El Nobel a Vargas Llosa revoluciona la Feria de Francfort
El estand de la Agencia Carmen Balcells, representante de los derechos del Nobel de Literatura, y de su editor en español, el grupo Santillana a través de Alfaguara, se ve inundado de visitantes
En cuestión de segundos, y como si se tratara de la versión de El Aleph en forma de estands, los 171.790 metros cuadrados de la Feria de Francfort se han concentrado en un solo punto de 15 metros, los que mal contados separan en el pabellón 6 la caseta de la Agencia Carmen Balcells, representante de los derechos del flamante premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, de su editor en español, el grupo Santillana a través de Alfaguara.
Todo ha sido tan rápido como intenso. La vida tiene estas cosas: si hace apenas 24 horas se sucedían las malas caras y los rumores sobre la situación financiera de la poderosa agencia, su revalorización fue inmediata. Por unos instantes no había nadie. Las agentes y socias Gloria Gutiérrez y Karina Pons, ambas con ojos vidriosos, estaban colgadas del móvil intentando hablar con su jefa, Carmen Balcells, que había recibido apenas minutos antes la noticia directamente desde la Academia sueca, que no había podido localizar al galardonado, de profesor invitado en Nueva York este trimestre.
"Ni fotos, ni champán ni nada, no tenemos nada para celebrarlo", constataba Pons, que ha visto coincidir su aniversario con el fallo del Nobel. Entre la retahíla de agentes y editores que inmediatamente empezaron a desfilar por la pequeña delegación de la agencia estaban, por ejemplo, unos editores daneses. "Pobrecitos, no saben que a cada minuto que pasa Vargas Llosa cuesta más", ha exclamado sardónico un editor español. "Si eso, lo siento, normalmente es así", confirmaba lacónica Gutiérrez. Pocos tendrán la ocasión de comprobarlo porque el autor peruano está ya editado en 25 idiomas distintos, a los que están a punto de añadirse el chino, el croata, el georgiano y el estonio.
"Qué quieres que te diga, es formidable; esa sensación de tener un Nobel no la cambiaría ni por todo el dinero del mundo ni por el que tiene Jorge Herralde, que dice que estamos tan mal", ha dicho socarrona la propia Balcells a EL PAÍS apenas 15 minutos después del fallo, desde el móvil de una de sus agentes. El tercer Nobel en lengua castellana que colecciona para su agencia (tras el de García Márquez y el de Camilo José Cela) la pilló esta vez en su despacho "trabajando, como siempre". Aún no había hablado con su autor. "Para qué: tú sabes cómo debe estar ahora mismo de llamadas y gente detrás de él. Déjale hacer". Se reserva la ocasión para hablar con él en Barcelona, a principios de noviembre. Le haremos una gran fiesta ya lo verás". En su opinión, el galardón "repara una injusticia muy gorda porque es un escritor, ¡qué vamos!", afirmaba emocionada. ¿Revaloriza ese Nobel a su oficina? "Aunque no lo parezca por lo que se está diciendo estos días, no tengo esa necesidad".
Donde sí había necesidades era en el estand de Santillana, pero no literarias sino de brazos para repartir (ni que fuera en vasos de plástico) el cava y el tinto con el que se brindaba por esa lotería. Nadie pensaba en la nobelización de Vargas Llosa: demasiados años en la lista eterna. "Con los gritos de la gente, pensé que nos había tocado alguien, pero nunca pensé en Mario porque era un terno", admitía Juan González, director general de contenidos del grupo Santillana, que hábil y raudo paras esquivar la marabunta de cámaras de televisión, agentes literarios y curiosos llevó unos vasos con cava a sus vecinas de la agencia. La cabeza, sin embargo, ya la tenía en fechas y números: adelantar, en la medida de lo posible, la salida de la última novela de Vargas Llosa, El sueño del celta, prevista inicialmente para el 3 de noviembre y con una tirada de 500.000 ejemplares. "Haremos que el lanzamiento sea paralelo en Latinoamérica".
"Ahí está el mejor Vargas Llosa unido: el escritor y el político", resumía la feliz editora de Alfaguara, Pilar Reyes, frente a una fotografía gigante de Vargas Llosa del estand, improvisado altar al que la gente de toda condición empezó a peregrinar para hacerse fotografías. Alguien, en rotulador rojo, había pintarrajeado encima: "Premio Nobel". Sí, de tan obvio y claro y necesario y eterno candidato, el Nobel a un literato mayúsculo se había convertido en sorpresa.
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