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Iñaki Rikarte, el director teatral que todo lo convierte en oro

El creador vasco opta a dos premios Max el próximo lunes tras deslumbrar el último año con una obra de teatro de máscaras y un clásico de Calderón

Iñaki Rikarte, en el vestíbulo del Teatro de la Comedia de Madrid, el pasado 19 de junio.
Iñaki Rikarte, en el vestíbulo del Teatro de la Comedia de Madrid, el pasado 19 de junio.INMA FLORES
Raquel Vidales

El nombre de Iñaki Rikarte está en boca de todos en el mundillo teatral español. Todo lo que dirige se convierte en oro, sus obras enamoran tanto al público como a la crítica y se está llevando los principales galardones del sector esta temporada. En los recientes Talía, que concede la Academia de las Artes Escénicas, se coronó como mejor director por Forever, un conmovedor espectáculo de máscaras sin palabras de la compañía Kulunka. En los Godot, premios de la crítica madrileña que organiza la revista del mismo nombre, logró la misma distinción por El monstruo de los jardines, de Calderón de la Barca, que estrenó hace tres meses con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Pero además el próximo lunes le pueden caer dos Max, premios de referencia de la escena nacional, que se entregarán en Tenerife: mejor dirección y mejor coautoría teatral por Forever. Se sumarían al que ganó en 2023 por Supernormales, una sorprendente producción del Centro Dramático Nacional (CDN) sobre la vida sexual de las personas con discapacidad.

Todo esto ha estallado en los dos últimos años, pero Rikarte lleva más de dos décadas en las tablas. Nacido en Vitoria hace 43 años, empezó trabajando como actor en obras del CDN, la CNTC o la compañía vasca Tanttaka. Pero en paralelo se lanzó como director en distintas agrupaciones en Euskadi, principalmente Kulunka. En 2020 fue finalista al Max a la mejor dirección por El desdén con el desdén, de Lope de Vega, en otra producción de la CNTC. Desde entonces no ha parado: cuatro montajes totalmente diferentes y triunfadores en cuatro años, ¿acaso ha encontrado la fórmula secreta del éxito? El aludido sonríe: “No hay receta. Cada espectáculo requiere un proceso distinto y no puedo asegurar que el siguiente vaya a funcionar. Pero tal vez sí hay algo común que me propongo con todos: que el público lo entienda y disfrute”.

Estamos en el Teatro de la Comedia de Madrid, sede de la CNTC, donde ha deslumbrado su escenificación de El monstruo de los jardines. Las representaciones ya han terminado, pero se repondrá en el Festival de Almagro del 19 al 28 de julio. Es una comedia mitológica de Calderón de la Barca escasamente representada por su anacronía y dificultad: dioses, ninfas, oráculos, el héroe Aquiles y la guerra de Troya de fondo. Todo ello en verso del Siglo de Oro. ¿Cómo se consigue enganchar al público del siglo XXI con esos ingredientes? “El realismo no funciona con los clásicos, sobre todo porque los personajes no hablan normal. Entonces no puedes intentar cotidianizar algo que no lo es, hay que encontrar un código para que esas palabras resulten verosímiles en la actuación. A eso me refiero cuando digo que quiero que el espectador lo entienda”, responde Rikarte.

El código lo encontró después de darle muchas vueltas a la pregunta: ¿de qué va en realidad esta obra? “Es la historia de un reclutamiento forzoso. Aquiles está enamorado y no quiere ir a la guerra, pero las fuerzas del Estado actúan de tal manera que no puede evitarlo. Lo manipulan. Podría ser un joven ruso que vive en una aldea por la que pasa el autobús del ejército y se lo lleva. O un ucranio, un israelí, un palestino. El destino es el Estado”, reflexiona el director.

En su escenificación, Rikarte no alude a ninguna de las guerras actuales, sino que juega con el imaginario español para convertir el escenario en un espacio metafórico con signos fácilmente identificables: legionarios, guardias civiles, procesiones y vírgenes que son como oráculos contemporáneos. Una fiesta en la que nada resulta gratuito porque desde el primer minuto saltan por los aires todas las convenciones de la realidad. “¿Si Calderón hizo de su capa un sayo con el mito, por qué no lo vamos a hacer nosotros? Para eso están los mitos: para que los reconstruyamos y los utilicemos para explicarnos lo que somos hoy”, resume Rikarte. La historia del teatro occidental es la historia de una eterna reescritura.

Con la misma pregunta se enfrentó a Supernormales, el espectáculo por el que ganó el Max el año pasado. Escrita por Esther F. Carrodeguas, la obra es una sucesión de historias entrelazadas por un personaje que ofrece asistencia sexual a personas con diversidad funcional, con un elenco mixto de actores con y sin discapacidad. “Estaba perdido, era un mundo totalmente desconocido para mí y el texto es brutal, sin tabúes. Hasta que un día encontré la llave viendo con mi hijo cómo trabajaban unos jardineros en una glorieta de Madrid. Entre ellos había personas con discapacidad y parecía la imagen idílica de la integración: cielo azul, esa gente plantando flores, todos con uniforme. Pero de pronto pensé: ¿de verdad es idílico?, ¿qué hay debajo de esa estampa?”, recuerda Rikarte. La traslación escénica de esa cuestión fue: un jardín francés perfectamente recortado se eleva, desaparece y debajo queda un chico con discapacidad masturbándose en una cama.

Tal vez esa sea la fórmula secreta de Rikarte: su destreza para condensar la esencia de una escena en una imagen que conecta directamente con la sensibilidad contemporánea. O quizá esa habilidad la haya desarrollado en sus muchos años de trabajo con la compañía Kulunka, especializada en teatro de máscaras sin palabras. Ahí no hay más remedio que encomendarse al lenguaje visual. “Por ejemplo, tú ves a una madre enseñándole a su hijo fotografías que saca de una caja de latón y comprendes que le está contando algo de su historia. Aunque los personajes no hablen o no entiendas bien lo que dicen los versos de Calderón. La situación es el corazón del teatro”, proclama.

Con Kulunka, fundada en 2010 por Garbiñe Insausti y José Dault, se estrenó ese mismo año dirigiendo André y Dorine, una pareja de ancianos que cae en la desidia y después en el alzhéimer. El espectáculo resultó catártico y gustó tanto que todavía sigue representándose por todo el mundo: llevan 30 países ya. Después vendrían Quitamiedos, Solitudes, Edith Piaf, Hegoak y Forever.

Aún queda una pregunta, el más difícil todavía: ¿cómo logra contentar a la vez a público y crítica? Rikarte se encoge de hombros y responde con otra pregunta: “¿Es que la crítica no es público también?”. Pero no elude la cuestión: “Yo no me considero un director vanguardista, en el sentido de que mi objetivo no es la experimentación ni asombrar con innovaciones. Pero sí utilizo los lenguajes escénicos contemporáneos y todo lo que me pueda ayudar en cada espectáculo. Quizá simplemente se trate de usarlos con sentido”.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
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