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Occidente se vuelve ‘otaku’: Japón demuestra el poder de su cultura

Los productos culturales del país nipón han creado una industria potente en un momento de declive y configuran la segunda fuente de ingresos de su economía

Japon
Dos mujeres siguen un espectáculo de luz en el festival Naked Summer de Kioto el pasado 21 de julio.Tomohiro Ohsumi (Getty Images)

Japón lo ha conseguido. A su potencia económica añade hoy un liderazgo cultural global. Fue capaz de reinventarse tras la Segunda Guerra Mundial y llegar a ser guía de la economía global, y ahora ejerce como empresario de masas gracias a la industria del entretenimiento. Con su capacidad para la renovación e integración, ha adaptado también la economía a Occidente y logrado que la cultura popular esté por encima de la refinada. Sus productos culturales han creado una industria potente en un momento de declive y hoy, cuando los bienes culturales son la base de las economías más avanzadas, configuran la segunda fuente de ingresos de la economía.

Sin embargo, no fue siempre así. El cambio ha sido fulgurante y ha tenido lugar en las tres últimas décadas. Hubo un deseo de Japón, una fascinación y atracción irresistibles por un mundo de ensueño. Un espacio del deseo y, por lo tanto, de ausencia. Una imagen para soñarse en otro mundo (el de las antípodas) más profundo, ligero y descentrado. Lo que Walter Gropius, fundador de la escuela de la Bauhaus, resume en: “Todo por lo que hemos luchado tiene su paralelo en la antigua cultura japonesa”, tras la visita al impresionante palacio de Katsura a las afueras de Kioto en 1954.

Japón ha sido deseado y continúa siéndolo. Así lo demuestra el número de editoriales que han publicado títulos en los últimos años, por citar algunas: Satori, Bellaterra, Verbum, Hiperión, Candaya, Hermida, Siruela, Atalanta, Impedimenta, Gallo Nero, Sans Soleil, Langre, etc. Para saber más sobre esta fascinación, se puede leer a Donald Keene y, sobre todo, la traducción de cinco de sus conferencias recogidas en Los placeres de la literatura japonesa, prácticamente una síntesis de sus investigaciones de la estética y cultura niponas. Cosas de Japón. Apuntes y notas del Japón tradicional recoge una relación de temas para aproximarse a la tradición del país y comprobar el tópico que se le atribuye y que pocas geografías confirman así: la convivencia entre tradición y contemporaneidad. El Diccionario de cultura japonesa, con 3.400 entradas, traza una cartografía para no perderse dentro de la cultura. Y los libros, Para entender la sociedad japonesa, compilado por Joy Hendry, y La soledad del país vulnerable, de Florentino Rodao, despliegan cuestiones sociológicas e históricas para subsanar nuestra ignorancia (de ignotus, desconocido).

Dos libros muestran la última fascinación sobre el país. El primero es Nekomata, el gato de las dos colas, del traductor de japonés José Pazó Espinosa. Un libro de viajes por la geografía más olvidada del mar del Japón que se japoniza capítulo a capítulo, con el acierto, además, de una voz narrativa capaz de extraer en cada geografía un mito, una historia para hablar del Japón antiguo y contemporáneo, que el autor conoce muy bien. Revelaciones de la maestra del arco, del escritor Javier Vela, es un libro delicado y culto que sigue los pasos de las arqueras Naoko y Hitomi y los despliega en una estructura fragmentaria, un mosaico donde convergen poesía, ensayo o aforismos. La arquería sirve como reflexión sobre la literatura: “¿Es posible vivir en un tiempo y respirar en otro?”.

El director de cine japonés Ryusuke Hamaguchi gana el premio a mejor película internacional por 'Drive my car'.
El director de cine japonés Ryusuke Hamaguchi gana el premio a mejor película internacional por 'Drive my car'.Getty Images

Japón representa seguramente la literatura de mujeres más espléndida de la antigüedad, con nombres como Sei Shonagon, Murasaki Shikibu y Ono no Komachi. El chino era el idioma para la escritura y se aprendía en la universidad, donde las mujeres no podían ir. El japonés se reservaba para los géneros “menores”, como los diarios o el waka, la forma poética que practicaron en su encierro privado. Allí aprendieron el silabario japonés con el que “elevaron” dichos géneros. El Japón más contemporáneo está en las escritoras Sayaka Murata, autora de Una dependienta, y Mieko Kawakami, de Pechos y huevos. Su correspondencia y afinidad fílmica sería la trilogía Happy Hour, el mejor trabajo del galardonado Ryûsuke Hamaguchi, que cuenta la vida de cuatro amigas de treinta años. El imaginario de la cineasta Naomi Kawase es otro, y con él se puede recorrer el significado de la insularidad, la relación del país con sus islas menores, en Aguas tranquilas, y leer, en otra afinidad, los cuentos de Atsushi Nakajima.

El nombre dado a la fascinación nipona fue el japonismo. Hacia 1860, anticuarios y marchantes europeos comercian con objetos, sobre todo los grabados ukiyo-e (tan fáciles de transportar, enrollados), y satisfacen el hálito por las nuevas estéticas. La pintura occidental los integra e influyen en el modernismo posterior. Mariano Fortuny y Picasso (con una colección notable de grabados eróticos o shunga) los coleccionan y, junto con Manet, Degas y otros, influyen en sus obras. El catálogo de la exposición del mismo nombre, Japonismo. Fascinación por el arte japonés, describe algunas de las colecciones de nuestro país. Y el reciente catálogo de la muestra sobre el quimono, Kimono: Kyoto to Catwalk, avanza en su estudio como símbolo de la cultura nipona y de la fascinación occidental. Si se quiere leer, y ver, una publicación representativa de ukiyo-e, Tsukioka Yoshitoshi compila en Cien aspectos de la luna, 100 estampas que resumen la cultura japonesa en un amplio espectro temático.

Los ukiyo-e son el antecedente del manga, y uno de los últimos traducidos, a la par que excepcional, es Flores rotas de Yoshiharu Tsuge. El cómic recoge el imaginario mágico y simbólico nipón, además de las complejas relaciones humanas en un contexto de pobreza brutal. Tanto el manga como el anime, géneros centrales de la subcultura otaku, han abierto nuevas ventanas para presentar la realidad del país. En cualquier caso, formatos donde, especialmente los padres (quienes ven una alternativa a Disney), y adolescentes y niños encuentran un lenguaje para hablar de sus emociones e inquietudes. El pacifismo, en La tumba de luciérnagas (1988), de Isao Takahata; la defensa de lo rural, en Mi vecino Totoro (1988), de Hayao Miyazaki, y la vulnerabilidad frente a la naturaleza en Your name (2016), de Makoto Shinkai.

Imagen de 'Your name' (2016), de Makoto Shinkai.
Imagen de 'Your name' (2016), de Makoto Shinkai.

Asimismo, los valores estéticos japoneses más deseados han sido los llamados medievales, de los periodos Kamakura, Muromachi y Monoyama (de 1185 a 1600). Pienso sobre todo en las categorías de wabi (austero), sabi (solitario) y el arraigo de la secta Zen, que dan lugar al esteticismo japonés que cautiva a Occidente, ligado al vacío, la austeridad y la imperfección. Acaba de publicarse una nueva edición de El libro del té de Kakuzo Okakura, ilustrada por Isidro Ferrer. Se trata de un ensayo poético sobre la ceremonia del té, y ritual zen, que sintetiza los elementos religiosos y estéticos. En este contexto, pocos cineastas han fascinado tanto como Yasujiro Ozu, que comparte dicho esteticismo a través de la división en unidades geométricas y la abstracción de líneas verticales y horizontales del interior de la casa. Su espacio preferido y donde se asiste a la historia del país a través de uno de sus grandes temas, la familia, que retrata en un contexto de sublimación de lo cotidiano en películas inolvidables, como Primavera tardía.

La lealtad familiar, un rasgo que proviene de la lealtad al emperador desde antaño, ha cambiado en las últimas décadas y el cine lo ha recogido. El verano de Kikujiro (1999), de Takeshi Kitano, cuenta el viaje de un niño con un antiguo yakuza. Un asunto de familia (2018), de Hirokazu Koreeda, muestra una unidad familiar atípica y Close-Knit (2017), de la cineasta Naoko Ogigami, la vida de una familia LGTBI. Cualquiera de ellas tiene su paralelo en la lectura del manga, como Bajo un cielo como unos pantis de Shun Umezawa, cómic brillante que muestra los tabúes de la sociedad nipona.

Japón es centro de las fascinaciones sexuales occidentales. Los deseos reprimidos se proyectan con la ilusión de que se pueden experimentar con total libertad y fuera de culpa. Las geishas representarían la imagen perfecta, tanto que se imaginan prostitutas. También, la atracción por los roces, caricias y fetichismos que conforma la gran industria sexual del país. Kenji Mizoguchi nos lo cuenta de forma bien diferente en la película La calle de la vergüenza (en Japón, El país de los sueños) de 1956. Una reflexión sobre la ilegalización de la prostitución que tiene lugar ese mismo año a través de la vida de cinco prostitutas, cada con una razón para defender o recriminarla. Una pregunta planea sobre la película. ¿Qué derechos tienen las mujeres para lograr sus sueños?

Un grupo de geishas se prepara para su trabajo.
Un grupo de geishas se prepara para su trabajo. KIM KYUNG-HOON (Reuters)

La cultura del baño y del cuerpo da lugar a grandes obras. Como País de nieve, del gran Premio Nobel Yasunari Kawabata (Mikio Naruse la lleva al cine en 1954), que tendría su afinidad en la película admirable Los masajistas y una mujer (1938), de Hiroshi Shimizu. Esta transcurre en un balneario, donde acuden dos masajistas ciegos para trabajar. Allí está Toku (Mieko Takamine, una de las actrices más inspiradoras del cine nipón), quien da lugar a una escena memorable cuando se cruza con uno de los ciegos y este se da cuenta de su presencia por el perfume del cuerpo. “Ella huele a Tokio”, dirá.

Y así, los libros y películas del pasado y presente muestran que el repertorio de modelos de conducta sigue válido aunque actualizado, pues, como dice David Almazán, las geishas son idols televisivos y los samuráis son hoy los héroes de Fukushima.

Patricia Almarcegui es autora de libros como ‘El sentido del viaje’, ‘Conocer Irán’ y ‘Cuadernos perdidos de Japón’.

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