Las voces del genocidio de Ruanda, 25 años después
Un libro de testimonios de mujeres supervivientes y un documental centran el cierre del congreso de la memoria
Claudine Mukantaganzwa ha decidido no intentar explicar más a sus dos hijas veinteañeras cómo era físicamente el padre de ambas. La pequeña se pone muy triste y se resiste a creer que se pareciera tanto a su hermana mayor; seguro que era mucho más guapo, insiste. Claudine no conserva ni una sola imagen de su marido, muerto durante los tres brutales meses en los que fueron asesinadas en Ruanda al menos 800.000 personas, en un genocidio sistemático contra la minoría tutsi del que se cumplen 25 años.
La voz de Mukantaganzwa representa en el documental The Faces We Lost (2017) la de la mayoría de supervivientes —que o no tenían fotos de sus seres queridos o fueron destruidas— y remarca la importancia que le dan a estos humildes objetos aquellos que sí los conservan. Mujeres que se aferran a esas imágenes —de bodas, celebraciones familiares y, muchas veces, de carné— porque les ayudan a seguir adelante, porque se dirigen a ellas para pedir consejo al padre que no conocieron...
“Los especialistas lo habían llamado un genocidio sin imágenes”, explica el director del documental, profesor de cine en la Universidad de Sussex, Piotr Cieplak, pues apenas hay documentos de las matanzas perpetradas en Ruanda por la mayoría de población (hutus) entre abril y julio de 1994. Pero decidir cuáles son las realmente las imágenes del genocidio “depende del punto de vista”, añade en referencia a su película, que este viernes se proyecta en la Universidad Complutense de Madrid. Será en la sesión de clausura del tercer congreso anual de la Asociación de Estudios de la Memoria (MSA, en siglas inglesas), que ha reunido a más de 1.500 expertos en la materia.
Pero antes, la investigadora de la Universidad de Gante Catherine Gilbert recibirá el primer premio de la MSA y la revista SAGE Memory Studies al mejor libro del año por De sobrevivir a vivir: voz, trauma y testimonio en la escritura de mujeres de Ruanda. La obra reúne y estudia los testimonios publicados por supervivientes del genocidio —muchos de los cuales recogen a su vez los de muchas otras mujeres— y quiere ser, sobre todo, “una plataforma” para todas esas voces, explica Gilbert durante el congreso. Cuenta que la escritura del libro le ha enseñado el poder “de la resiliencia colectiva” de esas mujeres que perdieron todo. “Me refiero al sentido de comunidad, el estar juntas contando historias, viviendo, la capacidad de resiliencia de unas mujeres increíblemente fuertes”, añade.
Un cuarto de siglo después de aquel genocidio, después de los juicios que llevaron a los perpetradores al menos durante un tiempo a la cárcel —el volumen de personas implicadas era brutal para poder acometer semejante matanza en tres meses y sin ninguna tecnología— y con un Gobierno que impulsa una política de reconciliación entre unas víctimas y unos verdugos que viven puerta con puerta, Gilbert está ahora investigando sobre la segunda generación. Hace entrevistas a los padres ruandeses para preguntarles, por ejemplo, qué les cuentan a sus hijos sobre el genocidio.
Paul Rukesha, que perdió en 1994 a sus padres a dos hermanas y un hermano, todavía se está preparando para cuando los suyos, de uno y seis años, empiecen a reclamar información. Archivero del Memorial del Genocidio de Kigali, capital de Ruanda, sabe que tendrá que hacerlo con mucho cuidado, “evitando discursos de venganza y la criminalización de grupos enteros, lo cual requiere conocer la historia del país”, explica a este diario. La historia de una colonización que institucionalizó la antigua división étnica entre tutsis y hutus (aunque era más bien social, insiste Rukesha), de peleas fratricidas, luchas por el poder, crisis económicas, años de políticas de odio... Una historia que, en todo caso, no exonera a quienes diseñaron y perpetraron el plan de aniquilación.
“La reconciliación no significa que vaya a invitar a mi casa al asesino de mis padres, sino que acepto que vivimos juntos en la misma sociedad, bajo las mismas leyes, y que contribuyen al desarrollo del país, igual que yo, y nos respetamos. Es olvidar la venganza, cortar el ciclo de la violencia. No es lo mismo reconciliación y perdón. Lo que no podemos es olvidar, sobre todo, los mecanismos que condujeron a aquello, una pequeña élite, combinada con la ignorancia, con la pobreza...”, defiende Rukesha, cuya voz protagonistas del documental The Faces We Lost. Este viernes participará junto a Cieplak y Gilbert en el cierre en Madrid del tercer congreso de la memoria de la MSA.
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