Sexo y psicoanálisis, según Lars
Von Trier relaciona la ninfomanía con Bach, la pesca, el ritmo interno de la evolución del fresno, las hayas, la polifonía medieval...
Pantalla en negro durante uno o dos minutos. Ruido de lluvia. Copos de nieve sucia. Un paisaje de cemento, más sórdido que misterioso. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido? El cine está lleno, clientela aparente y concienciadamente moderna. Es la tarde de Navidad, cuando hasta a mí me dan ganas en el conveniente estado etílico de cantar entrañables villancicos. Pero no, Lars von Trier, el gurú de la transgresión, el director tan colgado como seguro de la trascendencia de su arte, ha decidido que su última y rompedora criatura debe nacer en las salas comerciales en el día sagrado que decretaron los creyentes y la odiosa burguesía. Ha prohibido los pases de prensa. Y ahí estoy yo, en una noche en la que hace un frío importante, sabiendo que no me espera El hombre que mató a Liberty Valance ni El apartamento, esas cositas tan antiguas y convencionales, para contarles a ustedes cuál es la última reflexión sobre el sexo (acompañado de muchas más cosas, por favor, estamos hablando del artista sagrado de la modernidad), sobre las paradojas vitales, sobre una obra que no puede ni debe parecerse a ninguna otra y que lleva el sugerente título de Nymphomaniac.
NYMPHOMANIAC (VOLUMEN 1)
Dirección: Lars von Trier.
Intérpretes: Stacy Martin, Charlotte Gainsbourg, Stellan Skarsgård, Uma Thurman, Willem Dafoe, Jamie Bell.
Género: drama. Dinamarca, 2013.
Duración: 120 minutos.
Suena música heavy (porque sí, porque al excéntrico y caprichoso Lars, que es un artista como ningún otro, le da la gana), para que una ninfómana (protagonizada por Charlotte Gainsbourg, la hija de los míticos Serge y Jane, pero también fueron a Copenhague, imagino que practicamente gratis, los amigos más enrollados y famosos, como Uma, Willem, Christian, Shia, etc, que aseguraban la distribución internacional) nos cuente sus razones por las que folla con un mínimo de 10 hombres al día desde que era una adolescente.
En su interminable conversación con el anciano tolerante y sabio que la ha recogido en plena ruina, Lars y su identificable y poderoso estilo, su insólita personalidad para describir las cosas más turbadoras de la existencia, nos va a contar que la ninfomanía tiene innegable relación con la pesca de los peces, con Bach, con la polifonía medieval, con la vida de la naturaleza representada en el ritmo interno de la evolución del fresno, el abeto, las hayas, yo que sé..., y que Poe en el arranque de El hundimiento de la casa Usher marca el camino del infierno.
Todo ello ambientado científicamente con la exposición de penes circuncidados, adornados de piercings, pertenecientes a negros, orientales, eslavos. Me aclaro: este experimento tan personal no va de follar tumultuosamente con infinidad de extraños, ni de la presencia del impresentable amor arruinando ese gozoso y liberador ritual, sino del psicoanálisis explicando las oscuras raíces de lo que parece transparente. O sea, el papá tolerante, la madre indiferente, la corrosión contra lo establecido.
A Lars, que es un genio anticonvencional, le ha salido un retrato de cuatro horas y media, impensable para esos fenicios de la exhibición que quieren programar tres sesiones en sus cines y cobrar por cada una de ellas. Por ello, con su divino consentimiento, permite que la corten y que la estrenen en dos partes. También nos aclara que las secuencias de sexo explícito no las han rodado sus intérpretes sino profesionales del porno. Y a través de la ilustrada boca de su magnánimo protagonista (ay, esas sinceras declaraciones en Cannes del provocador contando lo simpático que le cae Hitler) justifica que él no es antisemita sino antisionista. Como todos los progresistas espectadores que poblábamos la sala. Y a finales de enero se estrena la segunda parte de la historia de esa mujer que no encuentra la paz en su amada degradación. Por mi parte no tengo ninguna prisa en asistir a la continuación.
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