Julio Camba, una bomba anarquista
Hallada la ficha policial del periodista gallego, que fue expulsado de Argentina en 1902 por sus actividades políticas y cuya obra ‘El destierro’ será reeditada en breve
Uno era “feo, católico y sentimental” y el otro, mucho más joven, era guapo, descreído y anarquista. Compartieron lugar de nacimiento, un pueblo de Pontevedra llamado Vilanova de Arousa, y periplo americano (uno en México, otro en Argentina), de donde el más famoso de ellos, Ramón María del Valle Inclán, trajo una novela titulada Tirano Banderas, y el otro, Julio Camba, un pasado revolucionario que observaba con condescendencia cuando, en su madurez, pasó los años de la dictadura viviendo en una habitación del Palace de Madrid pagada por los March y sumido en un relajado escepticismo de bon vivant.
La airada juventud de quien acabó, en su conservadurismo, integrado tranquilamente en el franquismo. “El gran Valle lo pasó un poco peor económicamente. Entre otras razones, porque nunca hubiera permitido que un banquero, un franquista mediterráneo, subvencionara sus días y sus noches”, escribió Javier Rioyo.
Pero en su juventud, casi adolescencia, ese hombre, Camba, fue un anarquista lo suficientemente peligroso como para que todo un Gobierno le cayese encima hasta mandarle cruzar el océano de vuelta. Ahora ha aparecido uno de los pocos documentos que se creían fantasmales de la no menos fantasmal vida de Julio Camba en Argentina, apenas unos meses en los que se convirtió en un peligro público. Es el documento de la ficha policial del joven Camba en Argentina, detenido por anarquista y enviado de vuelta a España en virtud de una ley hecha ad hoc para él y gente como él, izquierdistas que pretendían la subversión.
Lo encontró el escritor y profesor bonaerense Martín Albornoz para la editorial Pepitas de Calabaza, que prepara una nueva reedición de El destierro, las memorias de los años anarquistas escritas por Camba. “La pieza”, cuenta Albornoz, “forma parte de un lujoso álbum que la policía de Buenos Aires confeccionó con la información relativa a una cincuentena de anarquistas indeseables expulsados entre noviembre de 1902 y enero de 1903 en virtud de la Ley de Residencia.
En su enorme mayoría se trata de españoles e italianos con varios años de residencia en el país. Muchos de ellos son mencionados en El destierro de Camba, lo que le da un singular valor”. Por otra parte, es imaginable que esta galería de expulsados —que replica a otras que ya existían como Galería de Ladrones Conocidos o la Galería de Sospechosos— tuviera como propósito evitar el regreso o circulación de anarquistas que ya habían sido desterrados. Un dato que surge de la comparación entre todas las fichas es que Julio Camba es el segundo más joven de esa tanda de expulsados.
El álbum está en el Museo Policial de Buenos Aires y, dentro de él, en una biblioteca de estudios policiales que funciona allí mismo. El museo en sí es una locura total. Un verdadero depósito de excentricidades y pequeñas transgresiones urbanas exhibidas en polvorientas vitrinas que son visitadas por nadie. Un auténtico freak-show.
Como dejó dicho uno de sus resucitadores, el periodista Arcadi Espada, “¡cuidado con Camba!”. Fue, dijo en su día José Ortega y Gasset, “la más pura y elegante inteligencia del país”. Es el articulista por excelencia, el columnista que, con tanto desapego por las cosas, mejor las describía, desde un plato de comida hasta la República. Tenía 16 años cuando se metió de polizón en un barco y terminó cruzando el océano hasta llegar a Argentina. Camba en Buenos Aires fue, de adolescente, un agitador social. Un escritor soberbio que gritaba a las masas, llamaba a la revolución, daba mítines y conferencias. De esos años sobreviven muchísimos artículos publicados en un volumen ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! (Pepitas de Calabaza, 2014), que es como llamaba Thomas De Quincey al opio y Camba al anarquismo. Y El destierro, por supuesto.
“Yo conozco la medianía que caracteriza las escrituras rememorativas del anarquismo rioplatense tan propenso a la autojustificación como a la victimización”, dice Martín Albornoz. “Pero El destierro es otra cosa, quizá ya anduviera un poco descreído. La cuestión de su singularidad radica en dosis de humor y autoironía impensable ya no en un anarquista, sino en cualquier militante de izquierda del siglo XX que haya decidido contar su vida. La escritura de Camba produce un descentramiento del militante héroe para dar lugar al militante vital que tiene pocas quejas sobre su destino”.
Camba fue recibido en Buenos Aires por el periódico El Eco de Galicia,que le dijo desde sus páginas: “Le deseamos suerte en este país”. Unos meses después fue expulsado por el Gobierno argentino. Camba, que tenía 17 años, fue acusado de estar detrás de la primera huelga general de la historia de Argentina. Lo escribió él mismo. “¿Quiere usted que hagamos la huelga general?”, le preguntó su colega Basterra. “¿La huelga general?”, respondió Camba. “Sí, hombre. Aquí mismo hacemos una orden del día y se la damos a la prensa. Mañana aparece en todos los periódicos y los obreros no tendrán más remedio que ir a la huelga”.
Camba escribiría después: “No rodaba un coche, no giraba una grúa, no gemía el pito de una fábrica (...). El alma misma de la población, el alma inquieta, nerviosa y alegre del monstruo, se llenó de frío y de espanto”. Y dijo una frase que recordaría con el tiempo, concretamente durante la Guerra Civil española: “Una revolución es siempre una obra de arte”.
Más de treinta años después, con los españoles matándose unos a otros como animales, dejó escrito: “La revolución es una juerga, una orgía, una bacanal que no tiene nada que ver con la guerra. Se tiran tiros. Se comen jamones. Se matan curas (...). La guerra, por el contrario, es orden, método, disciplina, jerarquía, autoridad y responsabilidad. "Julio Camba detestaba trabajar, y no lo ocultó jamás”, escribe Julián Lacalle, editor de Pepitas en el prólogo de la edición francesa de El destierro.Ese libro, cuenta Lacalle, “es una pieza destacada de la narrativa española: toda una joya de la literatura de autoficción —como pomposamente se la llama ahora— escrita cuando el descreimiento había tomado las riendas de la vida de Julio Camba, tras una intensísima etapa de luchas contra todos los fantasmas de una época que se preveía dorada y acabó gris, de un gris muy oscuro”.
Redactada en 1907 —es decir, cuando nuestro autor tenía apenas 22 años—, muestra el camino recorrido al otro lado del Atlántico por un joven con un talento innato para contar lo que pasa a su alrededor y con la férrea voluntad personal de intervenir en la realidad que lo envuelve.
Hay, además, otro gran motivo para dar a leer El destierro: no existen unas memorias tan personales, desenfadadas, divertidas y explicativas sobre el movimiento anarquista de habla hispana de principios del siglo pasado.
Babelia
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