Dido Carrero, galerista y bióloga molecular: “La gente es muy pesada con la oposición entre las ciencias y las letras”
Destacó por ser coautora de la secuenciación del genoma de una medusa inmortal, en el equipo del científico Carlos López Otín, pero además es historiadora del arte y ha puesto en marcha un proyecto galerístico
Dido Carrero (Oviedo, 27 años) se salta alegremente esa línea roja que muchos tienden entre el mundo de las ciencias y el de las humanidades, y lo hace bien a cada lado. También se salta con frecuencia semanal la cordillera Cantábrica: vive entre Asturias y Madrid. Como bióloga molecular ha investigado el envejecimiento y el cáncer en el equipo del reputado Carlos López Otín, en la Universidad de Oviedo. Como historiadora del arte ha montado la galería Cerúleo, que da la alternativa a jóvenes artistas. Llega a la cafetería con un libro de poesía en lengua asturiana, Llibru póstumu de Sherezade de Raquel F. Menéndez, y se pide un agua con gas.
Pregunta. ¿No es la gente muy pesada con eso de las Ciencias y las Humanidades?
Respuesta. Sí, siempre quieren encasillarte. “¿Eres de ciencias o de letras?”. Y te presionan para que te decidas por una cosa, por un camino que sea definitivo.
P. ¿Y no se decide?
R. Es que los filósofos y científicos de otras épocas hacían de todo. Lo mismo pintaban un cuadro, que inventaban una máquina, que investigaban la naturaleza o la perspectiva. Ahora, por el discurrir de la ciencia, vivimos en tiempos de mucha especialización. Pero a mí me gusta hacer muchas cosas. Aunque el tiempo da para lo que da.
P. La consideración de las disciplinas no es simétrica.
R. Desde la ciencia muchas veces hay un punto de vista peyorativo hacia las Humanidades. “¿Cómo vas a estudiar Historia del Arte si ya eres científica?”, me han dicho alguna vez. Como si no fuera igual de respetable. Pero yo creo que hoy en día hacen falta perfiles que tengan una visión mucho más global.
P. ¿Qué ha investigado usted?
R. Me he dedicado a asuntos como el cáncer y el envejecimiento. He estudiado a animales que viven mucho y son muy resistentes. En la tesis que leí en marzo, para doctorarme, comparé genomas de algunas de estas especies. He trabajado con tortugas de las Galápagos (que viven más de cien años), medusas inmortales, tardígrados…
P. ¿Los tardi… qué?
R. Son unos animales muy pequeños, microscópicos, que lo aguantan todo. Hasta les llevaron al espacio exterior y nada, tan tranquilos. Resistir condiciones ambientales extremas significa que tu sistema está mejor preparado, es más viable biológicamente, por decirlo de alguna manera.
P. Lo de la medusa inmortal fue muy sonado.
R. Fue un trabajo que lideré con mi compañera María Pascual, secuenciando el genoma de la medusa, y del que no esperábamos esa repercusión. Enseguida empezaron a llamar todos los medios, supongo que por la palabra ‘inmortal’, que tiene mucho gancho.
P. ¿Queremos ser inmortales?
R. Hay muchos millonarios de esos de Silicon Valley que están invirtiendo grandes sumas en busca de la inmortalidad. Es gente que ya lo tiene todo, y lo único que no pueden poseer es el tiempo: meten mucha pasta.
P. ¿Es posible?
R. No es posible. Mucho tendría que cambiar nuestro conocimiento del ser humano para ser inmortal. Pero es que, además, no se lo deseo a nadie: sería el caos. Lo cuenta Saramago en la novela Las intermitencias de la muerte: el 1 de enero la muerte deja de actuar, y el mundo colapsa.
P. Sin embargo, no nos llevamos nada bien como la muerte. ¿Usted cómo lleva la finitud?
R. Hay gente que al final desea morirse. Mi abuela decía: “¿Qué hago todavía aquí?”. Lo ideal sería poder morirse cuando uno quiera. A mí más que el paso del tiempo, me preocupa más no tener tiempo en el presente.
P. ¿Para qué investigan, entonces?
R. Queremos dejar claro que nuestras investigaciones no tratan de alcanzar la vida eterna, sin de encontrar pistas para combatir enfermedades asociadas con el envejecimiento, para que no solo vivamos más, sino mejor.
R. Se estima que la esperanza de vida máxima está en torno a los 124 años. La persona más longeva que se conoce vivió 122 años. La francesa Jeanne Calment, fallecida en 1997.
P. ¿Qué es envejecer, más allá de la patas de gallo y no entender a los jóvenes?
R. La pérdida de la integridad fisiológica del organismo. Deterioro de las células, mutaciones, cambios epigenéticos, el cuerpo va perdiendo funcionalidad. Todo funciona peor, y salen enfermedades neurodegenerativas, cardiovasculares, cánceres, diabetes, etc…
P. ¿Pero tener aspecto envejecido también tiene que ver con eso?
R. Bueno, eso es cuestión genética. Hay gente que tiene canas a los 25 años y no es que vaya a morir pronto. Son cuestiones más superficiales.
P. Usted se ha formado e investigado con Carlos López-Otín, uno de los científicos más célebres. ¿Cómo es?
R. Lo tiene todo. Por un lado, es extremadamente inteligente, con pocos recursos ha hecho cosas impensables, realizado proyectos que van más allá de lo que nadie esperaría. Por otra parte, es tremendamente empático, se ocupa de todo el mundo, tiene un gran lado humano.
P. Usted ya no investiga.
R. Ahora trabajo como bioinformática en el Instituto de Medicina Oncológica y Molecular de Asturias (IMOMA), estudiando datos biológicos, sobre todo genomas, con herramientas informáticas. Pero eso no es investigación. Investigar está muy difícil, hay pocas oportunidades, bajos sueldos, malas condiciones… Se encadenan becas, no puedes emanciparte, ni formar una familia hasta los 40 años… Todo son problemas. La gente está muy descontenta, por eso mucha se va fuera de España.
P. ¿Usted no se va?
R. Yo llevo año y medio en Madrid, donde vivo porque me gusta el ambiente cultural. Cada semana me desplazo unos días a trabajar a Asturias y luego regreso.
P. ¿Cómo es lo suyo con la cultura?
R. Cuando empecé el doctorado me parecía todo cuadriculado, necesitaba estar en contacto con algo más creativo, sin ser yo artista ni nada, porque no tengo ningún talento. Pero me gusta el arte, la música… Así que me matriculé a distancia en Historia del Arte. Y me saqué la carrera, de cuatro años, en tres.
P. ¿Le resultó muy diferente?
R. En Historia del Arte me ponían una imagen, y tenía que comentar la corriente artística a la que pertenecía, etcétera. Me resultaba agradable, solo tenía que leerme los libros, y con eso me bastaba, porque me gustaba mucho.
P. Cuando hablamos de creatividad pensamos en el arte, pero en la ciencia también es necesaria, para emitir hipótesis.
R. Sí, claro, aunque de otra manera. Y no es lo mismo mirar un cuadro que leer un paper.
P. ¿Confirma el estereotipo de que los científicos son gente cuadriculada y gris?
R. Bueno, un poco sí [bromea]. ¡Te lo digo siendo yo científica!
P. Su galería se llama Cerúleo.
R. Sí, no sé por qué, buscaba un nombre sonoro y salió ese. Hacemos gestión cultural, nos dedicamos a dar oportunidades a artistas emergentes que no pueden entrar en el circuito de galerías, para que se empiecen a dar a conocer, para que cojan esa experiencia que se pide, pero a la que no se da acceso. Hacemos exposiciones en lugares, como el Festival de Cine de Xixón, pero en Madrid expongo en mi propia casa.
P. ¿No le da cosa?
R. Es que las galerías son lugares muy solemnes, serios, que dan al visitante un poco de respeto, sobre todo si no perteneces a ese mundo. Yo quería un espacio en el que puedas estar tirado en un sofá, con colegas, con unas cervezas, que el artista te pueda explicar la obra de tú a tú. Un ambiente más relajado.
P. ¿Qué planea hacer en el futuro?
R. Me gustaría poder hacer investigación, pero con este panorama no sé si será posible. Lo que no me gustaría dejar es la parte artística. Dejaría la ciencia antes. Me gustaría trabajar en un museo, pero lo veo complicado: seguir en la ciencia es para mí el camino más fácil.
Babelia
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