‘El monstruo de los jardines’: todo nos habla de la guerra
Iñaki Rikarte y la joven Compañía Nacional de Teatro Clásico hacen de este ‘calderón’, prebélico y jocoso pero trágico, uno de los espectáculos más alentadores de la temporada
Tres mil años de guerras de occidente con oriente por el control de las rutas comerciales palpitan en este divertido, alado y certero montaje de El monstruo de los jardines. Iñaki Rikarte, su director, entrevera lo risueño con lo trágico en una puesta en escena pausada pero vivaz, bien respirada, atenta al subtexto del verso calderoniano y a lo que acontece en los corazones de sus personajes. Nada se pierde en palabras en esta comedia mitológica donde Aquiles, el héroe decisivo de la Guerra de Troya, vive escondido y disfrazado de mujer para esquivar la muerte que un oráculo le auguró.
El paladín travestido y apegado a la vida que nos presenta Calderón es el jovencito retratado por Estacio en su Aquileida y el guerrero melancólico de La Ilíada, que rehúsa entrar en combate porque considera que ser un simple porquero es mejor que acabar criando malvas. Menis, la palabra griega con la que Homero abre esta obra fundacional de la literatura europea, ha sido traducida habitualmente como cólera, pero quiere decir más bien manía, melancolía, falta de ánimo… Por eso Calderón retrata a Aquiles como un héroe mohíno, doblegado por las circunstancias, que abre la comedia con las mismas primeras palabras pronunciadas por Segismundo en La vida es sueño: “¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!”. La suerte de ambos está marcada por el miedo de sus progenitores a que se cumpla el mal designio bajo el que nacieron.
Interpretado por Pascual Laborda, Aquiles es un Marte oblicuo, con faldas, que seduce sutilmente a Deidamia, hija del rey de Esciros, una Venus gallarda y arrebatadora, briosamente encarnada por Ania Hernández. Su primer encuentro y el diálogo donde intiman son una delicia. La actuación de ambos y la del afinado coro que les rodea tienen su apogeo en una escena esquizoide, donde la comedia, ya hacia el final, se empina como la cima del Tourmalet. Rikarte y su elenco hacen una lectura diestra del asunto de la obra (la pugna entre libre albedrío y destino), sirven con desenfado la parte festiva y le sacan jugo a las canciones.
El buen ánimo que atraviesa este espectáculo producido por la Compañía Nacional de Teatro Clásico no le quita un ápice de grosor al texto ni de poesía al verso. El autor de El gran teatro del mundo utiliza la fábula ancestral para hablar del carácter belicista de la Grecia micénica y de la antigua Grecia, que han modelado Europa. Ikerne Jiménez, diseñadora del vestuario, enlaza presente y pasado en una escena donde militares de las ciudades estado enemigas de Troya, población llave del estrecho del Helesponto (que separa Europa de Asia), agitan unas banderitas en las cuales se fusionan las enseñas griega, de los EEUU y de la Unión Europea.
En otro momento, cuando Ulises hace retumbar un artefacto infernal y todos (salvo Aquiles en femenil atuendo) se lanzan al suelo, aterrados, tal y como Calderón sugiere, el público piensa en lo ocurrido en 1981 durante el Tejerazo y en la actitud gallarda de Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado, que permanecieron impertérritos mientras sonaban disparos en el Congreso. Luis Miguel Cobo ha compuesto una música muy metida en harina barroca. El gracioso Libio de Xavi Caudevilla, el Ulises perito en telecomunicaciones de Marc Servera, el Lidoro jovial de Felipe Muñoz… Cada uno de los personajes del drama, incluso los episódicos, está delineado con afinada gracia. El broche de la función, una imagen inmarcesible, añade más leña al tema del que se trata.
‘El monstruo de los jardines’. Texto: Calderón. Versión y dirección: Iñaki Rikarte. Madrid. Teatro de la Comedia, hasta el 26 de mayo.
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