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Zinaída Serebriakova, la maestra rusa de la belleza cotidiana

Fiel al estilo realista, sus obras dominan los paisajes, los retratos y las escenas campesinas, con una profunda transmisión de armonía y emoción en las miradas

Zinaida Serebriakova con sus hijos en los años '20.
Zinaida Serebriakova con sus hijos en los años '20.Getty (© Fine Art Images/Heritage )

La finca en la que nació Zinaída Serebriakova a finales del siglo XIX fue su mejor fuente de inspiración de paisajes y escenas rurales. El linaje al que perteneció, lleno de artistas, también contribuyó a su exquisito gusto por la pintura y a la finalidad para desarrollarla. Tuvo la posibilidad de viajar en su juventud para aprender a pintar de los maestros venecianos y de los impresionistas franceses, y de hacerlo en su madurez para disfrutar pintando y realizando exposiciones.

Zinaída siempre se mantuvo fiel al estilo realista. En un momento de la historia en el que el reconocimiento a las mujeres era mucho más que una excepción, ella logró progresar y afianzarse como una de las autoras más reconocidas del siglo XX por sus paisajes, retratos y las escenas campesinas con las que supo reflejar y transmitir la belleza de las escenas cotidianas.

La pintora rusa nunca trabajó con modelos profesionales, y siempre utilizó a amigos, familiares e incluso a sí misma como protagonista de sus cuadros, incluidos sus sugerentes desnudos. Desde muy joven Serebriakova siempre demostró su gran potencial por encima del resto de artistas de su generación para reflejar la belleza, dominar el color y transmitir emoción con sus pinceladas en la mirada de sus protagonistas, casi siempre cargadas de felicidad.

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La Revolución Rusa supuso tal cambio en la vida de Zinaída Serebriakova que la dejó casi sin nada: viuda, con cuatro hijos y su madre enferma. Aunque logró viajar a París y allí se mantuvo fiel a sus principios pictóricos del realismo, atravesó por diversas etapas influenciada por el dolor de estar 41 años alejada de su patria y sin poder ver a sus dos hijos mayores. A su regreso, una exposición retrospectiva que recorrió varias ciudades reconoció todo el valor de su trayectoria artística y recibió el aplauso unánime del público y de la crítica.

Zinaida Yevguénievna Lanceray, su verdadero nombre, nació en la finca Neskuchnoye, situada en la actual Ucrania, el 10 de diciembre, en 1884. Era la menor de seis hermanos en la dinastía de artistas Benois-Lanceray, que huyó de la Revolución Francesa a San Petersburgo en 1794. Su tío materno, Alexandre Benois, era considerado un artista ruso influyente y miembro fundador del revolucionario grupo artístico Mir Iskusstva (Mundo del Arte). Su madre, Yekaterina, era una gran dibujante, y su padre, Yevgeny Lanceray, era un escultor de renombre.

Con dos años, Zinaída quedó huérfana de padre y la familia entera se mudó a San Petersburgo, al apartamento de su abuelo materno, Nikolas Benois, que era un arquitecto imperial ruso. Pronto floreció la inquietud artística de la pequeña de la familia, ya que el apartamento de su abuelo estaba cerca del famoso Teatro Mariinsky y allí recibió clases de música e interpretación, perfeccionadas luego en su familia.

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Los veranos de su infancia los siguió pasando Zinaída en la finca Neskuchnoye, que literalmente significa “no aburrida”. Tenía bosques, campos y prados interminables que inspiraron sus primeros trabajos. El arte que produjo allí fue una oda a los rituales cotidianos y a las mujeres trabajadoras, a la vez encantadoras y poderosas en su sencillez.

En la escuela de arte privada de la princesa Tenisheva, donde conoció a Ilya Repin, uno de los pintores realistas más famosos del siglo XIX, dio sus primeros pasos, pero sus estudios se vieron interrumpidos por un viaje familiar de ocho meses a Capri y Roma. El motivo fue la preocupación de su madre por la salud de su hija menor, que pensó que un invierno en el extranjero en un clima más cálido y seco ayudaría a la joven artista a recuperar fuerzas. Serebriakova aprovechó el viaje para dibujar montañas y paisajes marinos en acuarela, calles estrechas e interiores de hoteles, paisajes urbanos y las catacumbas de Roma, a la vez que disfrutaba de las obras de Tintoretto, Poussin y Rubens.

A su regreso a San Petersburgo, Zinaída Serebriakova entró en el estudio de Osip Braz, un pintor realista ruso, amigo de la familia y miembro de la corriente artística Mundo del Arte, con quien estuvo dos años. Cuando tenía 21 años, las obras de Zinaída eran ricas en emoción y amor por el mundo que la rodeaba y que encontraba en todas partes: en una campesina trabajando bajo el sol, en un huerto o frente al río Muromki, enclavada entre las colinas y prados, y hasta en Boris Serebriakova, su primo y futuro marido, aunque la familia desautorizó la relación.

Al final, la boda tuvo lugar en septiembre de 1905, y Zinaída dejó su apellido de soltera, Lanceray, y lo cambió por Serebriakova, y la pareja tuvo cuatro hijos. La situación social en la Unión Soviética comenzó a deteriorarse y los recién casados, junto a la madre de Zinaida, viajaron a París, donde continuó su formación y disfrutó de una etapa muy feliz en su vida. Un año después regresaron a su país y Zinaida empezó a producir algunas de sus primeras obras ampliamente respetadas, como Chica de campo (1906), Retrato de una enfermera (1907), Mujer campesina (1905), Otoño verde (1908), o Huerto en flor (1908).

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Una mañana de 1909 Zinaída comenzó a dibujarse a sí misma tal y como se veía en el espejo. El retrato resultante, En el tocador, fue espontáneo, de composición simple e íntimo. Con él participó, junto con otras 12 personas, en la exposición de Retratos de Mujeres Rusas Contemporáneas en 1910. Fue una sensación inmediata entre los críticos de arte de San Petersburgo, y Tretyakov, uno de los depositarios de obras de arte más distinguidos de Rusia, compró el retrato junto con Otoño verde y Mujer campesina. El autorretrato sigue siendo una de sus obras más conocidas.

Serebriakova pasó los años previos a la Revolución de Octubre viajando entre San Petersburgo, Neskuchnoye, Crimea y Moscú. En 1915 acompañó a su tío para terminar un mural encargado para los pasillos de la estación de tren Kazansky en Moscú, pintando desnudos femeninos que representan alegóricamente a Turquía, India, Japón y Siam. La prestigiosa Academia de Artes de San Petersburgo nominó a Serebriakova como miembro en 1917, pero la Revolución Rusa interrumpió todo y no regresó a San Petersburgo por temor a los disturbios políticos. Se refugió en apartamento de tres habitaciones sin calefacción y empezó a trabajar dibujando excavaciones y retratos para el Museo Arqueológico de la Universidad de Kharkiv.

En 1919 la etapa feliz llegó a su final. Tenía 35 años cuando su esposo fue arrestado en Moscú durante el Terror Rojo y murió de tifus mientras estaba encarcelado. Su angustia aumentó cuando Neskuchnoye, la finca de su infancia, fue saqueada y quemada. Viuda, con cuatro hijos pequeños y una madre mayor y enferma, Serebriakova regresó a la casa de su infancia en San Petersburgo y allí produjo su obra más sombría, Castillo de naipes (1920), en la que sus cuatro hijos juegan un juego que no trae alegría.

La Rusia posrevolucionaria rechazó la ternura de Zinaída Serebriakova, pero a pesar de sus graves dificultades económicas se mantuvo fiel a su estilo y se negó a pintar carteles de propaganda. Envió pinturas a una exposición itinerante norteamericana y con la venta pudo viajar a Francia. Esta decisión, tranquilizadora y prudente en apariencia, resultó trágica, ya que abandonó la URSS en 1924 y tardó 41 años en poder regresar por ser siempre rechazada, y estando alejada todo ese tiempo de sus dos hijos mayores.

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En París fue reconocida como una de las más grandes artistas rusas de la época y participó en una Retrospectiva del Arte Ruso Antiguo y Nuevo en Bruselas en 1928. Allí conoció a un aristócrata que le encargó trabajos para su casa de campo y quedó tan impresionado con su talento que le pagó un viaje de seis semanas a Marruecos. Allí produjo más de 130 retratos y paisajes urbanos a los que modestamente llamó “bocetos”, dibujados a toda prisa, ya que nadie posó para ella, y solo tres paisajes por miedo a alejarse demasiado de Marrakech.

Cerca de los 50 años, Serebriakova participó en exposiciones individuales y colectivas en toda Europa con gran éxito de crítica, aunque la Segunda Guerra Mundial, con la ocupación alemana de París en 1940 y el posterior asedio de Leningrado, volvió a cortar la correspondencia con sus hijos mayores.

La salud de Zinaída comenzó a resentirse, pero con la llegada de la paz mundial la artista reanudó sus viajes al extranjero, pasando sus veranos pintando por Inglaterra, Suiza y Portugal. Finalmente, la madre y su hija mayor, Tatiana, también artista, se reunieron por primera vez en 36 años en París, cuando contaban con 74 y 48 años, respectivamente.

Serebriakova pudo por fin regresar a Moscú en mayo de 1965. En la Unión Soviética tuvo lugar un año después, en 1966, una muestra retrospectiva de su trayectoria a través de más de 200 obras que se exhibió en Moscú, Leningrado y Kiev con gran éxito. Un año después regresó a París, donde sus hijos pudieron visitarla. Murió después de una hemorragia cerebral el 19 de septiembre de ese mismo año, en 1967, a los 82 años, y fue enterrada en el cementerio ruso en el suburbio parisino de Sainte-Genevieve-des-Bois.

Zinaída Serebriakova se mantuvo siempre fiel a la tradición realista a pesar de la influencia que ejerció el impresionismo francés y el cubismo. Sus primeras obras se consideran ahora mismo entre las representaciones más cuidadosas y precisas de la campiña imperial rusa, tanto por su atención al temperamento de sus personajes como por su fiel reflejo de los paisajes y las escenas cotidianas. Sus obras, que no pretendieron nunca ser fotografías, son en realidad la manifestación de la belleza que transmitían.

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