Fiesta en la casa de las Flores
Pablo Neruda montaba grandes jaranas en su domicilio de Madrid antes de la Guerra Civil
Procedente de Indonesia donde había ejercido el cargo de cónsul, Pablo Neruda llegó a Madrid en 1934. Poco antes de que empezara la Guerra Civil, vivía en la Casa de las Flores, en el barrio de Argüelles y allí sus amigos, los poetas de la Generación del 27, celebraban fiestas de disfraces. Neruda había traído de la isla de Java pieles auténticas de todos los monarcas de la selva, león, tigre, leopardo, pantera y también máscaras de tribus aborígenes. Algunos poetas de la Generación del 27 investidos con esas pieles salvajes montaban una selva virgen con todos los gritos y rugidos ancestrales correspondientes. En medio de aquella algarabía surrealista sonaba de repente un timbrazo en la puerta. Era un catedrático del piso de abajo que subía metido en un impecable pijama blanco a pedir que, por favor, rugieran más bajo, porque no le dejaban dormir. Una noche en pleno ritual volvió a sonar el timbre. Uno de los poetas envuelto en una gasa blanquiazul de la bandera argentina se acercó a la puerta para recibir la queja, pero el que llegó no era el catedrático insomne, sino Federico García Lorca en persona, quien al ver aquella bandera humana la cogió de la mano, la introdujo en el salón, mandó callar a la concurrencia enloquecida y soltó estas palabras proféticas: “Esta bandera de Argentina nos custodiará a todos un día”. Como esta vez estaban ya todas las pieles salvajes acaparadas, Federico se puso un turbante y con un cubrecama se hizo una chilaba. Poco después sonó de nuevo el timbre. Volvió a protestar el catedrático. Cuentan que fue Cernuda quien dijo: “A este señor hay que invitarle a una copa de Valdepeñas la próxima vez”. Pero ya no hubo próxima vez porque a los pocos días comenzó la Guerra Civil. La pintora surrealista Maruja Mallo, que estaba allí, declaró en una entrevista que había visto a Alberti, Bergamín, Altolaguirre, Cernuda, Lorca y a Neruda vestidos de león, de pantera y de leopardo. A ella le gustaba disfrazarse de tigre porque su voracidad es el vértigo de la sangre.
Maruja Mallo acompañaba a Neruda a la calle de Toledo a comprar cosas de esparto, esteras y otras materias secas, y mientras salía o entraba en tiendas de toneleros y cordeleros le recitaba versos con su voz perezosa, lenta y triste, que se identificaba muy bien con su físico. Fue ella quien llevó los poemas de Pablo Neruda a la Revista de Occidente, donde se publicaron por primera vez en España. Ya en el exilio de Argentina existe una foto de 1945 en que Maruja Mallo aparece desnuda cubierta de algas en la casa de Neruda en Isla Negra. El poeta era un desbordado devorador de amantes y no se sabe si Maruja también se ahogó en su río convulso de lava poética. Pero fue Alberti quien se la llevó al río y allí en el Manzanares Maruja Mallo le lavaba los calzoncillos y alguna vez los de Miguel Hernández con el que también tuvo amores.
Un día le pregunté: “Oye, Maruja, ¿tú crees en Dios?”. La pintora exclamó: “¿Que si creo en Dios? Pero ¿cómo voy a creer si con estas prisas mortíferas de hoy día no hay tiempo para nada? Yo creo en, una de dos, que Cristo era un mito, o en que era un señor parecido a mi amigo Tierno Galván, que es un infeliz el pobre. A mí el que me gusta es Moisés del Antiguo Testamento, que era un tío musculoso y revolucionario que se escribió él solo el Pentateuco y además, se cruzó nado el mar Rojo”. Y dicho esto rió a carcajadas y entonces observé que tenía una dentadura perfecta.
— “Un día en Nueva York fui invitada a una fiesta de Cartier. Allí, Rockefeller me presentó a Claudette Colbert. Me preguntó: ‘¿Qué es lo que más te gusta de esta mujer?’.Contesté: ‘La dentadura’. Entonces la estrella me dijo: ‘¿Tú querer tener dientes como yo? Venir mañana conmigo’. Al día siguiente, Claudette Colbert me llevó a una tienda donde vendían dentaduras postizas”.
Maruja Mallo, allá en su juventud, entró montada en bicicleta en la iglesia mayor de Arévalo, cuando estaba abarrotada de fieles durante una misa de domingo. Atravesó el pasillo de la nave central, se dio un garbeo alrededor del altar y pedaleando tranquilamente abandonó el templo por donde había entrado. Un día disfrazada de hombre logró que un monje la llevara a su celda en el monasterio de Silos y tan dulce como parecía, ganó un concurso de blasfemias en el café San Millán, de la plaza de la Cebada antes de la guerra. Así se divertían, aquellos poetas y artistas, tan alegres disfrazados de reyes de la selva al borde de la tragedia.
Dice un poema de Neruda: “Mi casa era llamada la casa de las flores/ porque por todas partes/ estallaban geranios; era/ una bella casa/ con perros y chiquillos / Raúl, Te acuerdas?/ Te acuerdas, Rafael?/ Federico, te acuerdas/ debajo de la tierra?, / te acuerdas de mi casa con balcones en donde/ la luz de junio ahogaba flores en tu boca?”.
Babelia
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