A mandar, para eso estamos
Recordemos siempre esta frase de ‘Los santos inocentes’, pues seguimos obedeciendo. Parece una frase interminable
Aunque la España que pintó Miguel Delibes en Los santos inocentes ya no exista, la novela sigue vigente por muchas razones. No existe el franquismo, ni existe una aristocracia medievalizante, ni la miseria radical, ni el analfabetismo, ni los groseros señoritos, que son los cimientos sociológicos de la novela. Sin embargo, y esa es la actualidad de Los santos inocentes, sigue existiendo un mundo de jerarquías y de privilegios. La división entre seres humanos afortunados y seres humanos empobrecidos sigue vigente, porque los privilegios se camuflan, pero prevalecen. Y es allí donde la fábula de Delibes golpea fuerte y donde reside su poderosa actualidad.
La historia de Azarías, Paco El Bajo, la Régula, la Niña Chica, no se agota en la denuncia social y política, sin quitarle por ello un ápice de importancia a esa denuncia, pues Los santos inocentes es la novela que con más afilada precisión de alta cirugía moral y literaria comprometió una condena inapelable del franquismo. Hoy, con este libro en la mano, podemos seguir sintiendo ternura y amor hacia los explotados, hacia los miserables. Porque los privilegios y las castas siguen en vigor, y mientras haya seres humanos dispuestos a explotar a otros seres humanos esta novela de Delibes seguirá teniendo la misma fuerza con la que apareció en el año 1981.
Nos tiene que preocupar legar a los que vienen, a los jóvenes, nuestros tesoros literarios más valiosos. Por eso, la adaptación teatral de esta novela es una buena noticia, como lo fue en los años ochenta la excepcional versión cinematográfica de Mario Camus. Hay un tesoro oculto en esta obra de Delibes, que funciona maravillosamente bien tanto en teatro como en libro, y ese tesoro son los diálogos de los personajes. La manera de hablar tanto de los señoritos como de los sirvientes refleja un español único. Parece esculpida en las entrañas de la lengua. Está llena de poesía, pero poesía de la buena.
Delibes tenía un oído excepcional para captar la lengua del pueblo. Ese “a mandar, para eso estamos” en boca de la Régula, o el “milana bonita” como salmodia hermética de Azarías y palabras ya olvidadas como aseladero, zahurdón, torvisca, empollinar, mancar, tollo, achares, y muchas, muchas más, convierten la novela en un prodigio sonoro. Ya nadie habla así el castellano. Nadie dice cosas como “ando con la perezosa que yo digo”, o “el pájaro perdiz que falta, señorito Iván, el que bajó usted orilla de la retama, me lo ha afanado el Facundo”. Fue la manera de hablar de miles y miles de campesinos. Hoy Los santos inocentes es casi una novela de fantasmas. Son los fantasmas irredentos del campesinado español de la posguerra, a quienes Delibes, con ternura infinita, inmortalizó a través de sus humildes palabras. Esta obra sirve para que no se olvide nunca el sufrimiento de miles de españoles, el sufrimiento de los campesinos. Recordemos siempre esta frase: “A mandar, para eso estamos”. Pues seguimos obedeciendo. Parece una frase interminable.
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