El coleccionismo mantiene viva la llama del Museo Ruso de Málaga
El bloqueo internacional a Rusia obliga al centro cultural a recurrir a fondos privados para sus nuevas exposiciones, como la actual con un centenar de obras propiedad de José María Castañé
En el año 1990 José María Castañé (San Sebastián, 85 años) se enamoró. Ocurrió durante un viaje a la ciudad que entonces se llamaba Leningrado (hoy San Petersburgo). “Fui a varios museos y me impresionó el arte ruso”, recuerda. Se interesó por él y pronto comprendió que podía adquirir obras de calidad a un precio que consideró razonable. Su primera adquisición fue un pequeño bodegón de Natalia Goncharova compuesto por un florero con tulipanes blancos. Con los años ha reunido una excepcional colección de un centenar de trabajos que ahora han salvado al Museo Ruso de Málaga. Son la esencia de la exposición Más allá de su tiempo. La aventura de un coleccionista, inaugurada el pasado 25 de julio. Es la segunda tras el inicio de la invasión de Ucrania y la segunda que recurre al coleccionista privado. “Es una buena solución ante la imposibilidad de arte oficial”, afirma Castañé, que con sus fondos ha insuflado vida al único museo europeo centrado únicamente en arte ruso.
El bloqueo internacional a Rusia tras el inicio de la guerra y la prohibición de establecer ningún tipo de relación comercial con su Gobierno pusieron en jaque, en primavera de 2022, al Museo Ruso de Málaga. El espacio funcionaba hasta entonces con una relación directa con el Museo Estatal de San Petersburgo, del que llegaban periódicamente en préstamo una selección de sus fondos a cambio de 400.000 euros anuales. Las primeras bombas cayeron cuando se exponían en tierras malagueñas obras como la Caballería roja, de Kazimir Malèvich, dentro de una muestra titulada casualmente Guerra y paz en el arte ruso.
El cuadro y el resto de las piezas fueron enviados de vuelta a Rusia. Y estas salas quedaron vacías hasta que Picasso las ocupó. Fue una solución temporal en una primera etapa de cancelación mundial a la cultura rusa que le impactó de lleno. Llovieron críticas y su papel quedó en el aire, pero poco a poco la historia y el arte de Rusia volvieron a llenar las paredes con instalaciones, fotografías y diversos proyectos. A principios de este año el museo renació a partir de la colección privada de la británica Jenny Green. “Es interesante que haya encontrado esta manera de seguir adelante al margen del Gobierno y las élites rusas”, explicaba entonces Mira Milosevich, investigadora del Real Instituto Elcano.
La muestra sirvió para abrir los ojos a quienes daban por cerrado el museo. ¿Ha sido el coleccionismo privado lo que ha permitido su supervivencia? La respuesta es un sí, pero no únicamente. “También hemos tenido proyectos con otros artistas e instituciones”, afirma José María Luna, director del centro. “Mantener los museos abiertos es siempre importante. Tienen una función muy relevante dentro del ecosistema cultural de cualquier ciudad, en este caso Málaga. Hubo incomprensión, pero nos hemos ganado el respeto convirtiendo un problema en una oportunidad”, señala Luna, que cree que el espacio invita precisamente a lo contrario de un conflicto: al diálogo. Una conversación a finales de 2022 sirvió, de hecho, para manifestar su interés en la colección de Castañé, quien aceptó encantado.
“Los museos no deciden la cultura de una ciudad o un país, no pueden existir en el abstracto. Nacen de la adquisición, catalogación o exhibición de las obras que han reunido los coleccionistas”, afirma Ivan Samarine, consultor de arte de origen vienés y con ocho años de experiencia en arte ruso en Sotheby’s, que ejerce de comisario en la exposición Más allá de su tiempo. La aventura de un coleccionista. Un buen ejemplo es el Museo de Arte Moderno de Tesalónica, que cuenta con los fondos de la colección de arte ruso de Georges Costakis, que serán la base de un proyecto en el que ya trabaja el museo malagueño para 2024. “Quien gasta su dinero en arte está en la base de la cultura. Las colecciones privadas son la fuente más importante para conocer el gusto popular”, afirma Samarine.
Retrato del propio coleccionista
El especialista subraya la inteligencia, la curiosidad y los singulares intereses de José María Castañé. “Antes en este museo el comisario elegía entre los ingentes fondos del estatal de San Petersburgo y los ordenaba en base a alguna temática especial. Ahora lo único que unifica las piezas es su coleccionista”, afirma. El rasgo común que comparten todas las piezas es que han motivado a Castañé a adquirirlas y, también, que ha tenido la oportunidad de hacerlo: “Seguro que otras le interesaron, pero no pudo comprarlas por mil circunstancias”, señala Samarine, que también ejerció de comisario en la muestra de Jenny Green. Al igual que ella, el donostiarra es uno de los pocos coleccionistas de arte ruso fuera de Rusia. Hay numerosas obras desperdigadas por muchos países, pero rara vez pertenecen a una misma persona.
Relata Castañé que le gusta observar el arte que acumula, que disfruta con la idea de caminar solo unos metros en su casa para repetir “el placer de mirarlo”. Por eso el corazón de la exhibición es una pequeña sala donde el propio coleccionista ha reflejado una habitación ideal, esa que le sirve para analizar, disfrutar y estudiar el arte que adquiere. Fue una petición de Samarine, que ofrece así la oportunidad de que el público conozca mejor al coleccionista.
A lo largo de las diferentes salas hay un peso específico del arte ruso, con obras de artistas como Alexandr Deineka, Zinaída Serebriakova, Vasili Kandinsky, Natalia Goncharova o Liubov Popova. Hay también una segunda sección —comisariada por José María Faraldo— basada en documentos relacionados con los grandes conflictos del siglo XX, como la revolución rusa de 1917, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil o la desaparición de la URSS. Y una tercera parte —comisariada por Juan Manuel Bonet— incluye algunos de los fondos más contemporáneos del coleccionista, con obras que van de Alex Katz a Chema Cobo, Diego Rivera, Anselm Kiefer, Cartier Bresson o Wim Wenders.
Más allá de su tiempo. La aventura de un coleccionista no llega a la grandeza de las primeras exhibiciones con los fondos del Museo Estatal de San Petersburgo que se vieron en estas paredes, pero es un recordatorio de la existencia de importantes artistas rusos desconocidos en Occidente. “Algunos tienen un nivel altísimo”, destaca Luna, que cree que esa es una de las claves del Museo Ruso de Málaga, capaz de traer a los grandes nombres de las vanguardias rusas y adaptarse ahora a otros puntos de vista. “La cultura debe mantenerse fuera del conflicto. Tras la furia canceladora inicial, ahora se comprende que el arte está por encima de toda esta controversia”, señala el director. “Hay que entender que Chaikovski o Kandinsky no tienen la culpa del conflicto”, añade Samarine. “Una cosa es lo que hace este Gobierno actual y otra la historia de Rusia y su aportación a la cultura universal. La cultura es la vía principal para que los pueblos se comuniquen”, sentencia José María Castañé, que augura una larga vida al museo malagueño más allá de la invasión de Ucrania o el bloqueo a Rusia: “Hay arte ruso en muchos países y es una perfecta solución para traer obras interesantes”.
Babelia
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