De la estatua de Dostoievski a los conciertos de Valery Gergiev: la cultura debate hasta dónde cancelar a los artistas rusos
Instituciones y festivales de todo el mundo suspenden decenas de actividades por la vinculación de sus creadores con Putin, pero el miedo a generar ingresos que beneficien a Moscú choca con el temor a desatar una caza de brujas
La invasión de Rusia a Ucrania ha puesto al mundo de la cultura ante un dilema casi irresoluble: la mayoría de las instituciones y festivales del mundo apuestan por cancelar la presencia de artistas rusos en sus programaciones, pero ¿hasta qué límite? El Ministerio de Cultura y Deporte español, dirigido por Miquel Iceta, instó el miércoles a entidades públicas y privadas del país “a la suspensión de los proyectos e iniciativas en curso con la Federación Rusa, así como la cancelación de aquellas que se hubieran previsto y aún estuvieran pendientes de iniciarse”; es decir, se anima a excluir todo lo que tenga algún tipo de vinculación con el Gobierno de Putin o reciba ayudas públicas mientras las puertas siguen abiertas para creadores independientes y opositores. “Sabemos distinguir perfectamente entre un país y un pueblo. Seguiremos leyendo a Tolstói, pero condenamos al Gobierno ruso”, aclaró Iceta ayer en una rueda de prensa. Pero en la práctica no es tan fácil establecer esa distinción, pues muchas actividades privadas cuentan con algún tipo de soporte económico del Estado. De momento, festivales de cine como Cannes y Venecia o la Feria del Libro Infantil de Bolonia se han inclinado por un veto parecido al del ministerio español. Pero la gran mayoría del cine ruso, por ejemplo, goza de apoyo financiero público.
La casuística complica mucho la conversación. Hay algunas posturas claras: la Academia del Cine ucrania lanzó una petición online a la industria fílmica mundial para “boicotear la cinematografía rusa”, mientras que por otro lado el alcalde de Florencia, Dario Nardella, se negó a derribar una estatua de Dostoievski como le había solicitado algún ciudadano. Cuando algunos piden prohibir a cualquier creador ruso que no condene a su presidente, otros responden que es fácil decirlo desde Europa, pero que allí el gesto puede acarrear graves represalias. A la vez, frente a los que tachan la expulsión indiscriminada de “caza de brujas”, hay quien opone que es la única manera de evitar financiar a Putin, ya que siempre existe el riesgo de que algún euro recaudado por una obra acabe entre los fondos de Moscú. Ciertos programadores han alegado la protección de los creadores rusos: dicen que prefieren evitar exponerles a las protestas del público. Y hasta se debate sobre la coherencia: ¿por qué Palestina nunca ha recibido tal apoyo? ¿Y no sería el caso de ampliar las medidas a China, u otros Estados que no respeten los derechos humanos? Mientras, el tiempo pasa. Y, además de hablar, hay que decidir.
Mi hanno chiesto di buttare giù la statua di #Dostoevskij a #Firenze. Non facciamo confusione. Questa è la folle guerra di un dittatore e del suo governo, non di un popolo contro un altro. Invece di cancellare secoli di cultura russa, pensiamo a fermare in fretta #Putin.
— Dario Nardella (@DarioNardella) March 2, 2022
Grandes estudios de cine como Disney, Warner o Sony no estrenarán en Rusia sus próximas películas. Netflix ha cancelado todos sus servicios en el país, incluidas las producciones en desarrollo o la posible compra de filmes y series locales. PlayStation y Nintendo han interrumpido su actividad en Rusia y Spotify ha suspendido su suscripción de pago para los residentes. Los ministros de Cultura europeos han pactado pedir a la Unesco que la próxima reunión para decidir nuevas incorporaciones al patrimonio mundial, prevista en junio en Kazán (Rusia), se traslade a otro sitio. Ya se han marchado la final de la Champions’ League, la Fórmula 1 y la posibilidad para la selección masculina de fútbol de alcanzar el Mundial y para la femenina de llegar a la Eurocopa: han sido eliminadas por la FIFA y la UEFA. “No son meros gestos. La cultura y el deporte importan. Para Putin, sus compinches y para la población”, defendió Nadine Dorries, secretaria de Estado de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del Gobierno británico, que calificó esta batalla de potencial “tercer frente” de la guerra. Moscú también debe de darle cierta importancia: ha contactado con algunos de los principales museos del mundo para exigir la devolución inmediata de todas las obras prestadas por parte de instituciones rusas, según ha informado el diario italiano La Repubblica.
Pero Ricardo San Vicente, profesor de literatura rusa en la Universidad de Barcelona y traductor de escritores como Tolstói o Zóschenko, avisa de que el bloqueo occidental puede fomentar la xenofobia y “un sentimiento muy extendido en Rusia que se resume en ‘Europa nos castiga otra vez”. “Ningún Estado o poder pequeño o grande tiene autoridad moral para limitar el acceso a la cultura. No encontramos ningún sentido a censurar a personas cuya actividad personal y profesional es la creadora. Somos conscientes de que la creación va, y debe seguir yendo, más allá de los intereses políticos. Y son estos los que precisamente han tratado a menudo de instrumentalizar la libertad de los artistas. Nos tememos que también es así en este caso”, escribe Anastasia Kostyuchek, codirectora del Instituto Ruso Pushkin, centro que organiza cursos de idiomas y actividades culturales en Madrid y que, por otro lado, se declara “rotundamente en contra de cualquier forma de violencia o guerra”.
Frente a ello, Algirdas Ramaska, director del festival internacional de cine de Vilnius, en Lituania, declaró a The New York Times que “el aislamiento total” llevará a más ciudadanos a levantarse contra su presidente. Y la académica Jane Duncan, de la Universidad de Johannesburgo y experta en el impacto de los boicoteos culturales, explicó al mismo diario que iniciativas así pueden ser “extremadamente exitosas” si tienen muy claras sus reglas y sus objetivos. Pero ahí, precisamente, radican buena parte de las dudas.
El dilema del Museo Ruso de Málaga
La continuidad del Museo Ruso de Málaga, por ejemplo, está en el aire. Se trata de una filial del Museo Estatal de San Petersburgo que acoge muestras de grandes nombres como Malévich o Kandinsky. El espacio tiene un acuerdo con la ciudad rusa para permanecer hasta 2035 y Málaga paga un canon de 400.000 euros anuales por las piezas cedidas, lo que ha provocado que muchos sectores locales pidieran su cierre por la idea de que ese dinero financie a Putin. Después de muchas dudas, ayer el Ayuntamiento decidió en un pleno extraordinario que el museo permanecerá abierto “pero hibernando”. Es decir, seguirá su actividad, manteniendo la exposición actual, pero no habrá nuevas muestras. Al menos, hasta que no se aclare la situación internacional.
A pesar de la decisión, el debate se mantiene: todos los artistas que se exponen han fallecido. “Nada tienen que ver con esta situación, eso está claro. Quizá habría que cerrar el museo más como un acto simbólico”, dice Tecla Lumbreras, vicerrectora de Cultura de la Universidad de Málaga. Lumbreras se encarga de la programación del Espacio Cero, una sala de exposiciones en el rectorado universitario. Afirma que le supondría “un dilema” si la próxima muestra fuese de un artista ruso. “Es complejo, pero no creo que la suspendiera. La rabia de esta guerra no debe dirigirse a los rusos, no son culpables de tener a un psicópata en el Gobierno”, asegura. “Estoy de acuerdo en que hay que penalizar a los funcionarios u hombres de la política que intervienen en esta masacre. Pero creo que no habría que castigar, independientemente de sus opiniones, a los representantes de la cultura, que no tienen una responsabilidad en los actos de su Gobierno”, añade San Vicente.
La gestora cultural Cristina Consuegra sube el tono: “Apoyar el cierre de un museo o cancelar proyecciones me parece un despropósito. La gente o las entidades, en vez de tener criterios propios y defenderlos, lo hacen porque temen las reacciones en las redes sociales. Parece que ahora todo se debe pensar a golpe de tuit”. ¿Hay algún límite entonces para decidir qué se cancela y lo que no? “Los límites los marca el propio sentido de la cultura. Tiene un significado sensible y no tangible que le posiciona automáticamente contra la barbarie”, añade.
Lluvia de cancelaciones
El Teatro Real de Madrid también reflexionó sobre el tema y terminó por suspender las actuaciones del Ballet Bolshói, previstas para mayo. Lo hizo a pesar de que el director del histórico teatro moscovita, Vladimir Urin, firmó un manifiesto de rechazo a la guerra. Pero el caso del Bolshói ofrece nuevos matices. Por un lado, porque el teatro suspendió por su parte la actuación del español Plácido Domingo en Moscú prevista para el pasado 8 de marzo. Y por otro, porque su director musical, Tugan Sokhiev, dimitió la semana pasada de este cargo, pero también del que tenía en la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse, en Francia. En una carta, afirmó: “Nunca he apoyado ningún conflicto. No los acepto en ninguna forma ni manifestación”. Pero también planteó: “No puedo ver a mis colegas amenazados, tratados sin respeto y transformarse en víctimas de la cultura de la cancelación. […] Me piden que elija una tradición cultural sobre la otra. […] Pronto me pedirán que elija entre Chaikovski, Stravinski y Shostakovich y Beethoven, Brahms y Debussy. Ya está pasando en Polonia, país europeo, donde la música rusa está prohibida”.
El goteo de cancelaciones, mientras, se ha vuelto diluvio. El Festival de Música de Peralada suspendió las funciones del Ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, previstas para el 8 y 9 de julio. Y el Liceu de Barcelona confirmó que Anna Netrebko, considerada cercana a Putin, no cantará en el concierto de su 175 aniversario el 3 de abril. La soprano había lamentado en un mensaje en las redes sociales la guerra, pero también aseguró: “Obligar a los artistas y a cualquier figura pública a expresar públicamente sus opiniones políticas y condenar a su patria es inaceptable”. “En ningún estado democrático deberíamos llegar a semejantes circunstancias. Ese tipo de formas de presión no solo son ilegales, si tenemos en cuenta la Constitución Española, sino que son inmorales porque blanquean la instrumentalización del arte para que sirva a intereses políticos contrarios al diálogo”, opina al respecto Anastasia Kostyuchek.
Las razones de Netrebko no convencieron, sin embargo, a la Ópera Metropolitana de Nueva York, que renunció a su presencia para las próximas temporadas. Y la propia soprano ha preferido apartarse durante un tiempo de los escenarios. No actuará, pues, tampoco en la Scala de Milán, que además ha lidiado con la cancelación del más prestigioso director de orquesta ruso, Valery Gergiev. El teatro decidió que acoger a un artista afín a Putin, que había defendido la anexión de Crimea, resultaba insostenible. De ahí que le pidiera que apelara a una “resolución pacífica” del conflicto, según Paolo Besara, responsable de prensa. “Veo justificado sacar de las actividades culturales aquellos que de forma explícita se han mostrado a favor de un acto criminal”, sostiene San Vicente. Aunque plantea: “Es curioso que se conteste a Gergiev, pero sigamos comprando gas y petróleo rusos”.
El director de orquesta respondió, según la Scala, que se lo pensaría. Pero solo hubo silencio. Y el teatro prescindió de él. “No se firman contratos con los artistas basándose en sus ideas o su ciudadanía. Pero alguien con responsabilidades administrativas que ha tomado una posición pública es un caso distinto. No politizamos a los creadores, a no ser que ya se hayan politizado ellos solos”, explica Besara. Así, sustituyeron a Gergiev por otro director ruso, el joven Timur Zangiev, originario de Osetia del Norte. Y, a la vez, han organizado un concierto el 4 de abril para recaudar fondos para Ucrania.
No ha sido cancelado, en cambio, el pianista Alekséi Volodin, que actuará entre el 11 y el 15 de marzo en varias ciudades de España, en una gira organizada por la Franz Schubert Filharmonia. Su concierto de este domingo en el Auditorio Nacional de Madrid estará dedicado a las víctimas de la invasión. El pianista aseveró en un comunicado: “Siento la necesidad y la responsabilidad de aclarar [...] que repudio rotundamente el ataque de Vladímir Putin a Ucrania y estoy en contra de la guerra”.
Cancelar a Tarkovski
La polémica se enciende cuando la cancelación afecta a artistas fallecidos. La Filmoteca de Andalucía suspendió este lunes la proyección de Solaris, película de los setenta dirigida por el ruso Andréi Tarkovski, y la sustituyó por la versión de la misma obra que realizó el estadounidense Steven Soderbergh en 2002. Fuentes del organismo, dependiente de la Junta de Andalucía, explican que tomaron la decisión a partir de las recomendaciones de la Academia Europea de Cine. “Pedían evitar cualquier visionado que pueda suponer ingresos al gobierno de Putin por cuestiones de derechos. Ante la duda, cancelamos el evento”, aseguran. Días antes, a través de Facebook, la entidad pública había respondido a Manuel J. Lombardo, investigador de la Universidad de Sevilla, que la suspensión se debía “a la delicada situación mundial”. “Un disparate mayúsculo que provoca más pena que risa”, subrayaba en esa red social Lombardo, quien ha declinado comentar los hechos en EL PAÍS.
Los grises, pues, se multiplican. El certamen Fotografía Europea, de la ciudad italiana de Reggio Emilia, expulsó a Rusia y sus representantes. Excluyó así también al fotógrafo Alexandre Gronsky, que paradójicamente fue detenido pocos días después en Moscú en una manifestación contra la guerra. “Claro que comporta consecuencias rechazar públicamente a Putin. Es bastante suicida en un régimen cada vez más intolerante con la libertad de expresión. No estigmatizaría a los rusos que no condenen la masacre. Aunque sí es cierto que la lengua tiene mil posibilidades y uno puede encontrar la manera de matizar su actitud”, expresa San Vicente.
Algunos creadores rusos, en realidad, han criticado abiertamente a su presidente. El principal museo de arte contemporáneo, Garage, anunció el cese laboral hasta que “la tragedia política y humana en Ucrania termine”. Y en el recientemente inaugurado centro cultural GES-2, el comisario y artista islandés Ragnar Kjartansson notificó que cancelaba su exposición Santa Bárbara, tras calificar a Rusia de “Estado fascista en toda regla”. Posteriormente, la Fundación V-A-C, grupo privado impulsor de este espacio, comunicaba el cierre de todas las exposiciones y actividades.
Elena Kovalskaya, directora del teatro estatal Meyerhold de Moscú, dimitió tras publicar en Facebook: “No se puede trabajar para un asesino y recibir un salario de él”. Y Kirill Savchenkov y Alexandra Sukhareva, que iban a representar a Rusia en la Bienal de Arte de Venecia, se retiraron, afirmando en Instagram: “No hay espacio para el arte cuando los civiles mueren bajo el fuego de los misiles, los ciudadanos ucranios se esconden en refugios y los que protestan en Rusia son silenciados”. Raimundas Malasauskas, comisario del pabellón, se sumó a la decisión. Es presumible que todos ellos entren en la categoría de “traiciones del pueblo”, donde el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, colocó las demostraciones contrarias a la guerra por parte de connacionales.
El cineasta ruso Kirill Sokolov también condenó la invasión. Y firmó peticiones online en contra de la guerra, como relató a The New York Times. Pero el festival de Glasgow ha retirado igualmente su filme No Looking Back, así como The Execution de Lado Kvataniya, porque “ambas películas recibieron financiación estatal a través del CF Cinema Fund, cuyo consejo de administración incluye a ministros actuales del gobierno ruso y al ministro de Cultura”. El propio certamen subrayó que la decisión nada tenía que ver con la visión personal de ambos creadores. Entre otras cosas, porque la mitad de la familia de Sokolov es ucrania. Su abuela, de hecho, sufre cada día los bombardeos rusos. Vive en un búnker en Kiev.
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