García Márquez y el galeón San José en ‘El amor en los tiempos del cólera’
El hundimiento de la nave se convirtió en leyenda y forma parte de pasajes literarios, como el descrito por el Nobel colombiano: era un regalo de Florentino Ariza a Fermina Daza
“Fue por esa época cuando Florentino Ariza decidió contarle en sus cartas que estaba empeñado en rescatar para ella el tesoro del galeón sumergido”. Es la legendaria nave española del San José, hundida, con sus toneladas de oro y plata, por los ingleses en 1708, a unas cuantas millas de Cartagena de Indias, en Colombia, y ahora hallada. El joven Ariza adoraba a Fermina Daza y el bajar hasta el fondo del mar, arriesgando su vida, en busca de tesoros para ella era una demostración más de su amor y de que no estaba dispuesto a rendirse en la conquista de su corazón. Así recrea Gabriel García Márquez (1927-2014) la historia del galeón en su obra favorita: El amor en los tiempos del cólera. De aparecer, este tesoro pertenence a Fermina Daza, porque era el deseo de Florentino Ariza.
El Nobel colombiano solía utilizar importantes episodios históricos colombianos en sus diferentes obras para crear ese territorio nuevo donde mezcla realidad, leyenda, mito, fábula e imaginación. El episodio del San José es muy conocido en Colombia, y García Márquez recurrió a él para darle verosimilitud y belleza a un pasaje de la historia que cuenta los amores de sus padres a comienzos del siglo XX, es decir 200 años después de hundida la embarcación que con su flota viajaba a España a dar oxígeno económico a la corona de Felipe V, en la guerra de sucesión..
Lo más real del San José en El amor en los tiempos del cólera lo narra aquí el autor colombiano:
El viernes 8 de junio de 1708 a las cuatro de la tarde, el galeón San José que acababa de zarpar para Cádiz con un cargamento de piedras y metales preciosos por medio millón de millones de pesos de la época,
“Varias veces al año se concentraban en la bahía las flotas de galeones cargados con los caudales de Potosí, de Quito, de Veracruz, y la ciudad vivía entonces los que fueron sus años de gloria. El viernes 8 de junio de 1708 a las cuatro de la tarde, el galeón San José que acababa de zarpar para Cádiz con un cargamento de piedras y metales preciosos por medio millón de millones de pesos de la época, fue hundido por una escuadra inglesa frente a la entrada del puerto, y dos siglos largos después no había sido aún rescatado. Aquella fortuna yacente en fondos de corales, con el cadáver del comandante flotando de medio lado en el puesto de mando, solía ser evocada por los historiadores como el emblema de la ciudad ahogada en los recuerdos…”.
… Y García Márquez hace emerger aquella historia con documentación, para hacerla más grande al utilizar los recuerdos de sus antepasados y el rosario de leyendas alrededor del galeón. Florentino Ariza, como no sabe nadar, se hace amigo de un niño que es un gran nadador y buceador:
“Euclides, uno de los niños nadadores, se alborotó tanto como él con la idea de una exploración submarina, después de conversar no más de diez minutos. Florentino Ariza no le reveló la verdad de su empresa sino que se informó a fondo sobre sus facultades de buzo y navegante (…).
"Desde que oyó por primera vez el cuento del tesoro en el hotel de paso, Florentino Ariza se había informado de cuanto era posible sobre los hábitos de los galeones. Aprendió que el San José no estaba solo en el fondo de corales. En efecto, era la nave insignia de la Flota de Tierra Firme, y había llegado aquí después de mayo de 1708, procedente de la feria legendaria de Portobello, en Panamá, donde había cargado parte de su fortuna: trescientos baúles con plata del Perú y Veracruz, y ciento diez baúles de perlas reunidas y contadas en la isla de Contadora. Durante el mes largo que permaneció aquí, cuyos días y noches habían sido de fiestas populares, cargaron el resto del tesoro destinado a sacar de pobreza al reino de España: ciento dieciséis baúles de esmeraldas de Muzo y Somondoco, y treinta millones de monedas de oro".
"La Flota de Tierra Firme estaba integrada por no menos de doce bastimentos de distintos tamaños, y zarpó de este puerto viajando en conserva con una escuadra francesa, muy bien armada, que sin embargo no pudo salvar la expedición frente a los cañonazos certeros de la escuadra inglesa, al mando del comandante Carlos Wager, que la esperó en el archipiélago de Sotavento, a la salida de la bahía. De modo que el San José no era la única nave hundida, aunque no había una certeza documental de cuántas habían sucumbido y cuántas lograron escapar al fuego de los ingleses. De lo que no había duda era de que la nave insignia había sido de las primeras en irse a pique, con la tripulación completa y el comandante inmóvil en su alcázar, y que ella sola llevaba el cargamento mayor. (…)".
García Márquez recurre, entonces, a enriquecer su novela y llevarla a su territorio con pasajes y descripciones propias de su imaginación. La realidad se le queda corta, al menos lo sabido hasta esa fecha, y él mismo alimenta la leyenda, como ya hiciera, por ejemplo, con la matanza de las bananeras en Cien años de soledad. Aquí, El amor en los tiempos del cólera se convierte en el encuentro de dos aguas donde no se sabe cuál es cual:
Contó, ahogándose por el propio ímpetu de su imaginación, que el más fácil de distinguir era el galeón San José, cuyo nombre era visible en la popa con letras de oro, pero que al mismo tiempo era la nave más dañada por la artillería de los ingleses.
“Lo que entonces contó era tan fascinante, que Florentino Ariza se prometió aprender a nadar, y a sumergirse hasta donde fuera posible, sólo por comprobarlo con sus ojos. Contó que en aquel sitio, a sólo dieciocho metros de profundidad, había tantos veleros antiguos acostados entre los corales, que era imposible calcular siquiera la cantidad, y estaban diseminados en un espacio tan extenso que se perdían de vista. Contó que lo más sorprendente era que de las tantas carcachas de barcos que se encontraban a flote en la bahía, ninguna estaba en tan buen estado como las naves sumergidas. Contó que había varias carabelas todavía con las velas intactas, y que las naves undidas eran visibles en el fondo, pues parecía como si se hubieran hundido con su espacio y su tiempo, de modo que allí seguían alumbradas por el mismo sol de las once de la mañana del sábado 9 de junio en que se fueron a pique. Contó, ahogándose por el propio ímpetu de su imaginación, que el más fácil de distinguir era el galeón San José, cuyo nombre era visible en la popa con letras de oro, pero que al mismo tiempo era la nave más dañada por la artillería de los ingleses. Contó haber visto adentro un pulpo de más de tres siglos de viejo, cuyos tentáculos salían por los portillos de los cañones, pero había crecido tanto en el comedor que para liberarlo habría que desguazar la nave. Contó que había visto el cuerpo del comandante con su uniforme de guerra flotando de costado dentro del acuario del castillo, y que si no había descendido a las bodegas del tesoro fue porque el aire de los pulmones no le había alcanzado. Ahí estaban las pruebas: un arete con una esmeralda, y una medalla de la Virgen con su cadena carcomida por el salitre".
"Esa fue la primera mención del tesoro que Florentino Ariza le hizo a Fermina Daza en una carta que le mandó a Fonseca poco antes de su regreso. La historia del galeón hundido le era familiar, porque ella le había oído hablar de él muchas veces a Lorenzo Daza, quien perdió tiempo y dinero tratando de convencer a una compañía de buzos alemanes que se asociaran con él para rescatar el tesoro sumergido. Habría persistido en la empresa, de no haber sido porque varios miembros de la Academia de la Historia lo convencieron de que la leyenda del galeón náufrago era inventada por algún virrey bandolero, que de ese modo se había alzado con los caudales de la Corona. En todo caso, Fermina Daza sabía que el galeón estaba a una profundidad de doscientos metros, donde ningún ser humano podía alcanzarlo, y no a los veinte metros que decía Florentino Ariza. Pero estaba tan acostumbrada a sus excesos poéticos, que celebró la aventura del galeón como uno de los mejor logrados. Sin embargo, cuando siguió recibiendo otras cartas con pormenores todavía más fantásticos, y escritos con tanta seriedad como sus promesas de amor, tuvo que confesarle a Hildebranda su temor de que el novio alucinado hubiera perdido el juicio”.
Demente o no, cosas cuerdas del amor, el San José existía, y este sábado se sabrá si Florentino Ariza había perdido el juicio del todo como creía Fermina Daza. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, contará lo que se ha encontrado de este galeón. Y el tesoro que aparezca pertenece a Fermina Daza, porque Florentino Ariza lo buscó infructuosamente para ganarse su corazón. Así tendrá, como dice el epígrafe de la novela, a su diosa coronada.
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