Lola Pons: “Yo digo español. Castellano es para hablar del Cid”
La filóloga defiende la posición de la lengua en un mundo donde gana posiciones el inglés
Lola Pons es una filóloga activa, atenta a los usos y la defensa de un idioma que prefiere llamar español a castellano. Su nuevo libro, El español es un mundo (Arpa), es una apelación a sacar pecho de una lengua que pierde posiciones en la red frente al inglés. Nació en Barcelona hace 45 años y es catedrática en la Universidad de Sevilla.
Pregunta. Es socia de honor de la Unión de Correctores. ¿Es una especie en extinción?
Respuesta. No lo es, aunque no tienen el peso que deberían tener. Un texto mal corregido puede dar lugar a una sentencia adversa para una empresa o a equívocos muy desagradables. Yo los defiendo.
P. Usamos anglicismos para cosas que se han hecho toda la vida. ¿Cuáles han venido para quedarse?
R. Espero sinceramente que no se quede llamar runners a los corredores, pero patchwork, que en España se llamaba almazuela, ha venido para quedarse. Todas las palabras que nombran realidades tradicionales que no tenían adherido un paradigma filosófico o un valor monetario terminan sustituidas por otras novedosas. Es inevitable. A veces hay muchísima necedad.
P. ¿Cuáles encuentra más necias?
R. Los runners, el pay per view, el welfare que usan en Italia y es el bienestar de toda la vida. Lo peor es que se pierden connotaciones. Yo tengo dos batallas: correo electrónico en lugar de email; o acoso en vez de bullying, que es un anglicismo aséptico. Acosar tiene muchas connotaciones como hostigar, agobiar o menospreciar que bullying no incluye. Deberíamos revisarlo.
R. Hay esfuerzos notables de la RAE o Fundéu. Pero en ciencia hay que ser cuidadosos porque no se puede dejar de generar léxico español. Sería ir para atrás.
P. Ciertos anglicismos se ven favorecidos por Google y sus algoritmos. ¿Hasta qué punto esto obstaculiza la defensa del español?
R. Claro que condiciona y entiendo que se use lo que da más rédito. Pero una parte de esa relación con el inglés tiene que ver con la cantidad de contenidos y ahí hay que trabajar. En temas como la Inteligencia Artificial en español es un reto para no perder posicionamiento.
P. ¿No es injusto que en una UE donde ya no está Inglaterra el idioma sea el inglés?
R. Es injustísimo, es otra de esas batallas que debemos librar y no solo los filólogos. Del uso y el peso del español se tiene que ocupar la diplomacia, la política, hace falta un espaldarazo.
P. ¿Se puede ganar la batalla al inglés?
R. Debemos tener presente el buen posicionamiento que ha conseguido el francés en el mundo, que se ha normalizado como lengua científica, se ha legitimado en muchos foros y se han hecho bien las cosas. El español también puede aspirar a ello. Sus hablantes superamos demográficamente al francés.
P. ¿Qué hacemos mal?
R. Debemos hacer autocrítica. No puede ser que desde instituciones españolas se nos anime a escribir artículos científicos en inglés, es un retraso. Llevamos años, siglos, tratando de hacernos con el terreno que históricamente tenía el latín, una batalla muy larga desde el siglo XIII hasta ahora, desde la jurisprudencia a la ciencia, que empezó escribiéndose en latín. Dejar de hacerlo es un retroceso. El Ministerio de Universidades nos ha animado a usar el inglés. Esto es ridículo, sobre todo en disciplinas como la mía, que es la Historia de la Lengua Española. Hemos ido hacia atrás. Y podemos aún restituir parte del daño.
P. ¿Español o castellano?
R. Yo digo español. Hablo de castellano cuando hablamos de lo que se escribió hasta el siglo XV: el Cantar del Mío Cid, Juan de Mena, La Celestina. Pero a partir del siglo XVI hay que hablar de español. Si un andaluz y un paraguayo se entienden es porque hablamos la misma lengua, y si tiene que tener un nombre es español. Sobre todo, porque la lengua española no es solo una evolución del castellano, sino que en ella hay elementos catalanes, aragoneses, leoneses, navarros, portugueses, andaluces… Y en ese español de todos, el español estándar, hay rasgos que han llegado desde lugares laterales y por eso tiene más sentido llamarlo español. La Constitución lo llama castellano y yo respeto las preferencias individuales, pero hay cosas llamativas: la asignatura de secundaria que se imparte en Andalucía se llama: Lengua Castellana y su Literatura y eso hace pensar que la literatura es castellana, cuando los alumnos estudian García Márquez, por ejemplo, cosas universales, hispanoamericanas.
P. ¿Decir castellano empobrece la dimensión de nuestra lengua?
R. Exacto. Empobrece la dimensión histórica con la que se ha constituido el español y oculta la existencia de un dialecto castellano. Igual que en dialectología estudiamos el murciano, el extremeño o el español de Cataluña, también podemos estudiar el español estudiado en Castilla, que tiene rasgos que no están en el estándar.
P. ¿Le carga el lenguaje inclusivo, ellos y ellas?
R. No soy usuaria de esos sintagmas combinados. No lo censuro porque nacen de una intencionalidad inclusiva, pero no quiero que me los impongan en absoluto porque los considero antinaturales, a menos que haya un esfuerzo aclaratorio explícito. Los cambios nacen en la sociedad, no en la lengua. El español antiguo decía: “Berna es venida”, con el participio en femenino. Ahora decimos “ha venido”, con el participio en masculino. Y no somos por ello peores usuarios de la lengua y ni más machistas.
P. ¿Y elles, chiques?
R. Elles es una propuesta hecha desde arriba, veremos qué pasa en el futuro. Refleja una realidad social interesante y un reto que estamos viviendo, pero de momento es una forma en observación.
P. ¿Es la RAE demasiado lenta y estricta ante el femenino?
R. Los diccionarios van siempre por detrás del uso. Cuando una forma entra en el diccionario se asegura de que ya se ha generalizado en el estándar de una sociedad. La RAE no puede ser policía, sino notaria de los hablantes. ¿Cuánto hay que esperar? Yo soy partidaria de ponerlas en cuarentena. A veces creemos que pervivirá en nuestra lengua una palabra que hoy no se nos cae de la boca. Se pone algo de moda y luego es flor de un día. Ya no hablemos de yupis o de sorpaso, pero estaban en el contexto periodístico y alguien dentro de 15 años tendrá que poder entender. Otras que surgieron en la pandemia como covidiotas ya no las usamos.
P. ¿Han hecho mucho daño las redes y los móviles al lenguaje?
R. Los móviles no, lo que ha hecho mucho daño es la falta de lectura, eso es lo que más ha atentado contra la ortografía. Nuestras normas ortográficas son excelentes, pero mucha gente no se expone a la buena ortografía: no leen textos bien corregidos. Los móviles popularizan abreviaturas y formas alternativas, pero los medievales abreviaban muchísimo más que nosotros y no por ello escribían mal. Las redes sociales son un enorme tesoro para la documentación. Twitter nos da un enorme corpus, una base de datos inmensa para documentar la historia de una novedad léxica. Los filólogos usamos muchísimo desde audios de wasap a Twitch para documentar cambios lingüísticos contemporáneos. Por eso no demonizo nada las redes en este sentido. La ortografía hay que enseñarla desde pequeños y penalizarla, sea en el examen de lengua o de otra asignatura. No puede ser que “bentana” con b esté mal en Lengua y bien en Matemáticas.
P. ¿Los autocorrectores están jugando un buen papel?
R. La escuela está también fuera de la escuela, catones somos todos y si el autocorrector se erige en nuevo catón para los que escribimos en móviles, no lo demonizo. Eso sí, pido que incorpore “Lola” en el diccionario, porque todo el mundo me llama Lila (ríe).
P. ¡No le cuento lo que me llaman a mí!
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