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‘Un, dos, tres’: el programa más grande la historia de la televisión española, explicado para ‘millennials’

El Goya de Honor a Chicho Ibáñez Serrador recordará la maestría de las dos películas que dirigió, pero sobre todo su valor al crear de la nada el prodigio visual en la pequeña pantalla en España. Y este concurso es su mayor muestra

Entre el 'avant garde' y el delirio ye-yé: una imagen de las azafatas del 'Un, dos, tres' en su espectacular decorado en el año 1973.
Entre el 'avant garde' y el delirio ye-yé: una imagen de las azafatas del 'Un, dos, tres' en su espectacular decorado en el año 1973. Getty Images
Guillermo Alonso

El 30 de noviembre de 1984 se emitió un programa de Un, dos, tres dedicado a los aeropuertos. Era habitual, desde su estreno en 1972, que cada programa estuviese dedicado a un tema. En el dedicado al aeropuerto montaron un enorme decorado de una terminal. Puertas de embarque, mostradores de facturación, cintas transportadoras, un par de tiendas... Como figuración, pasajeros de todas las nacionalidades y con diferentes vestimentas. Moviéndose por el decorado, un cuerpo de baile con unas quince personas. Y, de fondo, la recreación de una pista de aterrizaje sobre la que, al final de un número musical, se posa un avión.

En los años setenta, con una televisión en España que nacía de la nada, que los mercados internacionales se fijasen en nosotros fue un hito

Todo esto no llamaría demasiado la atención si no fuese porque ese decorado se utilizó solo en un programa. En otros (el circo, la antigua Roma, los piratas, el zoológico, la Revolución Francesa, la historia de Rusia, los casinos de Las Vegas...) se repetía la operación: un despliegue gigantesco de materiales y personal cuya utilidad nacía y moría en cuestión de horas. Los espectadores nacidos hasta los años ochenta recuerdan el programa no solo como el espectáculo más grande de la televisión, sino como algo aún más especial: un espectáculo que era diferente semana tras semana. No hemos vuelto a ver nada parecido.

El Goya de Honor a Chicho Ibáñez Serrador recordará las dos películas de terror que dirigió, una muy interesante y visionaria (La residencia, de 1969) y la otra, directamente, un clásico del cine de terror de los setenta (¿Quién puede matar a un niño?, 1976). Pero en un momento en que la frontera entre la magia visual del cine y la televisión se ha difuminado del todo, recordará especialmente a un pionero que usó en la pequeña pantalla unas temáticas, técnicas y presupuestos que no eran propios de ese medio.

Todos aquellos que viesen el Un, dos, tres pueden encontrar en este artículo un viaje al pasado en un tren mullido y cálido. Y los que no, tal vez se animen a ver alguna entrega (están disponibles en la web de RTVE) de este programa que, en 1972, inventó la televisión moderna en una España aún neonata para lo audiovisual.

Una idea tan sencilla que a nadie se le había ocurrido antes

El Un, dos, tres era una mezcla de los tres tipos de concursos que existían (y que siguen existiendo hoy): habilidad física, cultura y suerte. Hasta entonces habíamos visto concursos de los tres tipos en televisión, pero nunca unidos en un único show. Una idea de lo más tonta, ¿verdad? Tan tonta que a nadie se le había ocurrido. Solo a Narciso Ibáñez Serrador (Montevideo, Uruguay, 1935), que lo hizo primero de un modo un tanto tímido, por lo que explicamos en el siguiente punto.

¿Un concurso? Por aquel entonces era un género menor

El padre de Narciso Ibáñez Serrador era Narciso Ibáñez Menta, celebrado actor y director teatral español (nació en Asturias), pero nacionalizado argentino. Pese a que adaptó a Goethe, Arthur Miller o Sartre, se hizo célebre gracias al género de terror, una afición que contagió a su hijo. Sin embargo, Un, dos, tres fue para Ibáñez Menta un disgusto inicial: ¿un concurso? "¡Eso no es digno!", cuentan los allegados que le dijo a Chicho cuando se enteró de los planes de su hijo en 1972. Según esos mismos allegados a Chicho, ese fue el motivo de que en la primera temporada del concurso se diese una situación de lo más curiosa: que el nombre de Chicho no aparecía en los créditos del programa. Se especula que caló en él la opinión del padre y Chicho no quiso poner su nombre en los créditos. Hasta que el programa fue un éxito, claro... 

La telerrealidad no nació con 'Gran Hermano'

El reparto de 'Un, dos, tres' durante una fiesta en 1978. A la izquierda el primer presentador, Kiko Ledgard. A la derecha, con gafas, Chicho Ibáñez Serrador.
El reparto de 'Un, dos, tres' durante una fiesta en 1978. A la izquierda el primer presentador, Kiko Ledgard. A la derecha, con gafas, Chicho Ibáñez Serrador.Getty Images

No, nada en el Un, dos, tres se parece a Gran Hermano ni a sus duplicados, pero un hallazgo capital de Chicho Ibáñez Serrador fue hacer que los concursantes no solo fuesen en pareja, sino que además tuviesen relación entre ellos (sentimental, fraternal o amistosa). De repente, la intimidad y la complicidad saltaban al concurso y se convertían no solo en un atractivo para el espectador, sino en un arma para el juego: siempre había uno más ducho que el otro en ciertas áreas.

Y lo visionario de su planteamiento va más allá: en ediciones especiales del programa, las parejas de concursantes eran famosas. Chicho entendió antes que nadie que había algo en la dinámica de la intimidad que engancha sin remedio al espectador y si esa dinámica se da entre dos celebridades, los índices de audiencia directamente pueden reventar. Entre los concursantes célebres del programa estuvieron Lola Herrera, Rocío Dúrcal, Pitita Ridruejo, Forges, María Dolores Pradera o Alberto Cortez.

Si hoy hay minifaldas en televisión, agradezcámoselo a Chicho

Ágata Lys, Victoria Abril, Silvia Marcó, Lydia Bosch, Nina o Paula Vázquez comenzaron su andadura profesional en el Un, dos, tres como las azafatas que presentaban a los concursantes (ellas pronunciaban la célebre frase “amigos y residentes en…”), contabilizaban las cantidades ganadas por respuestas correctas, bailaban y enseñaban los premios. Según una persona que trabajó durante décadas con Chicho, este siempre tuvo una preferencia especial por Victoria Abril. “Tenía una naturalidad especial. Podía estar Kiko Ledgard [presentador del programa, entre 1972 y 1978] diciendo algo y ella soltaba una carcajada por detrás. A ella, Chicho se lo consentía. A otro, posiblemente, le hubiera pegado un grito. Y no se cortaba. Era un placer verla moverse cuando hicimos un programa sobre el ballet. Las demás iban como patos, pero ella... ¡cómo se movía!".

'Un, dos, tres' era una mezcla de los tres tipos de concursos que existían: habilidad física, cultura y suerte. Una idea de lo más tonta, ¿verdad? Tanto que a nadie se le había ocurrido

Parte del atractivo de estas azafatas era un uniforme con una falda muy corta. Un concepto chusco en los tiempos que corren, pero casi un ejercicio de militancia durante la primera temporada del programa: en 1972 Franco aún estaba en el gobierno y aún existía la figura del censor en RTVE. Con ellas, la minifalda hacía acto de presencia en el salón de la familia española. No era la primera vez que se veía (Massiel gano Eurovisión en 1968 llevando una falda por encima de la rodilla), pero sí que se convertía en algo periódico y doméstico: aquellas azafatas no eran un exotismo de festival, sino amables colaboradoras que tenían que agradar tanto a hombres como a mujeres. Y también al censor, claro. Una figura, por cierto, que el propio Chicho Ibáñez Serrador destituyó cuando en 1974 obtuvo el puesto de director de emisión. Por decirlo de otra manera: el primer paso para que no hubiese censura en RTVE empezó en el Un, dos, tres.

La primera vez en que el mundo se fijó en nuestra pequeña pantalla

Hoy es habitual que formatos de televisión españoles triunfen en el extranjero. Tu cara me suena se ha adaptado en más de cuarenta países, Mi madre cocina mejor que la tuya está en quince y El Hormiguero tiene versiones en Brasil, Chile, China, México o Portugal. Pero que en los años setenta, con una televisión en España que nacía de la nada, los mercados internacionales se fijasen en nosotros fue un hito. Y lo hicieron al ver el Un, dos, tres. 3-2-1, versión británica presentada por Ted Rogers durante diez años, comenzó a emitirse en Inglaterra en 1978 y llegó a atraer a 16 millones de espectadores en aquel país.

El Un, dos, tres se reveló como un concurso caro, pero enormemente rentable. En 1982 el presupuesto semanal era de 7.218.000 pesetas semanales, o sea, más de 43.000 euros. Hoy, con la inflación, serían 180.000 euros por programa. No era problema: no solo es que la audiencia fuese estratosférica (en 1984, 20 millones de personas veían el concurso, o sea, más de la mitad del país), sino que las marcas se rifaban los patrocinios en el programa.

Un, dos, tres también conoció versiones en Portugal, Alemania, Holanda (donde llegó a existir una lotería estatal con el nombre del programa) y Bélgica. Pero probablemente su versión más interesante, ya fuera de los platós, tuvo lugar en un edificio de Zamora. El centro de Alzheimer Ciudad Jardín buscaba el permiso de Chicho Ibáñez Serrador para poner en marcha un proyecto llamado Un, dos, tres... a recordar esta vez con ancianos de su centro como presentadores y concursantes. Las pruebas consistían en actos tan habituales como encender una vela y pedir un deseo. Tras cinco años de observación de dos grupos, uno siguiendo las técnicas de estimulación tradicionales y otro jugando al Un, dos, tres, concluyeron en 2011 que los segundos mejoraban en aspectos cognitivos y emocionales hasta un 20 por ciento y algún paciente llegaba a hacer actividades como tocar la guitarra tras varios años sin ser capaces. Parece que ciertos programas de televisión se quedan en un rincón de nuestras cabezas que trasciende la memoria.

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Sobre la firma

Guillermo Alonso
Editor web de ICON. Ha trabajado en Vanity Fair y Telecinco. Ha publicado las novelas ‘Vivan los hombres cabales’ y ‘Muestras privadas de afecto’, el libro de relatos ‘La lengua entre los dientes’ y el ensayo ‘Michael Jackson. Música de luz, vida de sombras’. Su podcast ‘Arsénico Caviar’ ganó el Ondas Global del Podcast 2023 a mejor conversacional.

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