Cuatro miradas femeninas desde América Latina
Dos documentales y dos ficciones compiten por el Goya iberoamericano
Aquí no hay #MeToo. América Latina lleva meses viendo como se forja en el norte un movimiento que agita el statu quo. Pero las mujeres de la región no son testigos únicamente. Son protagonistas de una revolución artística de la que se sabe poco. Los Premios Goya han reconocido con sus nominaciones a mejor cinta iberoamericana a cuatro películas que destacan por su fuerte visión femenina. Se trata de dos documentales y dos ficciones de Colombia, México, Chile y Argentina, que en conjunto, muestran la potencia narrativa del cine de la zona.
Son solo cuatro películas. Pero algunas de estas cintas nominadas han recibido cuantiosos aluviones de elogios. Es el caso de Zama, de Lucrecia Martel, que ha sido calificada por varios críticos como la “obra maestra” de la realizadora argentina. La cuarta cinta de Martel, que ha creado un público fiel con películas como La mujer sin cabeza y La ciénaga, es una adaptación de la novela de Antonio Di Benedetto. El escritor argentino firmó en 1956 esta historia sobre un funcionario de la colonia española varado en un remoto pueblo paraguayo en la ribera del Paraná.
Diego de Zama, protagonizado por el mexicano Daniel Giménez Cacho, sueña con la huida de un presente que lo tiene atrapado. Se embriaga soñando un futuro mientras escribe y dicta cartas a su mujer, a la que tiene años sin ver. La película, ambientada en el siglo XVIII, no solo muestra un tortuoso precedente de la burocracia que está presente hasta el día de hoy en toda América Latina, sino que es un ejercicio de cine en estado puro. Además del sólido guion de Martel, la fotografía del portugués Rui Poças de las locaciones en Formosa, en Argentina, y el sonido logrado por Guido Berenblum, son fundamentales para conseguir la atmósfera de abandono y hastío que sufre el funcionario Zama. Esta cinta de época fue lograda por un ejército de productores. Entre los 29 que tuvo se encontraban Agustín y Pedro Almodóvar. Los hermanos han sido colaboradores de algunas de las propuestas más interesantes del cine latinoamericano.
Los Almodóvar pueden respaldar a Zama. Sin embargo, otro par de talentosos hermanos, Juan de Dios y Pablo Larraín, están detrás de otra de las grandes favoritas: Una mujer fantástica. La película de Sebastián Lelio se coló entre numerosas listas de preferidas elaboradas por los críticos para cerrar 2017. Fue una grata sorpresa en la Berlinale y obtuvo galardones en San Sebastián y los Premios Fénix. En 2018, además, la cinta podría cerrar un estupendo recorrido por las salas porque aspira a los Goya y al Oscar en la categoría de mejor película extranjera.
Hace algunas semanas, Pablo Larraín —director de El Club, Neruda y Jackie— contaba en la Ciudad de México el desarrollo de Una mujer fantástica. El cineasta explicaba que la obsesión de Lelio fue, antes incluso que tener un guión definitivo, encontrar a la actriz que pudiera cargar sobre sus hombros la película. Esa sorpresa la halló en Daniela Vega, una actriz transexual chilena que hace un retrato íntimo de Marina, una joven trans que vive un intenso duelo tras la muerte de su amante, un hombre mayor que dejó a su familia por ella.
La carrera de Lelio se catapultó con Gloria (2013), una película protagonizada por Paulina García que también gira alrededor de un fuerte protagónico femenino. El toque de Lelio permanece intacto en su última producción. Meses después de su estreno, la actriz consiguió su primer papel en el que no interpretaba a una transgénero.
La visión femenina también está presente en uno de los géneros más potentes de América Latina, el cine documental. Amazona, de la colombiana Clare Weiskopf y codirigida con Nicolas van Hemelryck, y Tempestad, de la mexicana Tatiana Huezo complementan a las dos selecciones de ficción elegidas por la Academia española.
Weiskopf, la hija de una inglesa que migró a la amazonía colombiana en 1959, rodó una íntima mirada sobre la maternidad. Lo hizo contando su propia historia, la del abandono de su madre a ella y a su hermano cuando tenían poco más de diez años. Valerie, su progenitora, cambió su familia por un feroz llamado que le hizo la naturaleza. Con más de 40 años, dejó la ciudad y comenzó a adentrarse en la selva colombiana. Hasta allí fue a buscarla Clare para desenterrar el pasado auxiliada por varias preguntas. La cámara retrata el suave reclamo de una hija a su madre, que ya supera los ochenta años. De la boca de la vieja salen palabras de libertad y la negativa a vivir con ataduras. “Ser mamá es difícil porque uno sacrifica. Pero hay cosas que no se pueden sacrificar. ¿De qué sirve una madre sacrificada, una mujer sacrificada?”, responde Valerie.
En Tempestad también se aborda la pérdida. Si Weiskopf aborda el extrañamiento de la madre, Tatiana Huezo lo hace con el adiós de una hija. Su documental ha sido una de las formas más originales e íntimas de contar el problema de la violencia en México, hasta el grado de volverse una de las referencias obligadas sobre la guerra del narcotráfico que se ha extendido más de una década en el país latinoamericano. La fotografía de Ernesto Pardo estiliza un duro relato de dos mujeres que deben superar un sistema de justicia corrupto e ineficaz. La película funciona también como un road trip que ayuda a cuantificar el tamaño de la esperanza que mueve a los familiares de los desaparecidos.
Babelia
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