIX, donde la joven Jane escribió sus primeros borradores: a los 11 años ya firmaba poemas, sátiras y obras de teatro. Hoy solo queda un campo vacío, señalado por un viejo tilo que, según se cree, fue plantado por su hermano mayor. Tras la jubilación de su padre, la familia se trasladó a Bath, a un centenar de kilómetros al oeste, ciudad que resultaría clave en su literatura. Conocida por sus espectaculares baños romanos, Bath era un destino de moda entre la alta sociedad georgiana, que acudía allí a “tomar las aguas” convencida de sus propiedades curativas, en un ambiente ostentoso que Austen ridiculizó en sus novelas. La imponente hilera de casas serpentinas del Royal Crescent, donde ambientó Persuasión y hoy pasean turistas que persiguen las esencias austenianas, simbolizaba el lujo inalcanzable: su heroína, Ann Elliot, no podía permitirse vivir allí, pero subía la colina para respirar aire fresco y contemplar la ciudad desde las alturas.
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El Jane Austen Centre, ubicado en una casa georgiana de cinco plantas, recibe anualmente a 200.000 visitantes. El 60% procede del extranjero, sobre todo de Estados Unidos, con una mayoría aplastante de mujeres. Antes de su apertura en 1999, el turismo literario en Bath se limitaba a recorridos guiados para los más devotos de la autora. El éxito de las adaptaciones cinematográficas de los noventa —como la miniserie de Orgullo y prejuicio con Colin Firth emergiendo del lago o la versión de Sentido y sensibilidad escrita y protagonizada por Emma Thompson— favoreció su creación. El recorrido es algo polvoriento pero entrañable, guiado por actores locales caracterizados como los personajes de Austen. La tienda de souvenirs ofrece tazas, jabones, figuritas de sus personajes y réplicas de joyas de la época. La visita culmina en un salón de té donde se sirven scones, crumpets y sponge cakes dispuestos en una inevitable porcelana floreada.
Es curioso que la ciudad, por la que Austen nunca sintió mucho apego, saque tajada a su vinculación con la autora. “Es un malentendido pensar que no le gustaba Bath”, defiende Paul Crossey, director del Jane Austen Centre. “No fue feliz al marcharse de la ciudad, porque su padre acababa de morir y su situación económica era delicada, por lo que tuvieron que acabar viviendo en barrios poco deseables. Pero, si hubiera querido olvidarla, no habría ambientado aquí sus novelas. Bath era el centro de la escena social de la Regencia, y Austen siguió escribiendo sobre la ciudad con personajes que disfrutaban de ese ambiente”.
La ciudad acoge cada septiembre el Jane Austen Festival, que organiza bailes de inspiración decimonónica a los que uno debe acudir vestido de época. A partir de la primavera, Bath también desvelará una gran instalación floral en varios tonos de azul, su color favorito, con una frase pronunciada en La abadía de Northanger: “Oh, ¿quién podría cansarse de Bath?”. Aunque, en la novela, Austen la usara con indudable matiz irónico, para reflejar el desencanto creciente con la ciudad que sentía su protagonista, Catherine Morland. Y puede que también el suyo.
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Tras la muerte de su padre, la familia quedó a la deriva, dependiendo de la generosidad de sus parientes en una sociedad donde una mujer no podía mantenerse por sí misma. Con su madre y su hermana, Jane Austen dejó Bath y alquiló una casa en Southampton, donde su hermano Francis servía en la marina. La ciudad, sucia y maloliente, no ofrecía ni tranquilidad ni espacio para escribir, lo que quizá explique la mala reputación de los pueblos costeros en sus novelas: Portsmouth es el hogar lúgubre de Fanny Price en Mansfield Park, y Brighton, el nido de perdición donde Lydia Bennet arruina su reputación en Orgullo y prejuicio.
Como las hermanas de Sentido y sensibilidad, Jane y Cassandra se vieron obligadas a retirarse a una casa modesta en el campo. Su hermano Edward les ofreció alojamiento a poca distancia de su propia mansión, Chawton House, una imponente residencia que aún puede visitarse hoy, al final del camino que sale del pueblo. Edward, adoptado de pequeño por una familia adinerada, simbolizaba el acceso a una vida de riqueza que Jane nunca tuvo, aunque la experimentara gracias a él: fueron dos hermanos nacidos dentro del mismo matrimonio, pero con destinos muy distintos. “Aun así, que Edward fuera adoptado y luego se hiciera rico son factores fundamentales en la vida de Jane Austen. Sin eso, hoy no tendríamos sus novelas”, señala John Mullan, profesor del University College de Londres y especialista en Austen. “Si no hubiera podido ofrecerle esa casa, y con ella estabilidad y seguridad en los últimos años de su vida, no sabemos si habría podido escribirlas”.
Una estatua polémica
Los últimos días de Jane Austen transcurrieron en Winchester, 27 kilómetros al suroeste de Chawton. En 1817, cuando su salud comenzó a deteriorarse, dejó Hampshire para instalarse cerca de un médico en busca de una posible cura. Se alojó en el número 8 de College Street, un edificio de fachada amarilla donde escribió su último poema antes de fallecer en julio de ese año. Por primera vez, la casa abrirá este verano sus puertas al público. Antigua capital de la Inglaterra anglosajona en tiempos medievales, Winchester es famosa por su imponente catedral gótica, donde la escritora descansa bajo una lápida de mármol negro. La inscripción elogia “la benevolencia de su corazón, la dulzura de su temperamento y las extraordinarias dotes de su mente”. No hay ninguna referencia explícita a su faceta de escritora.
Coincidiendo con su 250º aniversario, la catedral inaugurará en octubre una nueva estatua dedicada a Jane Austen. La iniciativa no ha estado exenta de polémica. La expresidenta de la Jane Austen Society, Elizabeth Proudman, criticó hace unos meses el proyecto, advirtiendo que atraería a “turistas estadounidenses deseosos de hacerse un selfi”. “No queremos convertirlo en una Disneylandia sobre el Itchen”, añadió, en referencia al río que cruza la ciudad. Otras objeciones han sido más puntillosas. En una carta publicada en la prensa local, una janeite, como se autodenominan las forofas de Austen, lamentaba un detalle en la estatua: “Ella nunca habría salido a la calle sin su gorro”.
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¿Han sido las sociedades de admiradores de Jane Austen excesivamente celosas de su figura, siempre dispuestas a criticar todo lo que se aparte del más absoluto rigor, como la escasa ortodoxia y las incorrecciones históricas de sus adaptaciones cinematográficas? “Sí, nos estremecemos ante las inexactitudes y las estupideces de algunas versiones. Los errores son como el sonido de una tiza chirriando en la pizarra. Las casas son demasiado grandes. Las protagonistas son demasiado mayores. La gente se besa en la calle. ¡Por Dios!”, ironiza Mullan.
El actual presidente de la Jane Austen Society, Sherard Cowper-Coles —miembro de este club desde la infancia, como lo fueron su madre y su abuela—, se desmarca de este punto de vista. “Fijarse en esos detalles es no entender a Jane Austen. No reconozco esa actitud en la sociedad inglesa. No nos consideramos guardianes de Austen ni de su legado. Jane Austen se protege y se defiende sola”, afirma Cowper-Coles, con rango de sir y exembajador en Israel, Arabia Saudí y Afganistán. En todos esos lugares, entendió que la vigencia actual de la escritora trascendía las fronteras. “Se la lee en todo el mundo, porque refleja nuestra humanidad común. Austen refleja la absurdidad de la vida y nuestras ridiculeces, pero siempre con ternura y con ironía. Tal vez esa sea la mejor de sus herencias”.
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