Juan Tamariz: “No puedo dormir de noche. Me levanto por la tarde y lo último que veo es el amanecer”
Es el ilusionista más famoso de España y una autoridad mundial en la materia. Lleva siete decenios con la baraja entre las manos, sorprendiendo con sus juegos a varias generaciones. La televisión de los años de la Transición se convirtió en su catapulta hacia la fama tras muchos años de ausencia de contratos. Hoy tiene su paraíso en la bahía de Cádiz y mantiene viva la pasión por dejar boquiabierto al respetable
LA MADRUGADA ha tomado toda la bahía de Cádiz. Cerca de la Punta del Boquerón, en una casa de dos plantas, una lámpara no muy potente ilumina un tapete negro. Allí está el maestro, como siempre, con 52 naipes en sus manos, explicando a otro mago cómo perfeccionar su juego. Se les hará de día. Los discípulos saben que el mago es un noctívago genético, que empieza a trabajar cuando se va el sol y acaba cuando los primeros rayos iluminan la realidad. Juan Tamariz-Martel tiene 76 años y los dedos deformados de tanto apretar las cartas tras siete décadas con una baraja entre las manos. Desde que tenía seis años entrena y entrena, en jornadas de más de ocho horas, en una lucha apasionada contra el tiempo: “Es lo segundo que hago al despertarme; primero me rasco un poco y luego cojo la baraja”. Autodidacta, tímido, a veces hermético, le cuesta desvelar sus trucos para la vida. Por eso esta entrevista, realizada en unas cuantas sesiones en distintos meses y estaciones, es como una biografía autorizada… de filosofía.
¿Qué tiene la ciudad gaditana de San Fernando para ser su guarida mágica? A los pocos meses de nacer me llevaron a Cádiz, me puse muy malito y por poco la palmo. Mi padre se pasó toda la noche dándome agua a cucharaditas y renací. Soy un andaluz nacido en Madrid. Después de tanto tiempo aquí, me he dado cuenta de que el alma y el clima son fantásticos y de que la gente, a pesar de estar en una zona muy deprimidilla, lucha sin quejarse ni llorar.
Seguro que hay algo más. Mucho más: Chano Lobato, Camarón, el Carnaval… Cádiz irradia magia. En magia de cerca esta provincia es el faro del mundo. Por un lado, el tipo de magia que hago, que se basa en la rapidez intuitiva, tiene mucho de sureña. Cuando los fenicios fundaron Cádiz, hace 3.000 años, dedicaron la ciudad a la diosa Astarté, la diosa de la luna, la noche, la magia.
El primer truco lo hizo con seis años, así que lleva siete décadas haciendo magia… No tengo claro cuándo me dio por ahí. Me contaron que con cuatro o cinco años me llevaron a un teatro de Madrid para ver a un mago al que le decías un día concreto de un mes de cualquier año y al instante te adivinaba qué día de la semana era. También recuerdo que con seis años entré con uno de mis hermanos a una confitería para comprar un chicle. Venía con un dado y unas instrucciones. Me puse a hacer el juego a los amigos de la calle del Pintor Rosales de Madrid, donde todas las casas estaban derruidas porque allí estaba el frente en la Guerra Civil. Luego, pedí a los Reyes Magos una caja de magia. Mis amigos y familiares estaban horrorizados porque en cualquier bautizo o comunión aprovechaba para hacerles los ocho juegos que venían en la caja.
Casi nunca habla de su época escolar, ¿por qué? Porque fue dura y terrible. Pasé nueve años en un colegio de los jesuitas en Madrid y no tengo un buen recuerdo. Lo que no se me olvida es que te enseñaban el catecismo Ripalda y una de las cosas que me tenía que aprender de memoria era la definición de cielo: “El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno”. Cuando dejé de creer me di cuenta de que el verdadero cielo es el arte, donde el mal mayor solo es el aburrimiento.
Luego entró en la Facultad de Ciencias Físicas y después se metió en la Escuela de Cine, donde antes de ser expulsado por cese de la actividad llegó a rodar dos cortos. El otro día fui a la Filmoteca Española y comprobé que uno de ellos era una historia macabra y el otro tenía toques paranormales. Apuntaba maneras… Lo curioso es que al rodaje de uno de ellos, que titulé El espíritu, llegó una jovencita diciendo que quería ser actriz. Le comenté que había un papelito de espíritu que no tenía frase, no tenía que hablar. Aquella chica lo hizo muy bien y le fue fenomenal en su carrera de actriz. Se llamaba Carmen Maura y fue su primer papel. Así que yo fui su primer director.
Antes, a finales de los cincuenta, Tamariz intentó entrar en la Sociedad Española de Ilusionismo, un grupo de entregados y aficionados que no dejaban inscribirse a los menores de 20 años. “Para mí era la eternidad. Me cogí el metro y fue la única vez que pensé: ‘Yo me tiro”. No obstante, algo vieron los miembros de la institución en aquel chaval, sobre todo el mago Juan Antón, que sin decir nada a sus compañeros comenzó a mostrarle el espíritu de la ilusión. “Lo que no sabían es que llevaba al menos siete años dedicándole más de ocho horas diarias a la magia”. Tras la muerte de Franco, los españoles comenzaron a ver su cara, su sombrero de copa, su dentadura desigual y su melena rizada en el legendario concurso Un, dos, tres… responda otra vez. Era el Don Estrecho de Los Tacañones.
Antes del Un, dos, tres…, ¿cómo se ganaba la vida? Me contrató una cadena de hoteles. Venía desde Torredembarra, en Tarragona, hasta Estepona, en Málaga, actuando de hotel en hotel. Me pagaban la cena, me dejaban dormir, me daban el desayuno y me echaban. Fue en 1970. Al acabar aquel trabajo me metí en una agencia de publicidad; duré nueve meses. Fue el único empleo que he tenido distinto de la magia en toda mi vida. Bueno, y en TVE, donde estuve unos meses de regidor y luego de ayudante del realizador.
Vamos, que la fama sí cuesta. Durante años fue un desastre. No me contrataba nadie. Vivimos gracias a que mi compañera de entonces trabajaba de enfermera y nos íbamos a ver a sus padres a Galicia y volvíamos con el maletero lleno de carne, fruta… Fue una época muy feliz, menos por el triste 23-F. Vivíamos en El Escorial y, al verlo por la tele en un bar, me fui corriendo a casa. Las niñas estaban dormidas, y dije: “No aguanto más dictadura”. Con las maletas hechas y elegido el destino, Colombia, todo se arregló.
Siempre cita a José Frakson, a Juan Antón y al mago Fumanchú como sus maestros. Sí, fueron mis esencias. Fumanchú, que murió en 1974, ha sido mi guía. Fue un mago holandés nacido en Inglaterra que se crio en EE UU y que a los 20 años se fue a Argentina. Para mí es el mago de escenario más grande de todas las épocas. Y Frakson me mostró el amor por la magia, la pasión, el sentir el fuego dentro.
¿Fuego equivale a placer cuando coge los naipes? El mago siente una relación sensual y erótica con las cartas. Para empezar, hay un placer en el tacto del cartón de los naipes, existe esa sensación de que juegan contigo. El músico Pablo Sarasate decía que si un día no ensayaba con el violín, lo notaba él; si estaba dos días sin tocarlo, lo notaba el público; y si estaba tres, lo notaba el violín. Lo mismo pasa con las cartas. Son objetos pequeños y libres con mucho simbolismo.
Explíquese. Hay 52 cartas, como las semanas del año, cuatro palos como las cuatro estaciones. Si sumas todos los números te da 91 por cada palo, y multiplicado por cuatro palos suman 364, más el comodín, los días del año. Y el otro comodín para los años bisiestos. En la otra baraja, la española, los palos son los símbolos del poder: dinero, poder militar, bastón de mando político y las copas del poder eclesiástico. Cada carta es libre, pero todas están hermanadas.
¿No ha habido empresas que le hayan ofrecido asegurar sus manos como a algunos porteros de fútbol? Hace años vino un señor de un seguro a casa, pero le dije que mis manos, no. Le pregunté si se podía asegurar la voz, porque creo realmente que la magia está en la palabra, en el verbo.
“Yo quería hacer los juegos sentado, cerca del público, y esa profesión no existía ni aquí ni en Europa. Quería salir con mis vaqueros y mi sombrero”
Finales de los setenta. En un local de la Cava Baja de Madrid se cocía el entretenimiento alternativo. Por aquel sótano llamado La Mandrágora no solo desfilaban cantautores como Joaquín Sabina, El Gran Wyoming, Alberto Pérez y Javier Krahe. También Tamariz, un artista capaz de inventarse una profesión. Hasta entonces el público solo podía ver un mago en salas de fiestas y cabarés, donde la gente iba a ligar y a beber. Los números solían ser rápidos y mudos. La magia no había entrado ni en los teatros, ni en la tele ni en los garitos modernos. “Yo quería hacer los juegos sentado, cerca del público, y esa profesión no existía ni aquí ni en Europa. Quería salir con mis vaqueros, mi pelo y mi sombrero”. Precisamente por eso, su irrupción en el circuito artístico fue toda una revolución. Luego llegaron los primeros trucos con las cámaras televisivas como testigos, le llamaron de Argentina para hacer magia en la tele, “y cuando fui popular en España conseguí traer a magos de otros países, a René Lavand —ilusionista bonaerense que hacía los juegos tan solo con la mano izquierda—, capaz de actuar recitando a Borges, o al francés Gaëtan Bloom, que era la reencarnación de Breton y Cocteau. Estoy muy orgulloso”. La estela dejada por Tamariz es enorme, cientos de magos han aprendido con sus libros y charlas, otros muchos le imitan. Fue el primer mago sin esmoquin y alocado que dedicaba años y años a perfeccionar un efecto.
Pronuncias el nombre Tamariz y todos responden “chan-tatachán”, haciendo movimientos de violín. La realidad es que usted está considerado como el mejor cartomago vivo, con un material de divulgación que nadie ha superado, ha actuado en decenas de países de todo el mundo… y en 2011 le dedicaron el World Magic Seminar de Las Vegas bajo el lema “Juan-der-ful”.
¿Y después de usted, qué? No lo sé. Me noto bien y no me asusta hacerme mayor. Lo que sí me fastidia es tener que dedicarme más de la cuenta a los fallitos del cuerpo. El día que tenga 104 años estaré más lento. Lo que pediría es no perder la memoria. No tengo interés en jubilarme y tampoco tengo planes. Una de las cosas bonitas de las artes es que puedes estar trabajando en ellas hasta que eres muy mayor.
En 2009 le dieron el premio honorífico de Teoría y Filosofía en el Congreso Mundial de Magia de Pekín, y aquí ni nos enteramos. El mago pone sobre el tapete los deseos arquetípicos de la humanidad: saber el futuro, adivinar el pasado, resucitar, poseer bienes infinitos… Todo eso se consigue en los sueños y en este oficio. El mago tiene juegos para todos los arquetipos del psicólogo Carl Gustav Jung y el espectador los sueña en la realidad. Tenemos el ejemplo de Harry Houdini, el escapista. Supo expresar las ansias de liberación de los seres humanos, de los inmigrantes, de los apaleados. Hoy, las cadenas son las hipotecas, el jefe, los hijos, y el mago te da un empujón de ilusión. Todo juego tiene una metáfora, un símbolo.
Para usted, lo que es todo un símbolo es la gastronomía. Alguno de sus amigos habla de sus dotes para la cocina, pero ninguno ha llegado a probar sus creaciones. ¿Va de farol? Lo que más me gusta del mundo son las cenas, las buenas gambas, el jamón y las patatas fritas, sobre todo las patatas fritas. Y las dos bebidas divinas de la Tierra, el vino surgido en Occidente, y el té, la bebida de Oriente.
“No puedo dormir de noche. Lo primero que veo cuando me levanto por la tarde es el sol, y lo último que veo es el amanecer. La noche es absolutamente mágica”
¿Pero sabe cocinar o no? Solo sé hacer pasta, huevos fritos y tortilla. Por vaguería antes me hacía tortilla con patatas fritas de bolsa. Un día lo vi en algún sitio y dije: “¡Me han copiado!”.
Vive de noche, como los golfos y bohemios. Lo de la noche no lo elegí yo, es un gen familiar. Pensaba que era una costumbre, pero hace unos años me enteré de que puede ser genético. Mi madre, mi hija Ana, mi nieto Daniel y yo no podemos dormir de noche. Y, aunque no lo parezca, lo primero que veo cuando me levanto por la tarde es el sol y lo último que veo es el amanecer. La noche es absolutamente mágica, estás bajo el influjo de la luna, de la poesía, de los sueños. Y, encima, nadie te va a llamar por teléfono.
Aunque parezca obsesionado, lo que siente es pura pasión, que transmite año tras año en un congreso mundial de magos que organiza en El Escorial (Madrid). “No sé si habrá una persona que ame más la magia que yo. Lo que sí tengo claro es que soy el mago que más horas le dedica”. Y de ese empeño han salido decenas de libros sobre juegos, psicología y comunicación, y su gran legado, La Gran Escuela de Magia Ana Tamariz. Lleva el nombre de una de sus hijas, probablemente una de las personas que más sabe de ilusionismo en la actualidad. “Con nueve años venía al final de los espectáculos a decirme qué tenía que hacer para que saliesen mejor”.
También ama la música, la clásica de Henry Purcell y el jazz de Thelonious Monk y Keith Jarrett. Y cómo no, el flamenco. Fue amigo de Enrique Morente, del que valora que rompiese las reglas: “Solo puede hacerlo alguien que las conoce muy bien”. Es lo mismo que le pasó a él: tantas décadas leyendo, aprendiendo y creando juegos le permiten subvertir lo establecido, la ortodoxia: Tamariz fue el primer mago que decidió compartir con otros los secretos del ilusionismo. Es la razón por la que cada año pasan magos, venidos de allende los mares, por su casa gaditana. Hay respeto. Todos le atribuyen un don especial, es San Juan-der-ful.
Un día más, cae la tarde sobre San Fernando. Consuelo, maga colombiana y actual pareja de Juan, está a punto de terminar los patrones de un chaleco para su próxima actuación. Tamariz abre los grifos de la bañera. “Cuando me siento un poco bajo, me doy un baño de agua caliente, me enjabono, el agua se ensucia, y cuando quito el tapón veo que en esa agua se van las pequeñas envidias, los problemillas… Me siento más energético”.
Hablando antes con sus hijas, me han contado que fueron educadas en plena libertad. ¿Su pensamiento ácrata ha tenido mucho que ver en ello? Siempre he creído que la autoridad es muy mala. Hubo una época en que varios magos estábamos en la onda hippy o en la CNT. Arte y anarquía están bastante relacionados, y la magia ni te digo. Aunque mis padres eran conservadores y religiosos, me educaron en libertad, y yo hice lo mismo con mis hijas.
Usted tomó partido públicamente a favor del 15-M. Sí, y ahora me doy cuenta de lo difícil que es mantener aquella llama. Le voy a contar algo. Hace mucho, una amiga del PSOE me invitó a hacer magia en un colegio. Cuando llegué, resultó que era un mitin de campaña. Salió el candidato y me quedé fascinado. Al final, vino hacia mí y me dijo: “Quiero que estés en mi campaña porque transmites”. Le respondí: “No tengo tiempo ni quiero”. No me arrepentí, aunque me dio pena. Era Enrique Tierno Galván.
¿Qué opina de los nuevos magos que llenan grandes teatros, que triunfan con sus vídeos y sus trucos modernos? He dedicado años a pensar efectos en los que no existen cómplices. Hay dos cosas que rebajan al mago, al arte y la ética: utilizar cartas marcadas y usar compinches. Por eso a mí me gusta que el público toque las cartas, las corte, las coja… Si no, no hay emoción ni misterio. Si las utilizas parece que hay juego sucio. Y lo mismo ocurre con los compinches.
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