Antonio R. Almodóvar, el guardián de los cuentos milenarios que nos explican cómo somos
Cuarenta años después de su publicación se reeditan las narraciones populares recopiladas en ‘Cuentos al amor de la lumbre’: “Tenemos nostalgia del bosque”, dice el filólogo
Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaíra, 83 años) se puso un día a buscar por ahí reyes, princesas, brujas, gigantes, lobos, bufones audaces: habitantes de la mente. Recorrió Andalucía, a partir de 1976, en pos de los cuentos populares que resistían en el intelecto colectivo. Husmeó por los pueblos, tiró de hilos, preguntó en ayuntamientos, consiguió informadores… “Siempre me mandaban a sitios insólitos”, recuerda. Eran las gentes de abajo, campesinas, pastores, ganaderos, muchos de ellos analfabetos. Ignoraban que sus cuentos estaban fuertemente incardinados en la cultura humana desde hace miles de años. Así el filólogo fue recuperando el acervo oral de las narraciones tradicionales, en las muchas y variadas versiones que florecen de cada cuento.
Su amor por los cuentos viene de la lectura del Juan de Mairena de Antonio Machado, donde se hace una fuerte defensa del folclore. Y a este libro llegó a través del célebre profesor ácrata Agustín García Calvo. “Tuve la inmensa suerte de ser su alumno en Sevilla”, dice Almodóvar, que también, de paso, se hizo experto en Machado. En 2006 comenzó una nueva campaña, accediendo a informantes en otros territorios como Euskadi, Asturias o Cataluña. Recopiló 76 horas de grabaciones, que donó al Museo de Arte y Costumbres Populares de Sevilla. “Una campesina vizcaína del mundo rural profundo, muy mayor, me contó una versión antiquísima de Como la vianda quiere a la sal, que es la historia en la que se basa el Rey Lear de Shakespeare”, cuenta el experto. “Casi me caigo de la silla”.
Han pasado 40 años desde que Almodóvar publicó el primer tomo de sus recopilaciones y estudios de cuentos populares, de carácter estructuralista, que entonces cosecharon gran éxito. Ahora la editorial Alianza saca un compendio de aquellas obras, bajo el título Cuentos al amor de la lumbre, que reúne cuentos maravillosos, cuentos de costumbres y cuentos de animales.
“Antes hacía 20 años de todo... ahora han pasado 40″, bromea el autor, que ha elegido hacer la entrevista en el Museo Nacional de Antropología, en Madrid, por razones evidentes. “Saliendo de la dictadura había mucha avidez por todo lo auténtico, la gente estaba cansada de la censura, había ansia por conocer. Lo de los cuentos tocaba la fibra sensible de nuestra infancia, hicimos una gran terapia de grupo del inconsciente colectivo”, recuerda. Ahora lucha por mantener los cuentos, que no se pierdan, cuando no pasan por su mejor momento.
Son cuentos como El gallo kiriko, El medio pollito, Juan el oso, Blancaflor, El pastor y la princesa, Los animales agradecidos y un larguísimo etcétera. Un precedente fueron los Cuentos populares españoles, una recopilación pionera de Aurelio Macedonio Espinosa, un estadounidense, profesor de la Universidad de Stanford, que en un viaje a España recopiló 302 cuentos. Fueron publicados en 1923: la obra de Almodóvar puede considerarse una descendiente. “Espinosa descubre que las nanas las traían las criadas, por eso Machado, en el Juan de Mairena, dice que hay que cuidar el folclore popular, porque es el que, a través de las criadas, educa a las clases adineradas”, cuenta Almodóvar, quien, por cierto, ha militado en el socialismo, siendo teniente de alcalde en Sevilla o director general en la Consejería de Educación andaluza. Es miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua en su tierra y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
La pedagogía del folclore
Los niños se han criado tradicionalmente rodeados de la pedagogía del folclore, que da claves para muchos aspectos de la vida. Esas claves, relata Almodóvar, se retransmiten mediante los cuentos, que, en su carácter simbólico, proporcionan el andamiaje mental para entender el mundo. Las narraciones populares ayudan a generar sistemas de categorías binarias (bien/mal, héroe/villano, recompensa/castigo) que permiten organizar el mundo de manera comprensible. Los cuentos cubren “necesidades de la mente”, en palabras del experto. Son historias ancestrales, que pueden tener miles de años, que van migrando de cultura a cultura, adaptándose y mutando, pero manteniendo una esencia que se puede rastrear.
Igual que diferentes relojes tienen dentro la misma relojería, el lingüista y antropólogo ruso Vladímir Propp descubrió que todos los cuentos maravillosos se componen de 31 funciones, o pasos narrativos: el alejamiento de la casa, la transgresión de lo prohibido, la recepción de un objeto mágico, el regreso a casa de incógnito (como Ulises a Ítaca), etcétera. Nos todos los cuentos tienen todas, pero todos tienen alguna combinación de esas 31.
Algo parecido notó el mitólogo estadounidense Joseph Campbell cuando estableció el viaje del héroe, una serie de pasos (la llamada a la aventura, el encuentro con el maestro, la recompensa por las acciones, etcétera), que se encuentra desde la Epopeya de Gilgamesh, el relato más antiguo conocido, a Star Wars (George Lucas utilizó conscientemente esa estructura en la creación de su mitología espacial y personal), y que hasta ha inspirado la exitosa novela de Alana Portero, La mala educación (Seix Barral). Estas series de pasos son un reflejo de nuestra psique y nos ayudan a entender el mundo y la peripecia humana. Reflejan nuestros miedos y deseos y nos muestran modelos a seguir. “Y todas las culturas escritas, como decía Propp, nacen del folclore oral”, explica el experto.
Origen indoeuropeo
Juan el oso, presente en Europa, Latinoamérica o Asia, es uno de los cuentos más antiguos y, a juicio de Almodóvar, más interesantes. A él se lo contó en los años 70 una campesina de Carmona, Sevilla. Juan nace de una mujer y un oso, con una fuerza extraordinaria, y contiene varios pasos fundamentales de los cuentos e historias míticas: el héroe de origen especial y salvaje, el asesinato del padre, el viaje lleno de pruebas que supera con la ayuda de aliados, los objetos mágicos o los hechos sobrenaturales.
El filólogo defiende el origen indoeuropeo de estos cuentos, que lo mismo se encuentran en el norte de la India que en Europa occidental (por ejemplo, relatos similares a Cenicienta, que también se encuentran en China o en el mundo árabe), y los data en la Revolución Neolítica, hace unos 10.000 años, cuando, tras el desarrollo de la agricultura, las sociedades se hacen sedentarias. De la propiedad comunal, característica de las sociedades arcaicas, surge la propiedad privada y se establecen las jerarquías de poder.
“Es entonces cuando nos metemos en el lío descomunal del que todavía no hemos salido: el de la sociedad dividida entre pobres y ricos”, dice Almodóvar. En estos cuentos el rey simboliza con frecuencia a un viejo propietario que tiene problemas para legar sus bienes (como se ve en El rey Lear y la pugna de sus tres hijas). Muchos cuentos tratan sobre la propiedad privada y la herencia, o abordan la lucha por el poder, los recursos o el estatus dentro de la estructura social. Véase El sastrecillo valiente o El gato con botas: el humilde suele ser más avispado que el dominante y la promoción social se logra gracias a la astucia. Todo muy neolítico, todo muy actual.
“Los cuentos plantean, de manera simbólica, la sociedad dividida como algo discutible”, dice el autor, “ya avisan de que la concentración de la propiedad puede tener efectos perversos”. Así se sigue viendo, miles de años después, en el problema de la vivienda. “Tenemos nostalgia del bosque, de la etapa anterior, cuando éramos cazadores recolectores y todo era de todos”, dice Almodóvar.
Una crítica que se le puede hacer a los cuentos populares, y que se le hace, es que pueden resultar crueles, sexistas, o ambas cosas a la vez. En 2019, una escuela de Barcelona retiró 200 cuentos infantiles de su biblioteca por considerarlos “tóxicos” para las mentes de los niños; entre ellos Caperucita roja o La bella durmiente. Suponían el 30% del fondo de cuentos. El 60% restante se consideró apto, y solo un 10% escrito desde una perspectiva de género. Aunque, si los cuentos se han ido adaptando a los diferentes tiempos y culturas, tampoco deberían encontrar problema para encontrar su acomodo en esta. “Es cierto que puede haber crueldad en los cuentos, pero puede minimizarse. Los cuentos evolucionan por sí mismos y adaptándose a la época”, concluye Almodóvar.
Babelia
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