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Crítica | Una mujer fantástica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La ley de la desobediencia

Su protagonista es una transexual que, tras la muerte de su amado, emprenderá una batalla insistente y solitaria contra el entorno familiar para reclamar su derecho al duelo

Daniela Vega, en 'Una mujer fantástica'.
Daniela Vega, en 'Una mujer fantástica'.

UNA MUJER FANTÁSTICA

Dirección: Sebastián Lelio.

Intérpretes: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Küppenheim.

Género: drama. Chile, 2017.

Duración: 104 minutos.

El pulso entre el deseo y la ley define la esencia del melodrama contemporáneo, cuyos personajes centrales encuentran en la desobediencia el impulso para desencadenar el conflicto y, así, acceder al gesto heroico. Ya lejos de las claves del melodrama ejemplarizante, al otro lado del conflicto no aguarda necesariamente la tragedia, sino, en ocasiones, la emancipación y la conquista de una identidad. No debe de ser casual que el chileno Sebastián Lelio haya escogido el concepto de desobediencia para titular su primera incursión en el cine de habla inglesa: Disobedience, presentada en la última edición del festival de Toronto. Un título que le podía haber sentado tan bien a Gloria (2013) –su cuarto largometraje y su gran revelación internacional- como a esta Una mujer fantástica que, merecedora del premio al mejor guion en la Berlinale, llega ahora a nuestras pantallas.

En los tres casos, una misma constante: mujeres que desobedecen, que se rebelan contra el determinismo del rol social, los lenguajes impuestos y la tradición. En Gloria, Lelio mostraba a su protagonista en soledad, escuchando baladas románticas que esculpían la subjetividad femenina en modo de perpetua espera. Lo que le interesaba era el desajuste entre esos discursos sentimentales y la capacidad de su personaje para conjurarlos: Gloria acababa contando la historia de una mujer que se negaba a acomodarse al constructo social que dessexualiza y niega la gestión del placer a toda mujer (sola) de mediana edad. En Una mujer fantástica, Marina –una Daniela Vega que hace más que honor al título- es una transexual que, tras la muerte de su amado, emprenderá una batalla insistente y solitaria contra el entorno familiar de este para reclamar su derecho al duelo.

Lelio aborda su relato como un problema de lenguaje que se despliega en un doble nivel: por un lado, subraya que, para sus antagonistas y según determina el prejuicio, Marina forma parte del campo semántico de la marginalidad –nadie le hablará de afecto, pero la sospecha de, entre otras cosas, el consumo tóxico no tardará en manifestarse-; por otro, deja que la propia película se transexualice constantemente, oscilando entre el melodrama y el thriller, el realismo y el desvío onírico o la extravagancia musical, las arias y la música disco, Lavoe y Aretha Franklin. Una mujer fantástica prolonga con coherencia el discurso de Gloria, pero también es una película más imprevisible y desconcertante, aunque, sobre todo, libre y felizmente abrumadora.

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