Luis Piedrahita: “Mi humor es tan blanco y fino que casi podría esnifarse”
El mago y humorista estrena ‘Apocalípticamente correcto’, un montaje teatral en el que combina la sorpresa intelectual de los chistes y el terremoto emocional de la magia
Piedrahita cita en su oficina, que comparte con su pareja, la productora Ximena Feijóo, en una enorme y luminosa estancia con ventanales al patio de un señorial edificio situado en el corazón del barrio de Malasaña de Madrid, entre teatros, cafeterías de especialidad, restaurantes veganos y, solo un par de calles más allá, prostitutas y personas sin hogar compartiendo las estrechas aceras. Cuando llegamos, su perro, Canoli, recibe entusiasta a la visita y, después de posar coqueto con su dueño para las fotos, Ximena decide llevárselo para que podamos charlar tranquilos. Lo hacemos entre retratos de gran formato de sus montajes teatrales, estanterías llenas de libros de magia, ciencia y filosofía, y, también, de ejemplares de las propias obras del entrevistado: siete volúmenes de humor cuyos títulos son verdaderos alardes verbales.
Aparte de con naipes, ¿hace magia con las palabras?
Qué va, en absoluto. Eso es otra ilusión, otro artificio. No soy filólogo, pero es cierto que utilizo el lenguaje como materia prima y tengo amor a las palabras, las toqueteo y coqueteo con ellas.
Apuesto a que empezó a hablar antes que a andar.
No sé, no creo, porque ni me lo contaron ni me acuerdo. Lo que sé es que el hombre es el único animal que tarda un año en aprender a andar, dos a hablar y toda la vida a callarse. Eso sí sé que va a pasarme.
¿Siempre ha sido tan redicho?
Qué va. Era un niño muy vulgar, de la parte de abajo del montón. Era lo peor que se puede ser: el yerno perfecto. Ese del que las mamás dicen: este niño me gusta para mi hija porque es inofensivo.
¿Y la magia y el humor?
De muy niño, veía en la tele a un tipo llamado Juan Tamariz, que hacía magia, y, no sé explicarlo, pero mi mundo era un lugar mejor. Me pasaba lo mismo con Gila, con Tip y Coll, con Les Luthiers. Cuando, un día, un tío mío me llevó al cine, se quedó a los títulos de crédito y me dijo que esas eran las personas que hacían las películas, fue una revelación. Yo creía que el cine, o la magia o el humor eran como las montañas, los ríos y los árboles, que estaban ahí. Desde siempre quise ser uno de ellos. Empecé a hacer magia como afición, luego estudié Periodismo, me especialicé en guion y un día, Pablo Motos, mi jefe en El club de la comedia, me invitó a salir a contarlo ante el público. En mi carrera no hay un plan maestro. Recibo un sueldo por algo que haría gustosamente gratis.
¿No le costó enfrentarse al público?
No, porque no sentía sobre las espaldas el peso de una gran responsabilidad. Lo peor que podía pasar es que la gente no se riera. Un cirujano, un piloto, un conductor de autobús, esa gente con esa responsabilidad, tiene que estar estresada, pero, ¿cómo voy a estar yo nervioso? Solo compito conmigo mismo.
Hablando de competiciones: colabora con Pablo Motos y ha trabajado con David Broncano. ¿A quién quiere más?
Es maravilloso que, de repente, haya dos programas que gustan muchísimo a muchísima gente y que, además, no suponen una renuncia para nadie. Nadie por perderse El Hormiguero por ver La Revuelta, ni viceversa. Están todos encantados y eso está bien. El Hormiguero no ha perdido ni un espectador y, de repente, ha aparecido otra persona que es capaz de hacer algo a la altura. Los quiero igual: los dos son grandes amigos míos. Además, estas polémicas son temporales, en poco estaremos hablando de otra cosa.
¿Hay humor conservador y humor progre? ¿El sustantivo humor admite adjetivos?
Bueno, ponerles nombre a las cosas nos ayuda a comprenderlas. A mí me gusta decir que mi humor es tan blanco y tan fino que casi podría esnifarse.
¿Teme que la inteligencia artificial pueda mejorar sus chistes?
No, competencia no es. Mira, el otro día, mi amigo Xavi Puchades dijo: “Para que una IA escriba Mortal y rosa [novela de Francisco Umbral] se le tiene que morir un hijo de cinco años, y me quedé loco. Yo me hice mago porque veía a Juan Tamariz y me asombraba, me rompía los esquemas. No sé si es posible programar una IA para que se asombre, para que sienta ese vértigo, se emocione, te rompa los esquemas de la lógica, alcance ese cortocircuito intelectual que es un chiste. La IA puede recoger todos los chistes de la historia y hacer un arquetipo. Vale, eso es comer sobras, recalentar la cena. Pero, de repente, alguien va a venir y va a hacer un chiste que te descuaderne, y eso no lo puede hacer la IA.
¿Qué hay detrás de su flequillo? ¿Timidez, voluntad de estilo?
Pues mira, una frente y unas cejas. Es todo más sencillo. Cuando empezaba, me dejé el pelo largo, tenía que cambiar de gafas y le pedí unas a mi padre, para ahorrarme la montura. Me dejó unas suyas antiguas, como de Álvaro Cunqueiro, y justo ese día surgió la oportunidad de subirme a un escenario en televisión. Desde entonces, todo el mundo me dice que qué bien pensado, pero así fue la cosa. Ni soy muy tímido ni muy extrovertido. Vuelvo a ser el del montón.
¿Clase media?
Mi familia fue de clase media, pero ahora yo tengo un momento que, bueno, te diría que soy clase media alta. Mira qué oficina tan chula tengo, y estos ordenadores son Mac, Mac.
Yo, en vez de censura o autocensura, lo que propongo es un carné por puntos de la libertad de expresión
O sea, que no llora por eso.
Te diría que la última vez que lloré fue en 8º de EGB cuando suspendí matemáticas. No lloro mucho, fíjate. Si me pasan cosas malas, me pongo triste, me da rabia, se me pone un nudo en la garganta, pero romper a llorar desconsoladamente, no. Igual tengo que mirármelo en terapia.
En el cartel de Apocalípticamente correcto aparece con una gorguera, cual Lope o Cervantes. Ahí, ahí, picando alto.
Sí, pero la gorguera no está hecha de tela, sino que es una tarta de merengue y está a medio comer. El tipo del cartel se está comiendo su propia solemnidad cuanto nadie mira. El show combina la magia y el humor. El humor es la sorpresa intelectual, y la magia es más un vértigo emocional. Intento aplicar todo lo que sé de magia a los espectáculos de comedia. Ese quedarse con la boca abierta y preguntarte cómo ha sucedido.
¿El ilusionista es un iluso?
El iluso es el soñador, yo soy más terrenal, soy más ilusionista. Y en este espectáculo hablo de las cosas que nadie quiere tocar, como las anguilas eléctricas y la libertad. La libertad es un tema peliagudo, porque la gente no acostumbra a leer su letra pequeña, que es la responsabilidad, la autoexigencia y la libertad del otro. Y eso me abre un melón interesantísimo: si somos libres, ¿por qué hacemos las cosas?
Nuestros dos grandes motores son el miedo y la esperanza. El miedo ata, la esperanza te hincha las velas de la acción. El miedo espanta la risa, pero, paradójicamente, la risa espanta al miedo.
¿Por qué las hacemos?
Nuestros dos grandes motores son el miedo y la esperanza. El miedo ata, la esperanza te hincha las velas de la acción. El miedo espanta la risa, pero, paradójicamente, la risa espanta al miedo. De esto es de lo que va el show. Es un duelo a ver quién dispara primero, si la risa o el miedo. Intento que sea la risa quien arriesgue, dispare y gane por goleada.
¿Qué le sugiere el lema “libertad” que pregona Isabel Díaz Ayuso frente a otras opciones políticas?
Podemos ser libres, vale, pero, ¿y el otro? Hay que ver qué sociedad queremos tener y pactar algunas prohibiciones y algunas leyes, un marco para que todo el mundo pueda hacer lo que le da la gana. Es imprescindible que nadie haga lo que le da la gana porque, si no, es la ley del más fuerte, del más rico, del más poderoso. A mí me gusta abrevar en los libros de ciencia y de filosofía. Nietzsche distinguía entre sociedad sana y enferma. Tenemos que buscar una sociedad sana que permita estar mejor a la mayoría.
¿Y usted hace lo que le da la gana?
Hay muchas cosas que te impiden hacer lo que te da la gana, como tu código genético, tu estatura, tu idioma, el país y la familia en la que has nacido. Pero, con todo y con eso... no.
¿Se ha medido el coeficiente intelectual?
No me interesa, no quiero asomarme ahí ni de broma. Yo lo único que me mido es el tiempo: me cronometro para clavar los trucos de magia y de vez en cuando me mido los dedos, a ver si me han crecido, pero no me crecen. Si pudiera alargarme algo, serían los dedos, y tener unas manos elegantes de mago, que revolotean como un pajarillo, y no estas de Micky Mouse que tengo.
Se está quedando conmigo. ¿Eso es lo que hace el mago, quedarse con la gente?
Hombre, yo juego con la gente con algunas trampitas, con paradojas, pero mi intención no es quedarme con ella. Es más, quiero que la gente se quede conmigo. Me interesa que la gente se ría muchísimo, que cuando salga y al día siguiente le duela la cara, la barriga, que tenga risaca, que es la resaca del humor.
¿Nos faltan palabras como para tener que inventárselas?
Siempre. El lenguaje es la herramienta que tenemos para pensar. Pensamos en palabras. Cuantas más tengas, mejor matizado y construido va a estar tu pensamiento. Una persona que solo tenga 15 palabras va a poder pensar poco, pero es que además el lenguaje es la mejor herramienta para compartir nuestro tesoro más valioso: tu pensamiento y tus sentimientos.
Hay palabras que ofenden. ¿Qué es para usted lo políticamente incorrecto?
Ahí hay un jardín interesante en el que meterse. Yo, en vez de censura o autocensura, lo que propongo es un carné por puntos de la libertad de expresión. Entonces, tú puedes decir lo que sea, pero, si cometes infracciones, te quitan puntos y, si te pasas del todo, te quitan el carné. Por ejemplo: llamar papá y mamá a tus suegros. Yo eso lo he oído, y yo, por eso, lo retiraría.
¿Se puede uno reír de todo?
Por supuesto, pero, para mí, hay temas tan complejos que el chiste tiene que estar a la altura. Yo hago humor de todo menos de las cosas que no soy capaz. Hay chistes que no sé hacer. Situaciones en las que no soy capaz de sacar un chiste a la altura. Por ejemplo: ¿se puede hacer chistes del Holocausto judío? Ya ha pasado el tiempo, pero te digo en el día en el que aún olía a carne quemada. Si entonces eres capaz de hacer un chiste, eres un poeta. Y los hay. Tonino Guerra, el guionista de Fellini, escribió: “He estado contento muchas veces, pero la vez que más contento he estado es cuando me liberaron de Alemania, vi una mariposa y la miré sin ganas de comérmela”. Qué chiste maravilloso de algo tan terrible. Cuando yo sea capaz de hacerlos, los haré. Mientras tanto, el mejor humor que se hace en España es el de El mundo today. Cualquier día, aquí y ahora, está todo el mundo haciendo haciendo chistes de un tema complicado en las redes, llegan ellos y te hacen el mejor, el más fino, el más elegante, el más profundo y, a veces, el más poético.
Esto les va a encantar.
Es que lo siento así: me gustaría tener el talento de esos tíos.
Muchas gracias. Hemos terminado.
¿Ya? Si quieres te doy un par de titulares. Se me dan bien las frases cortas.
Vale.
Apocalípticamente correcto es un monólogo de humor rebozado con la harina del ingenio, el pan rallado de la ironía y un huevo de conocimiento.
Demasiado largo.
Vale, pues este: el humor hace la vida soportable.
MAGO DE LA PALABRA
A Luis Piedrahita (A Coruña, 47 años) se le presentó un dilema cuando tuvo que elegir carrera. Aficionado a la magia y al humor desde niño, su padre le dijo: "Puedes escoger lo que quieras: Económicas o Empresariales". Entonces, a él, que no quería pasarse la vida en un banco, se le encendió la bombilla. "Por aquel entonces, estaba muy de moda Pedro J. Ramírez, un tipo que era periodista y tenía pinta de banquero, con sus tirantes. Se lo dije a mi padre y así le convencí para estudiar Periodismo", narra, del tirón. Se especializó en guion y, al finalizar los estudios, empezó a trabajar en la trastienda de El club de la comedia hasta que su primer jefe, Pablo Motos, le animó a salir a la palestra. Hasta hoy. Autor de siete libros de humor, Piedrahita, colaborador de Motos en El Hormiguero, estrena el 4 de octubre el show Apocalípticamente correcto, en Madrid.
Babelia
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