Medio año de secuestro en Siria: el periodista Marc Marginedas relata la pesadilla en un documental
‘Regreso a Raqqa’, presentado esta semana en la Seminci, describe el día a día de los reporteros capturados por el Estado Islámico en 2013
La cámara muestra las baldosas desvencijadas de una enorme casa destruida junto al río Éufrates en Siria. Los bombardeos sobre un territorio víctima de una guerra interminable apenas permiten intuir los restos de las paredes junto a un cauce donde creció una importante civilización hace miles de años y que en los últimos tiempos ha presenciado atroces muestras de deshumanización. Un hombre mira esos restos mientras su memoria viaja al horror que sufrió en ese inmueble ahora derruido. El periodista barcelonés Marc Marginedas ha conseguido regresar vivo de un lugar donde tantas veces temió ser asesinado por terroristas del Estado Islámico, que lo mantuvo allí medio año secuestrado junto a otros colegas, españoles y extranjeros en 2013. No todos lo pudieron contar. Él narra ahora la pesadilla en un crudo documental dedicado precisamente a quienes no sobrevivieron: Regreso a Raqqa.
Marginedas, que cuando fue secuestrado cubría la guerra en Siria para El Periódico de Catalunya, ha viajado esta semana a Valladolid para presentar la película en la Seminci junto a los directores del documental, Albert Solé y Raúl Cuevas. En una conversación el miércoles con EL PAÍS, el reportero confesaba su incomodidad al ponerse delante de la cámara. Él se mueve mejor fuera de focos, escribiendo realidades a través de quienes las disfrutan o padecen. “Fue muy complicado, no estoy acostumbrado, pero me atreví con esta incursión porque era una historia que debía contar”, esgrime el barcelonés, de 55 años, que aceptó el formato del documental porque sigue siendo periodismo, sigue siendo informar desde el terreno sobre las penurias de todo un país.
Marginedas evita pronunciarse sobre sus sensaciones personales y sus visiones de lo ocurrido, pues insiste en que el contenido debe retratar el infierno real que se vive en ciudades como Alepo o Raqqa, donde la guerra sigue palpándose. La película, asegura, pretende “impactar a la vista estéticamente y sin morbo”. El equipo recuerda las dificultades para trabajar en un contexto bélico o las altas temperaturas. Como algunas secuencias se rodaron en Moscú, donde Marginedas trabaja ahora como corresponsal para el mismo diario, el periodista recuerda que necesitó “14 horas de café caliente” para recuperarse de las tomas grabadas entre la nieve. El reportero se encoge de hombros cuando se le pregunta cómo reaccionó al verse en el documental bajar del avión que lo trajo de Siria tras su liberación totalmente demacrado, con 25 kilos menos: “Es parte del pasado. Yo estoy aquí y lo puedo contar”, zanja.
Regreso a Raqqa presenta la experiencia de Marginedas junto al testimonio de otros reporteros con los que compartió cautiverio, como el Javier Espinosa, el danés Daniel Rye o el francés Pierre Torres. Los periodistas relatan cómo sus captores, a quienes llegaron a apodar The Beatles por su procedencia británica, los castigaban con palizas si no entendían sus lecciones sobre el Corán, los maltrataban sistemáticamente y los dejaban al borde de morir por inanición. La crueldad de uno de ellos, Mohammed Emwazi, apodado Jihadi John, aterraba a sus rehenes. Lo veían “disfrutar como un psicópata” con tácticas que pretendían desunir a sus 19 secuestrados: un día eligió a un periodista alemán, le dio comida y le ordenó repartirla solo con cuatro del grupo. Más cercano parecía un yihadista belga de quien Marginedas percibía cierta empatía. Poco después se inmoló en el aeropuerto de Bélgica y causó decenas de muertes. Daniel Rye, que entonces tenía apenas 24 años, explica que su familia le mandó un correo electrónico a sus captores, con quienes se escribían puntualmente, para mandarle su cariño al joven. El regalo: 25 patadas en el pecho que le dejaron un enorme bulto entre costillas, pero el belga confiesa que rio y lloró de felicidad. Los puntapiés le demostraron que allende las paredes y las torturas seguía habiendo gente que los quería.
La película recurre a la animación para mostrar algunos momentos críticos. Los tonos negros y fondos dorados muestran las sombras tenebrosas que representan a los radicales y se entremezclan con la crónica de una vivencia que hizo que Marginedas asumiera que iba a morir. “Tú has venido aquí dos veces y te ha salido bien, pero ahora te vamos a matar”, le espetaron los terroristas poco después de que cruzara la frontera de Turquía con Siria en 2013 y apresarlo. Su hermana, que en pantalla expresa los sentimientos de la familia durante ese suplicio, cogió el teléfono un domingo por la mañana. Le dijeron que Marc había sido liberado y se lo pusieron al aparato. Los gritos y llantos despertaron a la casa y Marginedas aprovechó para avisar sobre el estado del resto de reporteros. Poco a poco fueron saliendo otros colegas, pero se intuía que los tres británicos y tres estadounidenses secuestrados estaban condenados por las políticas de sus países. Especialmente dura fue la muerte de su amigo James Foley, a quien los yihadistas decapitaron y grabaron, vestido con el mono naranja estilo Guantánamo que les asignaron, tras obligarle a acusar de su asesinato a Barack Obama, entonces presidente de EE UU. Publicaron el vídeo en YouTube.
Familia unida
Aquel medio año privado de libertad unió a su familia. “Ahora entiendo mucho mejor a mi hermana Cristina, me llevó a empatizar más con ella”, admite el catalán. Tanto ella como la redactora jefa de la sección de Internacional de su diario, Marta López, describen en la película la tensión que suponía procesar a miles de kilómetros los datos que les iban llegando sobre el desaparecido, quien afirma tanto en la gran pantalla como en persona que ha tenido que lidiar “con el secuestro y con el post-secuestro”.
Inicialmente, Marginedas evitó la exposición pública por temor a que “el Marc secuestrado se comiera al Marc periodista”, para no obsesionarse y que la experiencia lo alejara del reporterismo. Por eso, un año después de la liberación, pidió ser enviado de corresponsal a Moscú. “Fui a Rusia buscando respuestas”, concluye, al igual que cuando hace ya varias décadas cruzó por primera vez las puertas de una redacción sin saber lo que la profesión le depararía unos cuantos años después.
Babelia
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