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Muere Mario Camus a los 86 años, el maestro del cine sobrio

El director levantó acta de la vida en España a través de clásicos como ‘La colmena’ y ‘Los santos inocentes’ o series de televisión como ‘La forja de un rebelde’ y ‘Fortunata y Jacinta’

Gregorio Belinchón
Mario Camus, retratado durante una entrevista en 1993.
Mario Camus, retratado durante una entrevista en 1993.Carlos Yagüe

El director de cine Mario Camus ha fallecido este sábado a los 86 años en Santander. Con su muerte, se va un maestro del cine español, un creador que supo —sin imponer jamás su estilo, sin alardear de autorías— contar historias desde la sequedad del norte, una sobriedad a través de la cual narraba los sentimientos más profundos. Sin alharacas, probablemente en comunión en su fondo con la literatura española de sus contemporáneos, una inspiración que para un devorador de libros como fue Camus supuso un motor narrativo. Esa pulsión por desaparecer tras su obra devino en realidad en su marca. Y, a la vez, con su filmografía levantó testimonio de un lugar, España, a lo largo de distintas épocas. En eso coincidió con sus compañeros en la Escuela Oficial de Cine de Madrid: Carlos Saura, Basilio Martín Patino, José Luis Borau, y un más joven Manuel Gutiérrez Aragón.

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Nacido en la capital cántabra en 1935, estudió Derecho antes de inscribirse en la Escuela Oficial de Cine, donde se convirtió en parte del grupo del Nuevo cine español, en el que además de los mencionados estaban Miguel Picazo, Julio Diamante o Manuel Summers. Sus primeros guiones los coescribió con Saura: Los golfos o Llanto por un bandido le abrieron la puerta a que él mismo debutara en la dirección con Los farsantes (1963), al que le siguió el primer gran trabajo de su carrera, Young Sánchez (1964), una película sobre boxeo, una de sus pasiones, en la que adaptó a un escritor clave en su manera de hacer cine: Ignacio Aldecoa. Con otro relato de Aldecoa, Con el viento solano (1967), sufrió una debacle comercial y por eso acabó dirigiendo a finales de los sesenta a Raphael en títulos mucho más comerciales (Cuando tú no estás, Digan lo que digan, Al ponerse el sol), a Sara Montiel en Esa mujer, y a Terence Hill en el wéstern La cólera del viento. Y sin ninguna queja, al servicio siempre del guion, haciendo su trabajo a la espera de tiempos mejores para sus propias historias. Las que llegaron en los setenta con La leyenda del alcalde de Zalamea (1973) —usando como cimiento para su libreto un clásico de la literatura—, y su retorno a Aldecoa con Los pájaros de Baden-Baden (1975).

Es al final de esa década cuando Camus entra también en las series de televisión. Sancho Gracia, actor al que había dirigido en una serie precedente, Los camioneros, le reclama para Curro Jiménez (1977-1978), que revolucionó la televisión española de la época, gracias al plantel de directores: los Romero Marchent, Antonio Drove, Camus, Pilar Miró, Fernando Merino y Francisco Rovira Beleta. Y así, sin abandonar el medio, Camus también adaptó a Benito Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta.

“Milana bonita”

Con su vuelta al cine, La colmena, su versión del libro de Camilo José Cela, ganó el Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín, en 1982. Y dos años después, Los santos inocentes provocó un terremoto en el alma española, al contar la novela de Miguel Delibes como espejo de una casta que aún hoy se mantiene, ejerciendo su poder, a través de otros pliegues en la sociedad. Aquella historia de caciques y campesinos supuso para Alfredo Landa y Paco Rabal el premio ex aequo a la mejor interpretación masculina en el festival de Cannes de 1984. “Milana bonita”. Dos palabras que anidan en la idiosincrasia española. “El éxito en Cannes fue impresionante, hasta me da vergüenza recordarlo”, contaba décadas después el cineasta.

Mario Camus, con el Goya de Honor, junto a Sancho Gracia.
Mario Camus, con el Goya de Honor, junto a Sancho Gracia.JAVIER SORIANO (AFP)

Camus aceptó muchos encargos alimenticios, sin perder jamás su punto de vista. Y siguió batallando por un audiovisual con alma, con apuntes de un romanticismo que también tiñó su vida. Si en La vieja música (1987) usaba como excusa el baloncesto para hablar de recuperar un amor, en su adaptación ejemplar del espíritu lorquiano de La casa de Bernarda Alba (1987) y en su versión en serie de televisión de la novela de Arturo Barea La forja de un rebelde (1990) ahondó en las heridas morales innatas de este país. Camus jamás rehuyó el compromiso moral en su obra, que incluso le llevó a tocar el terrorismo en Sombras en una batalla (1993) y en La playa de los galgos (2002). Además, hizo alguna incursión en el teatro, como director de la obra de Antonio Gala ¿Por qué corres, Ulises? (1975), y escribió libros de relatos como Un fuego oculto (2003) y Apuntes del natural (2007).

Premio Nacional de Cinematografía en 1985, Goya al mejor guion original por Sombras en una batalla, en 1993, y Goya de Honor en 2011, en las entrevistas ante estos galardones que homenajeaban su labor nunca se sintió cómodo. “Sería un pedante enorme si me pusiera a formular teorías; lo que sí recuerdo son las dificultades de cada rodaje…”, le decía a Diego Galán en este diario en 2015. ¿Era un cineasta autor? “Las películas se adjudican a un autor, pero hay medio centenar de personas trabajando en ellas”. Y sí, echaba de menos dirigir: “Pero el problema es el de siempre: es más difícil montar la financiación que rodarla, es decir, tener que ir a ver a menganito o a fulanito, y que te vayan mandando de uno a otro… Éramos como pordioseros y lo seguimos siendo”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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