_
_
_
_

La vida fue cruel con Azucena, la diosa del ‘heavy’ español

Un documental y un disco ponen el foco en las pioneras del rock duro. Así fue la desdichada historia de la más popular

Carlos Marcos
Azucena actuando con Santa en la cárcel madrileña de Caranbanchel, en 1985. / Archivo Bernado Ballester
Actuación de Azucena en la cárcel madrileña de Caranbanchel en 1985. / Archivo Bernado BallesterBernado Ballester

Tomaba el escenario al asalto. Vestida con ceñidos pantalones de cuero y corsé. El brazo cubierto, de la mano al codo, con un guante de tachuelas. A veces sacaba un látigo y lo hacía restallar, ¡zas! Cantaba abriendo mucho los ojos. Bramaba heavy metal. Un día, salió ante el público, aulló “buenas noches, Madrid" y golpeó el pie del micrófono sobre sus muslos con tanta fiereza que lo partió. Desprendía carisma, arrollaba, el público la adoraba, era la Lola Flores del metal… Pero, de repente, su vida se fundió. 40 años después hay algunos que piden perdón. “Fuimos injustos, la boicoteamos, le hicimos la vida imposible. Y yo contribuí a ello”, recuerda Bernardo Ballester, batería del grupo Santa, al frente del cual Azucena Martín-Dorado consiguió la gloria y la desdicha.

Azucena (a secas, así era su nombre artístico, en su época en solitario Azuzena) era lesbiana y no lo ocultaba en unos años, inicio de la década de los ochenta, en los que ninguna cantante (ni casi nadie con presencia pública) lo reconocía. Azucena era mujer en un terreno testosterónico. Azucena no era heavy de pura cepa: le gustaba tanto Rocío Jurado como Judas Priest. Azucena no se dejaba dirigir ni manipular. Y cuentan que era noble en un ecosistema habitado por tiburones. Murió en 2005 con 49 años. Llevaba retirada más de una década, asqueada con el trato que le dio la industria musical. En sus últimos años regentó un chiringuito de rock en Alicante. Le iba bien. Hasta que la ley de costas lo clausuró. Poco tiempo después falleció en su casa de forma súbita.

Más información
Santa 'Reencarnación'
19 discos del rock español de los ochenta que hay que escuchar una y otra vez

La emblemática cantante es una de las protagonistas del disco (ya a la venta) y el documental Ellas son eléctricas (previsto para diciembre), un proyecto de los investigadores del patrimonio musical español Leo Cebrián y Paco Manjón que pone el foco sobre un colectivo al que se le negó protagonismo: las mujeres que, entre 1982 y 1991, decidieron hacer rock duro en España. Al lector no metido en el género le asaltará la pregunta: ¿Existieron féminas en el rock español en aquella época? “Sí, claro que existieron. Lo que pasa es que ninguna trascendió porque era un mundo de hombres y además el establishment rechazó al heavy por prejuicios. Azucena fue la primera mujer estrella del rock español. Era una artista suprema”, señala Manjón.

En El Molino Rojo

Para conocer la pasta de la que estaba hecha esta artista es necesario acudir a locales como El Molino Rojo, en Barcelona, donde actuaba como vedette su madre, Conchita Loren. “Me llevaba a Azucena a todos los lados, aunque eso al principio no le hacía gracia. Pero es que no tenía con quién dejarla. Un día, en un teatro, me puse enferma y ella se ofreció a salir. Ni siquiera sabía que le gustara. Tenía solo cuatro años. La gente se volvió loca con su forma de cantar por Manolo Caracol”, cuenta la madre en el documental, hoy con 83 años. Ese fue el caldo de cultivo de la cantante. Acompañando a sus padres (él era guitarrista) en un coche sin calefacción por pueblos para ofrecer espectáculos musicales y de humor con su punto picante. Eran los años sesenta en España. Se ha rescatado una grabación suya en El Molino Rojo donde despliega su magnetismo, ya con 17 años.

La abuela Ángeles, emblema del rock de la época, con Santa en la Plaza de Toros de San Sebastián de los Reyes (Madrid): de izquierda a derecha, Jero Ramiro, Bernardo Ballester, Azucena y Julio Díaz.
La abuela Ángeles, emblema del rock de la época, con Santa en la Plaza de Toros de San Sebastián de los Reyes (Madrid): de izquierda a derecha, Jero Ramiro, Bernardo Ballester, Azucena y Julio Díez. / Archivo Paco ManjónArchivo Paco Manjón

Podría haber seguido potenciando ese trabajo junto a sus padres, pero se independizó. Viajó de Barcelona a Madrid, donde había nacido en 1955. Trabajó en el teatro y poniendo voz a algunos anuncios. Telefoneaba a espacios de música dura en la radio y cantaba temas de Janis Joplin. En los locales de ensayo de Tablada 25 entró en contacto con la escena musical madrileña. Montó un grupo llamado Huracán. Dos miembros de Obús (banda ya asentada a mediados de los ochenta), el bajista Juan Luis Serrano y el batería Fernando Sánchez, en busca de grupo nuevo al que apadrinar, los vieron. Solo les gustó ella y la convencieron para que les dejara con la promesa “de formar una banda con grandes músicos de rock”. El elegido fue Jero Ramiro, un excelente guitarrista que ya tenía bastante nombre. “En el escenario era una artista como no he encontrado otra igual. Arrasaba”, cuenta Ramiro, que sigue en activo con la banda Saratoga y dando clases de guitarra.

El grupo se llamó Santa. El primer disco, Reencarnación (1984), fue un éxito. Cuando salieron a la carretera comenzaron las fricciones. “Ahí empezó una lucha entre Jero y ella. Yo me posicioné con Jero. Fui un imbécil. En realidad, ella no se fue: le indicamos la puerta de salida”, señala Ballester. No está de acuerdo Jero Ramiro: “Azucena era una persona fuerte en el escenario, pero muy influenciable cuando estaba fuera. Es verdad que tuvimos divergencias. Ella tenía una mánager personal. Viajaban aparte. Cuando tocábamos en una ciudad buscaban un hotel o alquilaban una habitación para maquillarla y vestirla. Eran tiempos duros para el heavy. No teníamos ni camerinos. Había que adaptarse, pero Azucena venía del mundo de la revista y quería sus pequeños lujos. A ella la convencieron para dejar el grupo y lanzarla en solitario”. Ballester recuerda episodios tensos: “Subíamos el volumen de los instrumentos para que ella forzara la voz. Jero y Azucena luchaban a empujones por estar en el centro del escenario. Cuando íbamos a entrevistas querían hablar solo con ella, claro, porque era la estrella. Pero lo evitábamos. Sí, quizá Azucena no sabía el nombre del bajista de Judas Priest, pero en directo era más heavy que ninguno”.

El segundo álbum de Santa, No hay piedad para los condenados (1985), solo vendió 7.000 ejemplares frente a los 20.000 del primero. La cantante abandonó para lanzarse en solitario. Suavizó su estilo presionada por la discográfica con el objetivo de entrar en el mercado comercial. Pero sus dos trabajos en solitario (La estrella del rock, 1988, y Liberación, 1989) pasaron desapercibidos. Santa, por su parte, descarriló con una nueva vocalista, la argentina Leonor Marchesi. "Coincidieron dos cosas: mi salida de Chapa Discos [la discográfica, casa del rock español] y la llegada del PSOE al poder, que se olvidó de nosotros para apoyar a la movida. Esto hundió al rock duro. Los grupos se quedaron huérfanos a mediados de los ochenta. Recuerdo que Manuel Martínez, de Medina Azahara, tuvo que volver a la albañilería. Una pena, porque Azucena fue la gran dama del heavy español. Una luchadora, con una capacidad de transmisión increíble. Pero se quedó frustrada con el sistema. Acabó poniendo copas”, cuenta Vicente Mariskal Romero, fundador de Chapa Discos.

Con su nueva propuesta musical la cantante recibió la indiferencia de los dos sectores: los heavies no aceptaron que se suavizara y los medios comerciales la veían demasiado rockera. Ballester tocó la batería en un concierto con una Azucena en horas bajas, en 1991: “Apenas pudo acabar. Estaba fuera de forma. Allí ya nos dijo: 'Chicos, vamos a dejarlo por un tiempo”. Ballester le pidió disculpas por el trato que le había dado en Santa: “Ella era muy buena gente: ‘No te preocupes, Bernardo, todo está olvidado’, me decía”.

Portada de la revista 'Heavy Rock' con Azucena en un número de 1985.
Portada de la revista 'Heavy Rock' con Azucena en un número de 1985. Heavy Rock

A principios de los noventa montó un pub en Lavapiés (Madrid), El Infierno. Al poco lo cerró y se marchó a Alicante para inaugurar un chiringuito a escasos 20 metros del mar, en la Playa del Cocó. Salvador Domínguez, guitarrista y biógrafo del rock español, frecuentó el bar, cuando se trasladó a vivir a Alicante: “El local iba como un cañón. Se cerraba de madrugada y siempre estaba lleno. Ella era encantadora, una persona íntegra. Se la veía feliz en su chiringuito”. José María Esteban, periodista y mánager de músicos, mantuvo el contacto con ella cuando dejó la música. “Tuvimos muchas conversaciones mientras estaba en el chiringuito. Se mostraba desengañada. Nunca criticaba a nadie en concreto, decía que la había utilizado la industria musical, el sistema, que no la habían dejado desarrollar una carrera. Echaba mucho de menos el escenario”, señala Esteban. A principios de los 2000 la cantante recibió otro golpe: su exitoso chiringuito se clausura atendiendo a la ley de costas, que acabó con muchos locales a pie de playa.

“Meses después de cerrar me encontré con ella en un club alicantino, Clan Cabaret. La vi bien, feliz. Quería que le enviase algunas fotos que le había hecho”, señala Esteban. Azucena regresa a su ciudad, Madrid, para hacer un último intento de relanzar su carrera musical. En 2004 el programa de Mariano García, Disco-Cross, emite un mensaje de ella: “Hola, soy Azucena. Espero que os acordéis de mí. Dentro de poco tendréis noticias mías”. Meses después, el 31 de enero de 2005, la tragedia: Azucena murió de forma repentina, recostada en el sofá de su casa de Madrid, debido a un edema pulmonar agudo. Estaba sola. Tenía 49 años.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_