Paul B. Preciado hace estallar los géneros con su autorretrato en ‘Orlando’
El filósofo encabeza la representación española en la que también brilla ‘Samsara’, de Lois Patiño, y a la espera de que se proyecte en la competición ‘20.000 especies de abejas’
¿Qué hacer cuando tu biografía ya fue escrita hace casi un siglo y su autora fue Virginia Woolf? Paul B. Preciado (Burgos, 52 años) ha encarado este reto en Orlando, mi biografía política, un ensayo fílmico vibrante, inteligente y emotivo, que juega con la facilidad del cine para hacer saltar géneros y formatos y lo usa como herramienta para reflexionar sobre la transexualidad hoy en día, y los ecos que llegan de siglos anteriores. Y que además responde a la pregunta inicial: Preciado siente que Orlando, de Woolf, hablaba sobre él desde un lejano 1929, año de publicación de la novela, y ha considerado que la mejor manera de afrontar este desfase temporal es la celebración y el aplauso a la escritora y a la comunidad trans, que en pantalla se refleja en forma de múltiples orlandos. Orlando, mi biografía política se ha estrenado en la Berlinale en la sección Encounters, llegará a España en otoño dentro de su recorrido y, aunque es de producción francesa, la lidera un español. Algo parecido ocurre con otra brillante película que se presenta en el mismo festival, Samsara, de Lois Patiño, rodada en Laos y Zanzíbar, aunque esta sí, de producción mayoritaria española.
Si el año pasado hubo dos películas españolas en la sección de competición de la Berlinale (el Oso de Oro Alcarràs, de Carla Simón, y Un año, una noche, de Isaki Lacuesta) y otra en Panorama (Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa), este año el desembarco ha crecido en número. Habitualmente la Berlinale, abierta a voces en español procedentes de España e Iberoamérica, suele programar de dos a cuatro películas españolas en sus secciones. En esta edición, el miércoles se estrena en la competición 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola. En el apartado Encounters coinciden Orlando, mi biografía política y Samsara, en Panorama se ha estrenado Matria, de Álvaro Gago, que llegará a las salas el 24 de marzo, y en la sección Generation 14plus el domingo fue la jornada de Sica, de Carla Subirana. A todas ellas se suma, en competición de cortometrajes, La herida luminosa, de Christian Avilés.
La apuesta de Preciado va más allá de él mismo como de la nueva realidad que habita la humanidad. O la realidad que debería haber habitado desde hace siglos (Orlando no deja de ser un personaje que atraviesa centurias) y que solo ahora se plasma gozosamente en la calle. Por eso Preciado entiende que la mejor manera de retratar el viaje trans que él mismo acometió es erigir un inmenso tapiz de personas también trans y que encierren en sí mismas distintas caras de Orlando. Si en libros como Testo Yonqui, Manifiesto contrasexual o su último ensayo, Dysphoria Mundi, el pensador había reflexionado sobre la cultura patriarcal y los límites impuestos por distintas disciplinas (las farmacéuticas, los Estados, la medicina), en el cine prefiere la poesía, la lucha y el homenaje.
Según ha contado en Berlín, para Preciado —cuya voz en off guía a los espectadores y en pantalla solo aparece en un momento breve— “si masculino y femenino son en última instancia ficciones políticas y sociales, el filme quiere mostrar que el cambio ya no se trata solo de género, sino también de poesía, amor y color de piel”. Es decir, aboga por la superación de los esquemas binarios que determinan la diferencia sexual, no hay que rechazar un pasado femenino en la transición a un cuerpo masculino y viceversa. Entre los aciertos visuales se encuentra una secuencia en la que en un quirófano el operado no es ningún ser humano, sino un ejemplar de Orlando, al que se extirpan sus viejas ilustraciones para sustituirlas por fotos de los nuevos Orlando de la película, incluido un retrato de Preciado de niña.
Como Preciado, Patiño también entiende que el cine es tanto goce visual como defensa de los valores de sus creadores. En su tercera participación en la Berlinale (más otra en Cannes), el cineasta gallego afincado en Madrid ha viajado lejos para llegar a su alma. En la primera parte de Samsara, filmada en Laos, testimonia la relación entre un monje estudiante y una mujer enferma. Al fallecer esa mujer, Patiño crea una arriesgadísima transición en pantalla que requiere de la colaboración activa del espectador para atravesar tiempos y lugares, para sumarse a un viaje reencarnatorio que acaba en Zanzíbar, en la relación entre una niña y una cabritilla. Café en mano, Patiño apunta en la capital alemana: “Llevaba un tiempo reflexionando sobre cómo mostrar lo invisible en pantalla. Y pensé en una película para ver, en parte, con los ojos cerrados. Di con El libro tibetano de los muertos, por mi interés por la representación de lo espectral, y arrancó el proyecto”.
A Patiño le interesa el cine en parte “por su experiencia meditativa y contemplativa”, y de ahí el viaje colectivo de mitad de la película. Sobre las localizaciones, apunta: “Al guiarme por el libro tibetano, actué por descarte. No podían ser Tíbet ni Nepal, muy manidos en el cine. Tampoco Tailandia, porque es territorio de Apichatpong Weerasethakul, que ya ha reflexionado mucho sobre lo espiritual y lo onírico”. Y se echa a reír: “Rehuí Tailandia, pero el espíritu de Apichatpong está en la primera parte”. Por contraste sensorial, la segunda historia se desarrolla en la isla de Zanzíbar. “Quería un choque paisajístico, cultural y religioso. Hice un viaje de investigación, me invitaron a un taller de videocreación en Tanzania [nación de la que depende la isla] y el destino hizo el resto”. La niña vive dentro de una comunidad de mujeres que trabajan en granjas de algas, lo que abre Samsara al agua, a los personajes femeninos corales y a diversas religiones. “Todo huye de la cultura occidental, que tiende a dominar y homogeneizar. A mí me interesa la diversidad cultural y plasmarla en el cine, sin olvidar que hay que llegar a cuanto más público, mejor”, apunta. “Yo me siento parte de un todo, creo en el ser humano y en despertar empatías”.
Álvaro Gago ha sustentado su debut en la dirección, Matria, en su actriz protagonista, María Vázquez, que defiende su personaje con la misma fiereza que mostraba en Trote o en la serie Apagón. En 2017 el cineasta ya rodó un corto homónimo con un personaje femenino, Ramona, de mayor edad que el del largo; al acabar sintió que quería expandir el universo de esa mujer, limpiadora de una fábrica. Ahora Vázquez asume el papel protagonista, una madre sin descanso, de trabajo en trabajo, en casa y fuera, preocupada por que su hija acabe como ella, atrapada en una clase social asfixiada y marcada además por su género femenino: la cuidadora, la amante, la trabajadora tiene que estar disponible 24 horas.
Y en Sica, la veterana documentalista Carla Subirana (Nadar y Volar) salta a la ficción. En la Costa da Morte una adolescente, Sica, espera junto a su madre a que el mar devuelva el cadáver de su padre, para poder finalizar el duelo y cobrar el seguro con el que pagar las deudas. Mientras, la tormenta Ofelia azota sus vidas, que transcurren aplastadas entre las rocas de los acantilados y los cielos oscuros, en una obvia metáfora con sus almas.
Babelia
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