Cómo un disco de Christina Rosenvinge convirtió en rockeras a las adolescentes españolas
Con ‘Que me parta un rayo’, que cumple 30 años, la cantante tropezó con un ecosistema sexista y al mismo tiempo empoderó a una generación de chicas. Esta es la historia de aquel álbum que animó a coger su primera guitarra a hoy estrellas como Julieta Venegas, Eva Amaral o Anni B Sweet
—A Christina le duele la cara de guapa. ¡Y, además, canta!
—Por cierto, chavales, ¿a vosotros qué os parece la música de Christina? Y ella, ¿qué os parece? Mejor incluso que la música, ¿no?
Este es un ejemplo de cómo se recibía en un plató de televisión a Christina Rosenvinge hace 30 años, cuando publicó, en 1992, como Christina y Los Subterráneos, el disco Que me parta un rayo. “Eran presentaciones tremendas, muy faltonas”, comenta Rosenvinge, tomando un té, sentada en una terraza de Madrid, la ciudad donde vive. Ella tenía 25 años entonces y llegaba armada para la batalla gracias a una profesora feminista que le dio herramientas para defenderse del atosigante ecosistema machista de la época, entre ellas la lectura ensimismada de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. En un programa de televisión en Perú y ante el comentario sexista preceptivo, la cantante soltó: “Cualquier mujer que no quiera lavar calzoncillos toda la vida tiene que ser feminista”. “Decir eso en aquella época era muy rompedor. En la televisión y la radio comerciales no entendían por qué yo era feminista, incluso las presentadoras. Relacionaban feminismo con señoras con bigote y sin sujetador”, señala hoy la artista.
Christina Rosenvinge (Madrid, 57 años) se muestra estos días desbordada. Hace poco recordó en sus redes sociales que ya habían pasado tres décadas de Que me parta un rayo. Más de 1.000 comentarios constataron lo que se intuía: que este álbum marcó la adolescencia de unas chicas que necesitaban ver y escuchar a una mujer rockera cantar cosas como: “Los tipos duros pasan apuros cuando se cruzan por mi carril”.
Esta es la opinión de una seguidora, que firma como Funambulistadelavida: “Fue mi primera casete. Yo era una adolescente y me impresionó conocer a una mujer rockera. Con los años me he dado cuenta de que fue el primer disco feminista que compré”. El comentario resume la relevancia del disco: banda sonora de unos adolescentes hoy cuarentones, canto a la amistad femenina y percutor para que muchas chicas vieran que se podía ser femenina y rockera. Entre las cantantes actuales que reconocen que Que me parta un rayo les provocó coger una guitarra están Julieta Venegas, Eva Amaral, Vega, Anni B Sweet…
Miren Iza (42 años), líder de Tulsa, cuenta: “Nos atravesó a todas las niñas de la época. No había muchas mujeres en España con una imagen tan potente. Yo tenía 12 años y no había interiorizado un discurso intelectual sobre el feminismo. Pero Christina me gustaba porque era una mujer fuerte. Y luego hay otra fase en la que me siento identificada como artista, el ver a una mujer que mantiene la coherencia en toda una carrera. Vibraba en la pubertad y en la adultez me di cuenta de la importancia de su música y de su trayectoria”.
Ya antes que Rosenvinge estaban otras mujeres rockeras y poperas en España (Luz Casal, Cristina Lliso en Esclarecidos, Aurora Beltrán en Tahúres Zurdos o Azucena Martín en Santa), pero a principios de los noventa la que impactó a esa generación en busca de referentes fue ella. Y no solo impresionó a mujeres. “Cantaría el disco entero sin olvidar ni una palabra”, apunta el músico Guille Mostaza. “Tengo la edición original, comprada en su día”, añade el escritor Agustín Fernández Mallo. El disco también pegó fuerte en países latinoamericanos, como Chile. Tanto que a la propia autora le llegó por gente cercana al escritor chileno Roberto Bolaño que el creador de 2666 lo elegía como banda sonora para sus viajes en coche. “Gustó también a los chicos, pero para las chicas tuvo un plus, porque les hizo envalentonarse de cara a sus relaciones y también para coger una guitarra y dedicarse a la música. En cierta forma creo que las canciones se convirtieron en pequeños himnos de su independencia”, apunta la autora.
Se trata de un disco construido en el tumulto sentimental. Rosenvinge acababa de desligarse del popular dúo Álex y Christina; además, su padre, con el que tenía una relación conflictiva, se encontraba agonizando. “La compañía de discos se negaba absolutamente a que nos separáramos Álex y Christina y me pusieron contra las cuerdas. Yo venía del entorno de la Movida, pero se empeñaron en lanzarnos como un fenómeno fan. Nos pasábamos el día en las televisiones haciendo playbacks, y los conciertos eran en verano en las fiestas. Se hacían muy pocas salas, que era lo que yo quería. Había acumulado unas sensaciones de falta de control. Y a esto se unió que con Álex no había una buena sintonía porque había habido una relación sentimental previa, antes incluso de que firmáramos el contrato. Y, bueno, la verdad es que trabajar con un ex nunca acaba de salir bien”.
A la vez iniciaba una relación sentimental con el novelista Ray Loriga. “Era el principio de algo muy potente: nos apoyábamos en lo artístico el uno al otro. Él estaba intentando ser escritor y yo, iniciar mi carrera en solitario”. Vivían en un pequeño chalet de Las Rozas (al oeste de Madrid), propiedad de los padres de él. Todas las noches veían películas “de pistolas” que le gustaban a él: vaqueros, gánsteres, bélicas… “Me pareció un mundo fascinante y divertidísimo, y ese mundo se acabó colando también en las canciones. Yo estaba reclamando mi sitio entre los chicos. Se trataba de no querer ser la chica, sino uno de los muchachos. En realidad es una actitud feminista: reclamar tu voz y tu lugar con las armas que tengas en ese momento. Es totalmente lícito. Todavía no había estallado en ese momento el fenómeno de las Riot Grrrl, que afrontaron ese dilema de forma distinta: feminizarse totalmente en la ropa. Iban vestidas de niñas, pero tocando guitarras distorsionadas”.
Rosenvinge escribía cosas como: “Voy en un coche que robé anoche a un tipo listo que iba a ligar. / Dije: ‘Mi amor, voy por cigarrillos’. / Y una vez dentro, le metí gas”. Y aprendía a tocar la guitarra. Fue a clases de un virtuoso instrumentista argentino que residía en Madrid, Claudio Gladis, del histórico grupo Manal, que se empeñaba en enseñarle escalas de blues. El segundo día le robó dos libros de acordes de Bob Dylan (los de los discos Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde), los fotocopió, se los devolvió y no regresó a recibir más clases. Con esa base musical tan simple como brillante compuso las melodías. Las letras las iba armando con episodios experienciales. Como Tú por mí, una de las piezas estrella, la historia de Sarah, una chica con la que compartía piso en Madrid (antes de irse a vivir con Loriga) y que acabó devorada por un amor y una adicción. El novio la empujó a la heroína y luego a la prostitución para conseguir las dosis para los dos. “Junto con otro chico con el que compartíamos piso desarrollamos un plan de rescate para Sarah. Un día, la esperamos en un coche en marcha y la rescatamos. Luego la escondimos para que no la descubriese él y para que se desintoxicase. Y lo conseguimos”, cuenta. Aquella historia de amistad femenina caló en unas adolescentes ávidas por sentirse identificadas.
Christina habla de su experiencia con las drogas: “Siempre he estado entre gente que se pasaba muchísimo, pero yo no hacía lo mismo por precaución. Era muy frágil de salud. Cuando la gente al día siguiente con la resaca bajaba un piso, yo bajaba cinco. Siempre he tenido mucho cuidado. He sido muy comedida con el tema de las drogas”.
Que me parta un rayo se grabó con la banda que utilizaba Joaquín Sabina en aquella época. La conexión la realizó la hermana de Rosenvinge, Teresa, pareja en aquella época del poeta y escritor Benjamín Prado, amigo de Sabina. Así que Pancho Varona y compañía ejercieron de banda de Rosenvinge en el estudio. Un disco que se nutre de rock and roll y country-rock.
Pocos meses después de ponerse a escribir Que me parta un rayo, el padre de Rosenvinge murió. Era un hombre conservador y estricto con el que ella no se entendió, sobre todo los últimos años de su vida. También un gran aficionado al flamenco y a la poesía. El último disco de Christina se llama Un hombre rubio y supone la reconciliación con su padre, sobre todo por el lado del arte. Es un círculo que se cierra: de su primer álbum en solitario, Que me parta un rayo (1992), al último, Un hombre rubio (2018). Una carrera que su padre no ha visto, pero que su madre, ya nonagenaria, ha ido disfrutando. También los hijos de la cantante, de 17 y 23 años, parecidas edades con las que aquellos chicos y chicas de los noventa que escuchando el disco decidieron envalentonarse y decir: si ella lo puede hacer, nosotras también.
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