Penélope Cruz y Blanca Portillo, un camino lleno de encuentros hasta los Premios Goya 2022
La nominación de las dos intérpretes al premio a la mejor actriz protagonista vuelve a unir a dos mujeres que han logrado su gran prestigio de maneras muy distintas
La primera vez que Penélope Cruz y Blanca Portillo coincidieron fue en la cárcel de Yeserías. No estaban presas, ni visitaban a ningún pariente encarcelado: se trataba de su primer trabajo conjunto, Entre rojas, de Azucena Rodríguez. Corría el año 1994 y Rodríguez, que sí había pasado por prisión por su oposición al franquismo en los últimos años del régimen, decidió retratar su propia historia, pero lejos de regodearse en el sufrimiento, llenó su película de ternura y humor. En la primera secuencia que ambas comparten, la recién llegada Lucía (Cruz) contempla la entrada de Manuela (Portillo) como un huracán al comedor de la cárcel. Manuela se sube encima de la mesa sobre la que el resto de reclusas está comiendo, se abre de un tirón el vestido rojo que lleva y les enseña a sus compañeras su cuerpo completamente desnudo. Lucía la mira sorprendida hasta que Manuela se explica: se va a casar ese mismo día con un preso de Carabanchel y ha arreglado su vestido para poder quitárselo del tirón en el vis a vis. “Voy a echar un polvo por cada una de vosotras. ¿Dieciséis?”. “No, diecisiete”, corrige una de ellas en referencia a Lucía.
Entre rojas también fue el debut de Blanca Portillo (Madrid, 58 años) en el cine, aunque estaba lejos de ser una novata en la interpretación. Llevaba una década viviendo del teatro, donde se estrenó en un Bodas de sangre dirigido por José Luis Gómez. Con 20 años, la actriz tenía novio formal y planes de casarse, pero a su vuelta de la gira el único compromiso que quiso asumir fue con el teatro. A Bodas de sangre le siguieron El mal de juventud; Lope de Aguirre, traidor; Hécuba; La cantante calva; Las troyanas; Cuento de invierno; Marat-Sade, Oleanna... La colección de clásicos teatrales que fue encadenando demostró que la escena supo recompensar su entrega.
A pesar de su juventud, Penélope Cruz (Alcobendas, 47 años) tampoco era nueva en el oficio. Su primera oportunidad profesional la recibió en 1988, cuando fue elegida por Nacho Cano para protagonizar el vídeo musical de La fuerza del destino. Poco después se presentó a otra prueba que, en sus propias palabras, le cambió la vida: “No sé muy bien qué hacía yo leyendo Las edades de Lulú a los 14 años, pero cuando llegó a mis oídos que habría un casting abierto, allí me presenté”, contó en una carta de despedida a Bigas Luna tras su fallecimiento. “Lo primero que Bigas me preguntó fue mi edad. Le dije que tenía 17 años y él, siempre con mucha dulzura y sin hacerme sentir mal, se rio en mi cara y me dijo: ‘Bueno, no podrás hacer esta película, aunque te llamaré para otra cuando seas más mayor (…). La gran sorpresa me la llevé casi tres años más tarde. El teléfono sonó y recibí una llamada que me hizo creer en los milagros”. Así terminó protagonizando Jamón, jamón. Y los milagros se fueron solapando: su segunda película, Belle époque, de Trueba, recibió el segundo Oscar a la mejor película de habla no inglesa para un filme español.
Después de su trabajo en Entre rojas, sus trayectorias se separaron y no volvieron a coincidir hasta Volver (2006). Penélope aprovechó los 12 años que transcurrieron entre ambos proyectos para convertirse en una estrella internacional gracias a su trabajo en Hollywood, con esa capacidad que tienen algunos talentos de hacer que sus proezas parezcan fáciles. Gritó aquel “Pedrooo” que certificó que Almodóvar había ganado el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por Todo sobre mi madre (segunda película en la que trabajaron juntos tras Carne trémula) y por un momento la hazaña pareció sencilla. Blanca, mientras tanto, combinó una carrera teatral cada vez más solvente como actriz, productora y directora, con sus trabajos televisivos. Carlota, su personaje en Siete vidas, le dio la popularidad que el teatro le negaba y el escenario le dio el prestigio del que se privaba a la tele española de entonces. “No tengo problema en hacer la gansa profunda y al día siguiente interpretar a Medea”, aseguraba hace años en una entrevista.
El reencuentro con ‘Volver’
Cruz le regaló a Raimunda lo mejor de sí misma, que ya es decir, y Raimunda le dio a la intérprete, además de uno de los mejores personajes de su carrera, su primera nominación al Oscar —la primera en realidad para una actriz española—, su segundo Goya y el premio de Cannes a la mejor interpretación, compartido con todo el reparto femenino de la película. De su experiencia en Cannes, Portillo suele recordar una anécdota: casi no pudo sentarse a la mesa con sus compañeras, porque sin el pelo al uno de su personaje, nadie la reconocía allí. Fue la esposa de Samuel L. Jackson quien le espetó a la camarera que no la quería acomodar: “¡Pero si es Agustina!”. El mismo año Portillo estrenó Los fantasmas de Goya, a las órdenes de Milos Forman, y Alatriste, donde interpretaba a Fray Emilio Bocanegra, una constante, la de interpretar a hombres que, después de haber encarnado a Hamlet y a Segismundo —o ahora mismo a Juan Mayorga en Silencio—, ya es marca de la casa. “Me apasiona el personaje, no su sexo (…). Tenemos distinta educación y distinto rol social, que nos han metido a machamartillo”, explicó a EL PAÍS, “pero de corazón no creo que haya muchas diferencias”. A los cinco premios Max que acumula por su trabajo en teatro hay que sumar la Concha de Plata que ganó por Siete mesas de billar francés, el Nacional de Teatro (2012) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2018), que Cruz había recibido tres años antes.
Un año después de la nominación por Volver, Penélope ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria gracias a Vicky Cristina Barcelona y Portillo lo celebró en una tribuna que escribió para EL PAÍS: “Se ha convertido en una de las grandes. Siempre supe que lo era, pero esta noche, al verla con la estatuilla en la mano, tengo la impresión de que, a partir de hoy, el mundo entero lo sabrá”.
Volvieron a trabajar juntas en la siguiente película de Almodóvar, Los abrazos rotos, y desde entonces sus carreras no se han vuelto a cruzar. Esta semana se verán las caras en los Goya. Ambas se disputan el galardón a la mejor actriz protagonista, una por Madres paralelas, película por la que Cruz ha logrado la Copa Volpi del festival de Venecia, y la otra por Maixabel. Tal vez el Goya lo gane Petra Martínez, por La vida era eso. Daría igual: a estas alturas ninguna de las dos tiene que demostrar nada a nadie.
El escenario de los Oscar le dio a Penélope Cruz la oportunidad de dar el discurso de su vida: “I was born in a place called Alcobendas, where this was not a very realistic dream”. “Ahora que han pasado los años y miro hacia atrás, nunca, ni en mis mejores sueños, podía imaginarme lo que ha pasado y a dónde he llegado”, confesó Portillo cuando recibió el premio Nacional de Teatro. Segismundo, en su encierro, no sabía distinguir los sueños de la vida. Blanca y Penélope se conocieron en una cárcel y parecen haber conseguido no distinguir la vida de los sueños.
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