Marco Avilés: “La guerra contra lo indígena también comienza en nuestra casa”
El escritor peruano presenta la reedición de su libro ‘De dónde venimos los cholos’, una cartografía del Perú invisible para el centralismo de Lima
El escritor Marco Avilés (Abancay, 1978) cuenta que empezó a estudiar quechua durante la pandemia para sorprender a su abuela apenas pudiera viajar a Lima. En un país como Perú, nacer en la sierra y migrar a la ciudad siempre implicó más de un abandono. Su familia fue una de miles que dejaron las montañas entre los ochenta y noventa para encontrar un refugio de la violencia de la guerrilla en la periferia de Lima. En la capital, su padre abandonó la lengua materna, y entre el estigma y el dolor se aseguró de que sus hijos no la aprendieran nunca.
“En el Perú, la muralla lingüística que separa a nuestras familias no se entiende como la tragedia que es. Todo hogar con una historia de desplazamiento o migración tiene una herida abierta que no sabemos cómo nombrar”, escribe Avilés en el epílogo de la nueva edición de De dónde venimos los cholos (Seix Barral, 2016), un libro que causó un terremoto editorial por la descripción tan lúdica como rabiosa de la desconexión entre la ciudad y la periferia en su país. La abuela del escritor, Angélica Bustos, falleció de coronavirus a los 98 años en marzo pasado. Él recibió la noticia desde Estados Unidos, donde vive desde hace siete años y hoy estudia un doctorado en Literatura en la Universidad de Pensilvania. Desde allí, también vivió la llegada a la presidencia de Pedro Castillo, el maestro rural de izquierdas que esta semana cumplió 100 días en el poder. Su cartografía del Perú ignorado en las ciudades vuelve a las librerías en un momento histórico para el país, pero Avilés pregunta si, ahora que jamás podrá hablar con su abuela sin intermediarios, podrá hablar en quechua con sus propios nietos.
El idioma, cuenta en entrevista con EL PAÍS, es una punta en su búsqueda de la identidad indígena en un país en el que la pluriculturalidad y el racismo conviven en combustión. Antiguo director de la mítica revista Etiqueta Negra, Avilés se pasó una década recorriendo los márgenes de Perú. De los mercados de Iquitos, donde los pescadores del Amazonas venden exóticos peces del tamaño de tiburones, a los áridos poblados del altiplano donde las mujeres dirigen las asambleas locales y juegan al fútbol descalzas, Avilés dibuja un Perú con el que, dice, los viajeros solo han hecho dos cosas: romantizar su folclore o condenar su violencia.
Pregunta. ¿Cuál de los dos viajeros que describe es usted?
Respuesta. Toda mi familia, durante generaciones, ha vivido en Los Andes. Nosotros llegamos a Lima en la época de la guerra, cuando la gente salía de sus pueblos y se refugiaba en la ciudad. Yo nunca me sentí limeño, creo que no soy de ahí. Cuando empecé a viajar lo tomé como una reconexión con ese lado de mi familia. Todos mis viajes, antes de escribir, fueron para buscar esos lugares que mis papás, mis tíos, mis abuelos, describían en sus historias. Volver a Los Andes fue buscar esta historia indígena, chola, en un viaje de regreso.
P. ¿Qué significa esa palabra, cholo, en Perú?
R. Se ha usado siempre para llamar al mestizo que vive en la ciudad, el indígena que deja el mundo rural. Es una palabra a la que las élites le han dado forma. En el Siglo XXI, con los nuevos movimientos sociales, hay una reivindicación del cholo que convive con el uso que ha tenido siempre: como insulto, como arma. Hay una reivindicación que ocurre en una zona específica de la mazmorra peruana. Si yo la uso para designarme a mí, no puedes insultarme con esa palabra, pero a las personas indígenas todavía se les hiere diciendo cholo: cholo de mierda.
P. ¿Qué pasa con las lenguas indígenas en ese tránsito?
R. Mis abuelas solo hablaban quechua. Yo me acercaba, recibía sus caricias, pero nunca pude entender lo que decían. Mis papás y mis tíos no querían enseñarnos ese idioma. Lo mismo ocurrió en cientos de miles de hogares. Un padre no quiere que en la escuela se burlen de sus hijos por hablar la lengua y prefiere no enseñarles. Esa guerra contra lo indígena, que ocurre en Perú y en toda Latinoamérica, también comienza en casa matando el idioma. Con el tiempo me obligué a aprender, ahorita estoy en ese proceso.
P. ¿Cree que es algo que está cambiando?
R. La población indígena en los censos se redujo de un 60% a un 30%, algo que en este país se mira como progreso. ¿Es progreso? Pareciera ser un genocidio que no sabemos nombrar. La desindigenización ocurre por la mitología del mestizaje, que es una de las grandes narrativas de nuestra región. Creo que hoy hay una discusión sobre ese problema estructural. Cada vez más jóvenes se preguntan: “¿Por qué me digo mestizo, si todos en mi familia son indígenas? ¿Lo asumo por una simple mudanza?”. No sé si las estadísticas van a variar y más gente mestiza va a reclamar su identidad, pero ese cuestionamiento es positivo.
P. ¿Le ocurrió eso en la juventud?
R. Yo crecí a finales de los noventa, y de esto no se hablaba. Durante gran parte de mi vida me asumí mestizo casi por default. En los últimos años empecé a cuestionar esa narrativa: si mis abuelas eran indígenas y mis padres también, ¿qué tipo de magia ha ocurrido conmigo para que me convierta en mestizo? Lo indígena es algo que se mata en casa y dentro de uno mismo. Al asumirme como mestizo estoy diciendo: “aquí muere lo indígena”, y eso es algo terrible.
P. ¿Por qué Perú es identificado como un país andino si más de la mitad de su territorio es selva?
R. Es una consecuencia de la historia colonial. La colonia estuvo asentada en los Andes y en la costa, no penetró en la Amazonía como sí haría la república. Esta continuó con la colonización en esa zona, en el caso del Perú, en un proceso de ocupación y extracción que se repite en todos nuestros países. Ninguno asume ese lado problemático de cómo las repúblicas se han portado con las naciones indígenas. El comportamiento de nuestros países actuales es, a veces, mucho más brutal que el de las colonias. Nos encanta celebrar la diversidad como una especie de asamblea de Star Wars, pero eso en la representatividad, en las instituciones, no existe.
P. Y no se termina de recibir bien, como cuando el exministro Guido Bellido habló en quechua en el Congreso...
R. Que la presidenta del Congreso le diga a un ministro que está interviniendo en quechua: “apúrese porque no entiendo” es algo brutal porque no es novedoso. Un congresista amigo me pasó una vez el diario de debates y señaló el momento en que un congresista intervino en quechua y la transcripción solo decía “habló en lengua originaria”. Esto te da una idea de la relación de lo indígena con la república, de que nos hemos acostumbrado a culpar a la colonia por cosas que hacemos ahorita.
P. ¿Puede Pedro Castillo hacer algo al respecto?
R. Hay una ultraderecha que insiste en sacarlo porque muchas personas lo ven como alguien que no debería estar ahí. Es este profesor rural, sindicalista de izquierda, que aterriza ahí como un marciano, un cholo que llega como usurpador. Tras 200 años de república, creo que el Estado todavía no sabe qué hacer con alguien como él que llega hasta ahí.
P. ¿Qué fue lo peor del proceso electoral siguiéndolo desde fuera?
R. Llegó Castillo y mucha gente dijo “me van a expropiar mi casa, mi celular, mi perro”. Los medios vieron que era alguien que no les convenía y tomaron partido por Keiko Fujimori. Como empresa puedes estar a favor de un candidato, pero no puedes dejar de hacer periodismo. Me dio pena esa ruptura que provocaron las noticias falsas. Mucha gente se tomó como ciertas las teorías del fraude porque esos mismos medios son instituciones intocables. Tenías a Vargas Llosa, una figura que todavía es importante en el Perú, diciendo que Fujimori encarnaba la democracia, que no tenía pruebas pero que sabía que había fraude, que Castillo era el apocalipsis. Es un momento muy frágil del que todavía no hemos salido, y su impacto entre mis amigos y en mi familia me da mucho miedo.
P. ¿Qué significó esa elección para usted?
R. Fue complejo porque Castillo apareció como una sorpresa y su partido no estaba preparado para gobernar. Pero también fue quien logró que Fujimori no entrara al poder, algo que hubiese sido terrible para la autoestima del país. ¿Cómo llevas al poder a la hija del dictador que robó y mató? Castillo, como Obama en su momento, fue inspirador para ciertos sectores, porque lo indígena en el Perú es algo que está aplastado, minimizado. Pero es complejo, porque genera cierta ilusión, aunque creo que está cometiendo una serie de desaciertos que también reciben una crítica injusta. Si alguien que no pertenece a ese entorno llega al poder, lógicamente no tiene los medios ni la estructura para gobernar. ¿Sería mejor que llegue alguien de la élite y gobierne con sus amigos tecnócratas convirtiendo el país en una empresa? Creo que hay que plantear cierta paciencia que la ultraderecha no va a tener. Estamos viviendo un momento súper jodido y pienso que Castillo no aguantará los cinco años... recién va por los tres meses.
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