Reconstrucción del ‘caso caravaggio’ de Madrid: el cuadro que pasó de valer 1.500 euros a más de 30 millones
Esta historia comenzó hace tres años en una casa de subastas. El pasado agosto un coleccionista inglés adquirió la pieza con la intención de que se exponga en “colecciones públicas”. Por ahora, se verá en el Museo del Prado
Mediados de marzo de 2021. La casa de subastas Ansorena de Madrid envió por correo electrónico el catálogo de su próxima venta a coleccionistas, historiadores, galerías... los clientes habituales. En la esquina inferior de una de las páginas aparecía una pequeña imagen —era especialmente pequeña— de un cuadro llamado La coronación de espinas. Estaba atribuido al círculo del pintor Ribera (siglo XVII) e iba a venderse a principios de abril con un precio de salida de 1.500 euros. El estado de la tela, sin marco, no era particularmente malo. Pero la acumulación de barnices y la calidad de la foto no contribuían a valorar con la suficiente precisión la pieza. O tal vez eso creyeron en Ansorena. En cualquier caso, para salir de dudas, durante dos semanas, todo aquel que quisiera podía acercarse al local cerca de la Puerta de Alcalá de Madrid a ver la obra. Como es habitual en las subastas, la entrada es libre.
Este es el punto de partida de unos de los descubrimientos recientes más importantes en la historia del arte.
Hasta Ansorena llegaron investigadores, sobre todo de Italia, grandes marchantes españoles, italianos y británicos. Se pasó por allí hasta Miguel Falomir, director del Museo del Prado. Especialistas con una mirada aguda y precisa entrenada por los años de experiencia. Capaces de identificar una obra maestra en la esquina inferior de un pdf de un catálogo de una casa de subastas.
Todos entraban en Ansorena y preguntaban por el mismo cuadro. El trasiego de importantes especialistas y coleccionistas empezó a ser sospechoso en la propia casa de subastas. No solo allí, algunos trabajadores del Prado recuerdan la extrañeza de ver coincidir a tantas personalidades del gremio de visita en el museo en esos días de marzo y principios de abril de 2021.
Algunos de estos visitantes, como Maria Cristina Terzaghi, reconocida historiadora del arte italiana, tuvieron suerte y pudieron ver el cuadro. Otros, como el propio Falomir, llegaron tarde. “Señor director, si viene usted a ver la copia de Ribera, sepa que la hemos retirado de la subasta y que ya no está aquí”, le dijo uno de los empleados de Ansorena.
Era ya el 9 de abril. Para entonces, Jaime Mato, responsable de la casa de subastas, y la familia dueña del cuadro habían recibido ofertas millonarias que hicieron saltar todas las alarmas y provocaron la suspensión de la venta del cuadro. En torno al 22 de marzo, el marchante madrileño Nicolás Cortés deslizó una oferta por un millón y medio. Andrea Ciarioni, codirector de la galería Altomani de Milán, ofreció el 26 de ese mismo mes 600.000 euros. Otros dos coleccionistas italianos pujaron por tres y seis millones de euros. Una de las más elevadas fue la de los anticuarios Robilant+Voena, que, en colaboración con el marchante italiano Fabrizio Moretti, subieron la oferta a más de 23 millones. Antonello di Pinto, profesor experto en arte que asesora a coleccionistas como intermediario en este tipo de compras, le envió la imagen a un anticuario italiano. “Si lo compramos, triunfamos”, explicaba Di Pinto que le dijo. En este tipo de operaciones las comisiones de los mediadores pueden ser del 5%.
Los marchantes no solo ponían sobre la mesa cantidades desorbitadas para un pequeño cuadro con un precio de salida de 1.500 euros, sino que además acompañaban el desembolso de informes que contradecían la atribución de Ansorena. El consenso entre los expertos era casi unánime, algo poco habitual en el mundo del arte: había aparecido en Madrid un cuadro perdido de Caravaggio, lo que en el sector se llama un durmiente, un cuadro mal atribuido y susceptible de ser vendido, en aquel momento, sin protección. Hasta que el Ministerio de Cultura, en una decisión de urgencia que tomó en menos de 48 horas después de ser advertido por el Museo del Prado, declaró la inexportabilidad de Ecce Homo y apremió a la Comunidad de Madrid a que lo declarara Bien de Interés Cultural. En pocos días, el cuadro quedaba blindado con la mayor protección que una obra de arte puede recibir en España.
La leyenda del genio italiano del Barroco, del que se conocen solamente 66 obras (siete en manos privadas con el Ecce Homo), se agrandaba. A la vez, la oportunidad de hacer el negocio del siglo se desvanecía para estos comerciantes: la pieza en el mercado internacional podría haber superado los 100 millones de euros (el cuadro Judit y Holofernes, descubierto en 2014 en un desván cerca de la ciudad francesa de Toulouse, fue vendido por entre 100 y 150 millones de euros, en 2019, pese a que no hay consenso sobre la atribución). Tras la protección, la cantidad se reducía en torno a los 30 millones y solo una persona con residencia en España podría comprarla.
Mediados de abril de 2021. El cuadro quedó protegido por la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Cultura y permaneció custodiado, inicialmente, en las instalaciones de Ansorena. El Boletín Oficial del Estado publicó un informe del Prado que veía “fundadas razones formales y documentales” de que se trataba de un caravaggio. A Ansorena le quedaban 10 días para comunicar a las autoridades quiénes eran los propietarios de la pieza. Se iban sucediendo las preguntas. ¿Quién era esa misteriosa familia?, ¿desconocían la autoría del cuadro que colgaba en su salón?, ¿la casa de subastas de verdad no contaba con los especialistas necesarios?, ¿cómo se estableció ese precio de salida que muchos calificaron de “ridículo”?
Antes de que se cumpliera el plazo, el secreto se desveló. Los propietarios eran tres hermanos, los Pérez de Castro, dueños de una escuela de arte y diseño en el Barrio de Salamanca. Su tradición artística, sin embargo, se remontaba siglos atrás: eran descendientes de Evaristo Pérez de Castro, uno de los redactores de la Constitución de 1812, que presidió el Gobierno bajo la regencia de María Cristina. Además de dueño de una importante colección de arte. Por el otro lado familiar, eran herederos de Diego Méndez, arquitecto del Valle de los Caídos.
La familia, que siempre declinó responder a las preguntas de este diario, aseguró entonces a través de distintos portavoces que desconocía el origen del cuadro. Argumentaban que lo habían sometido a distintos estudios y las conclusiones nunca habían sido concluyentes. En aquellos días, Mato defendió el trabajo de su casa con un informe del que, por ahora, no hay rastro: “La obra había sido catalogada como un ribera en una expertización de hacía unos 15 años”. Pero fueron suficientes unas gestiones en el Archivo de Protocolos de Madrid y en la Academia de Bellas Artes de San Fernando para encontrar dos documentos clave: el inventario de las obras de Evaristo Pérez de Castro y su testamento. Estos informes describen que el cuadro llegó a España en 1656 de manos del Virrey de Nápoles, apareció en un inventario de 1817 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando atribuido al pintor milanés y fue objeto de una permuta por un alonso cano del político con ojo ciertamente educado para las artes. La familia, aparentemente, lo tuvo en sus manos durante 198 años. ¿En qué momento esa valiosa información se perdió de una generación a otra?
Las respuestas ante tantas dudas las empezó a responder Jorge Coll, dueño de la casa Colnaghi, con sedes en Londres, Nueva York, Venecia y Madrid, uno de los mayores anticuarios del mundo, que fue el elegido por los Pérez de Castro como portavoz y gestor de la restauración, atribución y venta de Ecce Homo. El marchante ya había mostrado a este diario su convencimiento de que acabaría siendo el elegido para llevar las riendas de la operación. “Me voy a quedar con este cuadro”, llegó a decir en conversación telefónica con EL PAÍS. Y así fue. Coll, desde el inicio, defendió que la familia desconocía el tipo de pieza que colgaba en el salón de su casa. “El arte antiguo es muy complicado”, respondió a este diario. “No tenían muy claro que era de Evaristo, pero sí que venía de ese lado de la familia”.
Durante los tres últimos años, Coll ha gestionado con discreción la restauración de la obra que se ha realizado en la galería Colnaghi de Madrid con el permiso de la Comunidad. La pieza fue trasladada hasta allí desde unas instalaciones cerca del aeropuerto de Madrid, en Coslada, acondicionadas para almacenar obras de arte y donde también hay un laboratorio para el análisis de estas piezas. Un equipo de restauradores liderado por el experto italiano Andrea Cipriani ha estado arreglando los desperfectos de la pieza. Bajo su mando, especialistas como Claudio Falcucci y Carlo Giantomassi, otro relevante restaurador que participó en los trabajos de los frescos de Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina. “La obra estaba bien para tener 400 años y los vaivenes que ha pasado”, ha explicado Coll. “Ha sido una restauración agradecida en la que se han recuperado las medidas originales del cuadro”.
Desde el inicio, el marchante descartó para esta tarea el taller de restauración del Prado. “El Prado es uno de los clientes, parte interesada”, se justificó Coll. Recientemente ha reculado en parte su primera respuesta para explicar que la última palabra siempre fue de la familia que optó por “los mejores restauradores del mundo”, en referencia a su propia elección.
De manera paralela, Coll ha contado con la colaboración de Terzaghi, una de las mayores expertas en el mundo en Caravaggio que ya en julio de 2021, solo cuatro meses después de que apareciera el cuadro en el catálogo de Ansorena, publicó un informe científico en el que concluía que se trataba de Caravaggio; además de Keith Christiansen (comisario del Museo Metropolitano de Nueva York), Gianni Papi (historiador del arte) y Giuseppe Porzio (historiador del arte en la Universidad del Arte) para atribuir la pieza al genio del Barroco. Sus conclusiones aparecerán en un libro. El consenso inicial, por tanto, quedará ratificado por escrito.
Solo en una ocasión, en el verano de 2022, Coll y los Pérez de Castro tuvieron que volver a capear la atención que genera este cuadro. Por primera vez salía a la luz un informe elaborado en abril de 2021 por el director del Museo del Prado, Miguel Falomir. Este diario tuvo acceso al documento en el que los especialistas de la pinacoteca detectaron cuatro “problemas”. Uno: la “gran acumulación de barnices hace imposible la visión de al menos un 40% de la superficie”. Dos: hay “gran cantidad de repintes y retoques”. Tres: se observan “desprendimientos de la capa pictórica que han dejado la tela al descubierto”, un “peligro” que “amenaza” con reproducirse en otras zonas del cuadro. Y cuatro: el refuerzo de la parte posterior de la pintura “ha perdido adherencia”.
Coll se mantuvo en silencio. Su veredicto siempre ha sido el mismo: “El estado de conservación es correcto”.
Final del verano de 2023. Coll y sus socios —también marchantes— Filippo Benappi (Benappi Fine Art) y Andrea Lullo (Lullo Pampoulides) tienen el cuadro restaurado y un exhaustivo informe en el que los mayores especialistas del mundo en Caravaggio aseguran que el lienzo que tienen entre manos fue pintado por el artista barroco. El interés por la pieza, pese a la protección legal, nunca ha decaído, ha asegurado el anticuario. Solo falta un comprador.
Un mecenas inglés, coleccionista de arte contemporáneo, se acercó a Coll con el interés de comprar un cuadro de Velázquez, aseguran varias fuentes conocedoras de la negociación. Pero el anticuario español tenía algo mejor que ofrecerle: el (pen)último caravaggio encontrado. Cómo resistirse a una pieza de este tipo.
En julio de 2023, comienza una negociación en la que, según Coll, hubo dos requisitos. En primer lugar, el comprador debía tener una residencia en España como se establece para los dueños de piezas BIC. No hay problema, el mecenas inglés tiene una casa aquí. En segundo lugar, “el deseo de la familia es que el cuadro se exponga al público”, ha asegurado Coll. Hecho. Se firma un contrato a través del despacho Ramón y Cajal que redactan Rafael Mateu y Patricia Fernández, abogados de la firma, para que durante nueve meses el Ecce Homo se exponga en el Museo del Prado en forma de préstamo temporal (del 28 de mayo hasta octubre de 2024). En este punto, el nuevo propietario, cuya identidad es un misterio, hizo una petición: la tela tiene que exponerse durante un tiempo en un espacio exclusivo. La pinacoteca cedió, aunque este tipo de exhibición sea una rareza en este museo.
“Ecce Homo”. La recuperación de un Caravaggio perdido. A partir del 28 de mayo en el Museo del Prado pic.twitter.com/AWjpPCEInQ
— Museo del Prado (@museodelprado) May 7, 2024
Solo faltaba cerrar la cifra de venta. Unos 30 millones de euros que se repartirán entre los Pérez de Castro, Coll y sus dos socios. Una cantidad que resulta bastante asequible, dicen varias fuentes consultadas, para un coleccionista de arte contemporáneo. Valga un dato: Warhol rompió la banca de las subastas en 2022 con la venta en más de 100 millones de euros de un cuadro de Marilyn Monroe.
Toda esta negociación siempre ha sido comunicada a la Comunidad de Madrid y al Ministerio de Cultura ya que el cuadro está protegido, explican desde el despacho Ramón y Cajal donde se firmó el contrato a finales de agosto de 2023. Es decir, que desde un primer momento los organismos públicos que ejercen algún tipo de control o vigilancia sobre la obra supieron la voluntad de la familia de exponerla. El nuevo dueño, dice Coll, “no la va a colgar en su casa”. “Es un filántropo muy generoso”.
En resumen: un coleccionista inglés compra la obra por el precio que se barajó desde que el Ecce Homo fue protegido. Los primeros dueños y sus representantes reciben las sustanciosas cantidades pactadas. El Estado se asegura no desembolsar un euro y añadir al patrimonio español, aunque en manos privadas, un nuevo caravaggio (se une a la Salomé que cuelga en el Museo de las Colecciones Reales, San Jerónimo Penitente en el Museo de Montserrat y Santa Catalina de Alejandría en el Thyssen). El Museo del Prado encuentra el complemento perfecto a su caravaggio, David vencedor de Goliat y que, en palabras de David García Cueto, jefe de Departamento de Pintura Italiana y Francesa hasta 1800, permite ver “su evolución técnica hacia un estilo final mucho más ágil que no descuida las pinceladas que definen los detalles”. El nuevo propietario posee ya un icono, es el dueño de una preciada obra de arte. Además, tiene asegurada la conservación y protección de la pieza gracias a las garantías que un museo como el Prado ofrece.
Todos contentos.
Pero antes de escribir el final de esta historia, aún quedan algunos flecos por resolver. Tanto Mateu como Coll explican que el cuadro estará desde finales de este mayo, nueve meses en el Prado para después ser exhibido en “otras colecciones públicas”. El abogado representante del coleccionista inglés avanza que es probable que la pieza viaje después por España, Europa y otros continentes si las conversaciones con el Ministerio de Cultura para que emita las licencias necesarias, es decir, el pasaporte de la obra, se confirman. Sin esos documentos, un BIC no puede salir de España. Es el compromiso para que siempre vuelva. ¿Qué pasará cuando termine este tour?
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.