9 fotos10 libros imprescindibles de la posguerra españolaObras fundamentales de Max Aub, Laforet, Cela o Juan Ramón nacidas en este convulso periodoÁngel L. Prieto de Paula26 abr 2016 - 12:48CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceCumbre de la lírica del siglo XX, Espacio tiene una historia editorial compleja. En carta de 1943 a Díez-Canedo, escribe Juan Ramón Jiménez que le fue dictado por “una embriaguez rapsódica, una fuga incontenible”. Concebido inicialmente en verso libre, publicó los dos primeros “fragmentos”, de los tres de que consta, en Cuadernos Americanos (1943 y 1944 respectivamente). Hasta 1954 no apareció publicado en su conjunto, vertido todo él a prosa, en la revista dirigida por García Nieto Poesía Española. El poema es una celebración solar de la existencia mediante un monólogo interior que conduce, en palabras de Alfonso Alegre, “al paraíso innombrado”.En 1948, Dámaso Alonso confesaba que el vanguardismo del 27 había congelado su creatividad, y que para recuperarla necesitó la sacudida de la guerra. De ahí proceden los poemas de Hijos de la ira (1944). El libro, ahíto de simbología existencial (larvas, cadáveres, flacidez mucilaginosa), abrió las compuertas del horror y del feísmo estético en medio de la atildada e irrelevante lírica garcilasista, y enarboló el versículo de entonación salmódica frente al rigor encorbatado del endecasílabo. Aunque Alonso sostuvo que su protesta no tenía cariz histórico o antifranquista, es difícil explicarla sin apelar al marco en que se concibió.En los cuarenta domina una novela “tremendista” de personajes perturbados y situaciones truculentas. Más cerca de la angustia que de la desesperación, Nada (1945; primer premio Nadal), de Carmen Laforet, es una autobiografía ficticia que refiere un curso en la vida de Andrea, desplazada a Barcelona para estudiar Filosofía. Allí reside con unos parientes desquiciados por la guerra, menos explícita que agazapada. Con un realismo de impregnación impresionista y recursos elementales, la autora contamina al lector de su sensación de tristeza indefinida, violencia no siempre soterrada, precariedad, vacío. Después de Nada, casi nada: Laforet fue perdiéndose en un interior claustral del que ya nunca saldría del todo.La disquisión sobre el ser de España, que ocupó a regeneracionistas y noventayochistas, resurgió en 1948 con España en su historia, de Américo Castro, reeditada como La realidad histórica de España. Desde posiciones filológicas, señala Castro la conformación conflictiva de un estatuto hispánico sobre la marginación de judíos y musulmanes por el casticismo católico. Tanto esta obra como la impugnación de otro exiliado, Claudio Sánchez Albornoz (España, un enigma histórico), que con métodos historiográficos menos interpretativos defiende una España romana y por supuesto visigoda (y cristiana), constituyen el núcleo de una apasionante disputa intelectual que enlaza los siglos XIX y XXI.Trágico contemporáneo de la estirpe de los vencidos, Buero Vallejo obtuvo el premio Lope de Vega de 1949 con Historia de una escalera. El drama presenta a unas familias humildes apostadas, una generación tras otra, en la escalera del edificio donde residen, urdiendo planes que la realidad frustrará como resultado del inmovilismo social y de su propia abulia. En un círculo que solo avanza para volver origen, el desolador mensaje individual contiene una denuncia de la vida mezquina de la posguerra. No obstante el inesperado éxito de la obra, su realismo era formalmente regresivo si se coteja con el teatro europeo coetáneo.La herencia de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, la recoge el bilbaíno Blas de Otero, poeta religioso en sus comienzos que deriva hacia la compulsión, la dicción agonística y el tono blasfematorio; aunque, en vez de los versículos del maestro del 27, adopta Otero la estrofa clásica, que desencuaderna y disloca desde dentro con violencia incendiaria y destreza manierista. A este tipo de lírica responden tanto Ángel fieramente humano (1950) como, publicado al año siguiente, Redoble de conciencia. Ningún otro poeta español de su siglo logra esa tensión para expresar la zozobra ante la muerte y el silencio de Dios.Incluso Cela, que trabajó para la censura, tuvo problemas con ella: La colmena hubo de editarse en Buenos Aires, en 1951. La novela presenta una maraña de historias y personajes anodinos (camareros, sablistas, gentes de letras, niñas prostituidas...) que malviven, hacinados pero ajenos, en “celdas” de estructura caleidoscópica. La pretensión de mostrarnos “un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad” no debe engañarnos: bajo superficie de asepsia documental, el universo asfixiante de esta colmena está presidido autorialmente por el fatalismo, la crueldad, la sordidez, el instinto. La piedad va por cuenta del lector.En 1953 Sender publicó en México Mosén Millán (desde 1960, Réquiem por un campesino español). La novelita recrea el nacimiento, la pasión y la muerte de Paco el del Molino, asesinado por los franquistas en la guerra. El cura que lo bautizó, formó, casó, delató y dio el santolio celebra un funeral de cabo de año, al que solo asisten sus ejecutores, decididos magnánimamente a olvidar. En esta obra maestra, que ahíla los recuerdos discontinuos y torturados del cura mientras se prepara para la misa, aparecen pesados con precisión asombrosa el pecado y la culpa, el remordimiento, la autojustificación, la compunción, el miedo.Claudio Rodríguez, un muchacho de 17 años sin otras lecturas que las del Bachillerato, fue componiendo mentalmente, a medida que caminaba por tierras de pan llevar, un conjunto de poemas que seguían el ritmo de la respiración. El resultado fue Don de la ebriedad (1953; premio Adonáis), distribuido en series de endecasílabos, en su mayoría arromanzadas, que parecen responder a ciencia infusa: “Siempre la claridad viene del cielo; / es un don”... Por su entonación hímnica, deliquio visionario y maestría formal, el libro ni encuentra precedentes en la poesía anterior (salvedad hecha, acaso, de los espirituales castellanos del XVI) ni parangón en la coetánea.