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Alana S. Portero, el viaje iniciático de la heroína trans

La novela ‘La mala costumbre’ (Seix Barral) parte de una infancia en el barrio obrero de San Blas para explorar la búsqueda de la identidad en el Madrid de la subcultura gótica

La escritora Alana S. Portero posa, el pasado 4 de mayo, en el parque del Retiro de Madrid.
La escritora Alana S. Portero posa, el pasado 4 de mayo, en el parque del Retiro de Madrid.MOEH ATITAR
Sergio C. Fanjul

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que las personas trans se representaban como ángeles caídos: pobres, marginadas, apaleadas, rondadoras de los senderos nocturnos, casi siempre dedicadas al trabajo sexual. El estereotipo está cambiando, pero esos seres rotos, bondadosos y dolientes son los que conoció Alana S. Portero en su juventud en el barrio obrero de San Blas y en las callejuelas recónditas del centro de Madrid. “Para mí siempre fueron un ejemplo de dignidad”, explica la autora, nacida en la capital en 1978. Su novela La mala costumbre (Seix Barral), que ya tiene contratadas 11 traducciones (se habló mucho de ella en la pasada Feria de Fráncfort), trata sobre descubrirse trans y no saber muy bien qué hacer y qué sentir al respecto, qué hacer con el corazón en ese caso, pero también sobre la clase obrera periférica y menguante. Y sobre esa ciudad hermosa y horrenda que es Madrid.

“Esas mujeres trans que fui conociendo durante mi vida, y que fueron referentes para mí, estuvieron siempre marginalizadas, casi siempre dedicadas al trabajo sexual. Siempre fueron las peor tratadas, por ejemplo, en la Ley de Peligrosidad Social [una ley franquista que no se derogó completamente hasta 1995]. Cuando llegó la amnistía de la Transición, salieron los presos políticos a la calle, pero ellas se quedaron dentro”, cuenta Portero. En su novela, trenzada con algunos mimbres de realidad autobiográfica, aunque no solo, van apareciendo una retahíla de personajes que van guiando el camino de la protagonista, alguien que, desde su infancia en la triste periferia de los trabajadores, va descubriendo su identidad como mujer trans en un mundo que no está preparado para recibirla. Todo envuelto en un ambiente de costumbrismo mágico que transforma la realidad cotidiana en algo poético. El hallazgo que surge en lo más pequeño.

Otra imagen de Alana S. Portero, el pasado 4 de mayo en Madrid.
Otra imagen de Alana S. Portero, el pasado 4 de mayo en Madrid. MOEH ATITAR

La historia se estructura en torno a elementos del viaje del héroe que teorizó el mitólogo Joseph Campbell y por el que han transitado los héroes de los relatos desde Gilgamesh a Luke Skywalker, también con elementos de la épica griega (se compone de 27 cantos): cuando surgen las dificultades aparece una figura oracular, se da una revelación y continúa el viaje. Como en el camino de todo héroe, aunque aquí deberíamos hablar de heroína, hay un regreso al hogar, tras sufrir una transformación. Ya nunca volverá a ser la misma. El camino no es fácil, y los citados referentes, arrojados al arcén de la existencia, no presentan un futuro muy halagüeño al que decide seguirlo. “Es frívolo y ridículo decir que la gente transiciona por capricho”, explica Portero, “quien dice esas cosas es que no ha hablado ni diez minutos con una persona trans”.

En la novela se transluce, como en su obra poética anterior, su gusto por lo gótico, por lo romántico, por lo legendario y lo mitológico, también su formación como medievalista. “Alguien que no encuentra referentes puede acabar tirando por la magia y los mitos. Además, ese mundo está lleno de elementos de transformación, de personajes que cambian su aspecto y se convierten en animales o semidiosas… Eso, claro está, me apelaba”, explica. Esas brumas le atrajeron desde niña, y ya de joven, tras la lectura de los poetas románticos, se integró en la subcultura gótica, sus músicas, atuendos, literaturas y clubes nocturnos, que entonces bullían en Madrid, y que se describen en el texto. Era ahí, en ese lado lánguido, sensible y oscuro, donde la autora (y el personaje) mejor podía desplegar su ambigüedad: es lo común en ese contexto social, tanto en lo relacionado con el aspecto físico como con las facetas sexuales o, digamos, espirituales. Es otra forma de estar en el mundo.

“No es raro que las personas trans que se refugien en lo gótico― confirma la autora―. En aquella época era el lugar perfecto para los experimentos de género, ahí estaban permitidas cosas que en cualquier otro lugar estaban condenadísimas”. No solo eso, hilvanada en el texto también se encuentra una nutrida guía de la cultura pop asociada a lo LGTBI, de Madonna a David Bowie, de Boy George a Terenci Moix. “Para mí la cultura pop fue un santoral, figuras a las que me encomendaba de alguna manera, y eso azuzaba mis ganas de crear”, dice Portero, “era, además, hacer mi propia mitología contemporánea”.

Lo trans en el barrio obrero

Cuando la heroína de esta historia vuelve transformada a San Blas, San Blas (“ese lugar que construyó el franquismo para estabular a la clase trabajadora”) también ha cambiado. “Este barrio obrero era un lugar duro para vivir, pero había un tejido vecinal que se reflejaba en lo político: las asociaciones vecinales en los años 70 y 80 eran potentísimas. Para bien o para mal, las vecinas se conocían y estaban pendientes unas de otras. Eso se ha perdido por completo con los nuevos modos de vida”, dice la autora. Se han dado en los últimos tiempos, además, debates en el seno de la izquierda sobre si es compatible la raigambre obrera y la lucha por las condiciones materiales con las nuevas luchas, llamadas identitarias, en donde se incluye la cuestión trans.

En la obra de Portero no parece haber dilema ni contradicción entre identidades, entre lo obrero y lo trans, ni entre preocuparse por los retos que acarrea ser cada una de esas cosas. “Estas polémicas son importadas de la iglesia evangélica estadounidense y aquí han sido compradas por una parte izquierda”, dice Portero. “Se piensa que es una amenaza para la figura del obrero de mono azul y cara manchada de grasa, pero una puede ser obrera de muchas maneras. Esa polémica me parece una imbecilidad, pero ha conseguido desplazar el marco y ahora estamos viendo cómo la ultraderecha se ha venido muy arriba. Hasta difunden las teorías absurdas como los chemtrails [estelas químicas]”.

Sectores del feminismo tradicional también se han levantado contra ciertos aspectos de la Ley Trans, como la autodeterminación de género, y los más extremos han impugnado lo trans en general. Son corrientes, señala Portero, que existen desde los años 70 y han ido apareciendo y desapareciendo, resurgiendo con las olas conservadoras. “Yo puedo entender que haya dudas, y creo que se puede hablar de todo, pero la violencia que se ha empleado en este sentido es injustísima”, dice la novelista, “Puedo entender incluso que desde la intolerancia no quieran saber nada de nosotras… pero la violencia es intolerable. No se puede erradicar a un grupo de personas”. Observa la autora una regresión en muchos aspectos en los que se había conseguido cierto consenso y aceptación, un retroceso a tiempos peores, aunque no tanto en su vida personal, en el ambiente que la rodea, en su barrio, en los bares, en el mercado, como en las redes sociales y en el debate público. “Las redes sociales no son un retrato fiel de lo que pasa fuera, creo que el mundo es un lugar mejor que ese retrato deformado”.

¿Y Madrid? “He tratado de contar Madrid, esta ciudad sin la grandilocuencia de otras capitales, lo más bonito que podía contarla. Soy muy madrileña, y estoy muy orgullosa, me da mucha pena en lo que se está convirtiendo la ciudad, en lo que se ha convertido ya: una ciudad gentrificada en la que te animan a consumir todo el rato y que excluye a gente todo el rato”, concluye la autora.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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