¿Hay un café pagado para mí?
Una tradición solidaria de Nápoles se extiende por miles de bares, de Brasil a España Una red de festivales de cine italiana la resucitó en 2010 para protestar contra los recortes culturales
Muchos camareros lo confirmarían: para servir cafés en España hay que tener una memoria de elefante o no separarse de la libreta. Hay tantos como clientes. Solo, con hielo, cortado descafeinado de sobre, largo… Y ahora hay que añadir uno más: el café pendiente. Que no tiemblen los camareros, no es una nueva modalidad; es una antigua forma de solidaridad exportada de Italia a la que miles de bares en el mundo, de Brasil a Jápón, se han adherido. En España ya son unos 200.
La costumbre procede de Nápoles, y de principios del siglo XX: a la sazón, cuando alguien estaba eufórico o nadaba en la abundancia pagaba dos tazas, una para él y otra para el que llegara con los bolsillos vacíos.
El responsable del gran retorno del café pendiente es el italiano Maurizio del Bufalo, de 60 años. A sus 19, en 1973, llegó a Nápoles y escuchó pedir a un hombre un caffé sospeso. “Ma, cos'è quello” (¿Pero qué es eso?), interrogó al camarero. Y descubrió esta tradición arraigada en los bares de la ciudad. Cuarenta años después, los representantes de siete festivales de la región buscaban iniciativas que llamaran la atención de la ciudadanía sobre los recortes a la cultura. Y Del Bufalo propuso recuperar el espíritu de esa práctica, que se perdió en los ochenta. “Igual que un café que se sirve gratis, nosotros ofrecemos cultura sin pedir nada a cambio. Es un sistema de protesta”, explica por teléfono. Por ello, organizan debates sobre cine y proyectan películas al aire libre o en las cárceles.
Del corazón de Nápoles, la iniciativa ha llegado, por ejemplo, hasta el bar del madrileño intercambiador de Sol. Hace cinco meses este establecimiento colocó en su pared la pizarra del café pendiente. Ya han pintado unas 50 rayitas en dos listas: la de cafés y de bocadillos ya pagados. “Aún tenemos que explicarlo porque pocos lo conocen. Lo que sí tenemos son fijos que vienen a menudo a tomarse su café”, señala el camarero, Carlos Sanmillán.
El promotor de la iniciativa en España es Gonzalo Sapiña, que trabaja en marketing. Descubrió el proyecto en Internet y lanzó una página en Facebook para difundirlo. Funcionó tan bien que creó una web donde va tejiendo la red española de cafés pendientes. “Es una muy buena manera de ayudar a los que lo necesitan con un acto sencillo. Vamos a tomar un café cada día y lo damos por hecho, pero a veces, supone un gasto que muchos no se puede permitir”, apunta. Para sumarse, basta con descargarse el distintivo y colgarlo en el establecimiento. Bajo el logotipo del café humeante, el camarero lleva la cuenta de las tazas pagadas y las consumidas. Algunos locales van más allá y ya han añadido la comida pendiente.
Internet también es el medio por el que lo descubrió Xavier Escarpenter, dueño de la cafetería Maremassa, en Mataró (Barcelona). Su cartel muestra unas 40 tazas pagadas y 20 consumidas. Él cobra los cafés pendiente más baratos, “para que quede claro que no es para hacer negocio”. Más bien, es la solidaridad hecha café.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.