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‘Supernormales’: cuerpos con discapacidad en busca de placer

Esther Carrodeguas e Iñaki Rikarte hablan de la sexualidad de las personas con discapacidad física o psíquica en una comedia satírica, reflexiva, arriesgada, divertida y disolvente, interpretada por un formidable elenco mixto de actores con y sin diversidad funcional

Una escena de la obra 'Supernormales'. De izquierda a derecha: Anna Marchessi, Emilio Gavira, Carlota Gaviño (arriba), Irene Serrano y Natalia Huarte (abajo).
Una escena de la obra 'Supernormales'. De izquierda a derecha: Anna Marchessi, Emilio Gavira, Carlota Gaviño (arriba), Irene Serrano y Natalia Huarte (abajo).LUZ SORIA
Javier Vallejo

“Mis padres dan pena: llevan toda la vida diciéndome que soy normal. ¡Qué voy a serlo! No soy normal: soy yo. No puedo ser astronauta, astrofísico ni matemático. ¿Por qué no me permiten ser como soy: incapaz y punto?”, se pregunta Germán, un hombre de 45 años con síndrome de Down, en Supernormales, comedia satírica de Esther Carrodeguas, dirigida por Iñaki Rikarte, que se representa en el madrileño Teatro Valle-Inclán. En esta obra oportuna, reflexiva, arriesgada, divertida y disolvente, la autora gallega y el director vasco se arriman sin prejuicios a un tema tabú: la sexualidad de las personas que padecen alguna discapacidad, y lo torean en corto, con gracia, apoyándose en una inspirada cuadrilla de intérpretes.

“¿Es que un discapacitado no tiene órganos, sentidos, inclinaciones, afectos, pasiones…? ¿Acaso no se alimenta de lo mismo y es herido por idénticas armas que cualquier otro ser humano? ¿No está sujeto a iguales enfermedades y es calentado por el mismo sol? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Entonces, ¿por qué no vamos a tener deseos sexuales?”, cabe preguntarse, parafraseando a El mercader de Venecia, en vista de que en el inconsciente colectivo hay dos tópicos cómodamente instalados: que las personas con un hándicap funcional no necesitan relaciones íntimas, porque tienen su sexualidad adormecida, o que, por el contrario, tienen impulsos incontrolables, que es mejor reprimir.

Aunque tenga momentos de interés menor, la función tiene fuerza, ligereza, sentido del humor y calado

En Supernormales, Carrodeguas pone sobre la mesa el abuso de poder que sobre los discapacitados ejercen a veces sus padres y las instituciones, el paternalismo con el que la sociedad tiende a tratarles, la hipermedicación que se les dispensa, el apocamiento que sufren… La espoleta de tales temas es el servicio de asistencia sexual para impedidos que desde hace unos años vienen ofreciendo en España varias organizaciones no gubernamentales, pero también personas particulares. María, coprotagonista de esta función, se dedica a ello: presta servicios íntimos retribuidos y nos lo cuenta con naturalidad, delante de Carmela, su novia, que, entre espantada y celosa, no para de gritarle: “Pero, ¿cómo puedes tocarle a ese chico entre sus piernas después de haberme tocado a mi?”

La escena inaugural es divina y subterránea a la vez. Sucede en las profundidades del deseo reprimido, pero tiene un pálpito revelador: Juan (un radiante querubín de alas rotas, interpretado risueñamente por Marcos Mayo), recibe la visita de María, transparente serafín del séptimo cielo, al que Natalia Huarte le presta una fragilidad contundente. En las escenas subsiguientes, el espectáculo adolece de falta de continuidad, porque su autora va exponiendo un tema detrás de otro, a través de personajes diferentes. Es al aproximarse a su cénit, con la reaparición de la angelical María, cuando Supernormales encuentra un hilo conductor, que le insufla nuevo ímpetu. Carrodeguas habla sin pelos en la lengua, con el lenguaje de la calle, trufado de tacos, y sus personajes se refieren a sí mismos con desparpajo como: “Tullidos, tontitos, incapaces”, para, apropiándose de las palabras con las que el vulgo les denomina, quitarles su matiz peyorativo.

Rikarte es un fino director de actores, que tiene además pulso dramatúrgico: sin retocar el texto original, ha cosido sus escenas en la práctica, les ha añadido teatralidad, las ha contextualizado y les ha impreso una dimensión simbólica, expresada certeramente mediante un dispositivo escenográfico de Monica Boromello, que un grupo de actores iza como se iza la bandera de una ciudad recién liberada.

Los intérpretes están a cual mejor. Irene Serrano (Carmela) es el contrapeso telúrico de María. Carlota Gaviño y Jorge Kent son la exacta caricatura de un pape y una mame requetepreocupades por su hije (traslado aquí la terminología irónica de la autora), con los que Inma Nieto tiene que templar gaitas. En la Sara de Anna Marchessi palpita fidedignamente la frustración de la España profunda. Mónica Lamberti le imprime un empuje formidable a Paca, la prostituta. José Manuel Blanco (Germán) tiene una vis cómica demoledora. Emilio Gavira, en fin, viene a ser el capitán de esta alineación extraordinaria, integrada por actores discapacitados y actores que no lo están.

Aunque tenga momentos de interés menor (al soliloquio del devoto le falta un punto de vista, un aliño, un pellizco) y pase por alto las relaciones de pareja o de amistad sexual entre personas con y sin discapacidad, la función tiene fuerza, ligereza, sentido del humor y calado: el público en general salió hablando vehementemente de todo lo acontecido.

Supernormales. Autora: Esther Carrodeguas. Director: Iñaki Rikarte. Madrid. Teatro Valle-Inclán, hasta el 24 de abril.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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