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La gran diferencia de altura entre sexos sugiere que en el norte de Europa alimentaban mejor a los niños que a las niñas

Hace 8.000 años los norteños ya eran más altos que los mediterráneos, pero la disparidad entre mujeres y hombres era mayor, lo que apunta a que daban trato preferencial a los varones

Neolithic period
Los neolíticos de la cultura de la cerámica de bandas se asentaron en zonas ricas en suelos fértiles para cultivar hace más de 7.000 años. En la imagen, los restos de un miembro de estos pueblos encontrado en Derenburg, norte de Alemania.Oficina Estatal de Gestión del Patrimonio y Arqueología de Sajonia-Anhalt/ Karol Schauer
Miguel Ángel Criado

De un padre y una madre altos, la genética predice hijos altos. Pero las cosas no son tan sencillas. Al menos 697 variantes genéticas están relacionadas con la altura. Además, al margen de los genes, el entorno, en particular la dieta, afecta al resultado final: el fenotipo. Ahora un complejo trabajo señala la importancia de las prácticas culturales. Sus autores han indagado en lo que medían los primeros europeos que se dedicaron a la agricultura en los inicios del Neolítico, hace entre 8.000 y 7.000 años. La investigación, apoyada en datos de más de 1.200 restos humanos, indica que ya entonces los que vivían en el norte del continente eran más altos que los mediterráneos. Pero el estudio desvela algo más intrigante e inesperado: la diferencia de altura entre hombres y mujeres era mucho menor en el sur. Aunque no está probado que así fuera, todo indica que a los niños norteños los alimentaban mejor que a las niñas.

Ayer como hoy, los europeos del norte eran más altos que los de la península ibérica y la península itálica, pero prácticamente iguales a los balcánicos. Es lo que muestra el estudio de los restos de casi 1.300 personas datados entre hace 8.000 y 6.000 años, cuyos resultados han sido publicados en la revista científica Nature Human Behaviour. Para medirlos usaron la longitud del fémur como aproximación a la altura. “Los antropólogos han trabajado durante décadas en el desarrollo de ecuaciones para estimar la altura de una persona en función de la longitud del fémur”, recuerda la investigadora de la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos) y primera autora del trabajo, Samantha Cox.

El dimorfismo sexual es una constante en casi todas las especies de mamíferos. Los leones son más grandes que las leonas, los gorilas pesan hasta el doble que las gorilas y entre los alces los machos tienen astas pero las hembras no. En los humanos, el dimorfismo ya existía en las especies antecesoras, como atestiguan registros como el de Atapuerca. Pero, ¿a qué se deben las diferencias entre unas poblaciones que, teniendo el mismo origen, acabaron asentados en diferentes partes de Europa? La llegada de los neolíticos desde Anatolia (actual Turquía) fue el elemento central de la mayor revolución de la Antigüedad. Con ellos llegó la agricultura y la ganadería, el sedentarismo y el desarrollo urbano posterior. Hay dos rutas probadas. Una siguió la costa, pasando por los Balcanes, el norte de la actual Italia y acabando en la península ibérica en torno a hace unos 7.500 años. En la otra, los neolíticos se adentraron por el centro de Europa hasta asentarse en el norte de lo que hoy es Alemania, Países Bajos y parte de Francia un par de siglos más tarde. Ahora, un grupo de científicos ha rastreado en los yacimientos desenterrados para estudiar la altura de aquellos primeros europeos del Neolítico.

“Hoy, los europeos del norte son más altos que los del sur y tampoco sabemos el porqué”
Iain Mathieson, experto en demografía y ADN antiguo de la Universidad de Pensilvania

¿A qué se debe esa diferencia? Iain Mathieson, autor sénior de este estudio y experto en demografía y ADN antiguo de la universidad estadounidense, reconoce que no lo saben: “No tenemos la respuesta. Podría ser genético o podría ser algún otro factor ambiental que no hemos medido. De hecho, lo mismo ocurre hoy, los europeos del norte son más altos que los del sur y tampoco sabemos el porqué”. Para saberlo, se apoyaron en el ADN recuperado de centenares de restos y en la genética de poblaciones (que se basa en las diferencias colectivas, no individuales). Sobre el mapa pusieron a las comunidades estudiadas (balcánicos, neolíticos del sur de Centroeuropa, norteños y mediterráneos) y los compararon con datos genéticos de agricultores anatólicos al este y cazadores-recolectores europeos al oeste. Los mediterráneos debieron relacionarse más con los habitantes de los territorios a los que llegaron, ya que hasta el 11,4% de su material genético procede de cazadores-recolectores. Mientras, los del norte, apenas tienen un 1,1%. Pero todos los grupos están mucho más cerca de los neolíticos de Anatolia que de los mesolíticos del oeste de Europa.

La investigación obtuvo otro resultado para el que los científicos tampoco tienen explicación y que no se sabía hasta ahora. Aunque dentro de cada uno de los grupos la ratio de dimorfismo sexual es similar, las mujeres del norte eran más bajas que las mediterráneas. Concretamente, de media, el fémur de los hombres del norte es un 14% más largo que el de ellas, mientras que entre los mediterráneos la diferencia es apenas de un 5%.

Si la respuesta a este fenómeno no estaba en el ADN, la buscaron en el ambiente. El factor ambiental más determinante es la dieta. Para investigarla, los autores del trabajo se apoyaron la presencia de dos isótopos de los elementos básicos de la vida, el carbono y el nitrógeno. Las variaciones en ambos detectadas en el colágeno de los huesos se deben a que, en su desarrollo, recurre a moléculas obtenidas de los alimentos. De ahí que su análisis ayude a saber si una persona ingería más proteínas animales o vegetales o si comía más carne o menos pescado. El análisis isotópico, por ejemplo, fue determinante para ver cómo la dieta de la cultura de El Argar era diferente según las incipientes clases sociales. Los autores del nuevo trabajo vieron que había diferencias entre los del norte y el resto de grupos. Pero eso seguía sin explicar el acusado dimorfismo sexual del norte. Así que profundizaron su investigación, hurgando en los huesos.

Como si fueran forenses, intentaron descubrir si había una dieta diferente según el género, si ambos sexos recibían la misma alimentación. De ser así, eso debería de dejar su marca en los huesos. Al estudiar el esmalte de los dientes, comprobaron que la mitad de los norteños presentaban hipoplasia, una debilidad dental provocada por una deficiente mineralización durante el desarrollo de la dentadura, es decir, de cuando eran niños. En el sur también había hipoplasia, pero no supera el 20%. Otro indicador que estudiaron es una patología llamada hiperostosis porótica. Se trata de una lesión craneal que se manifiesta en la bóveda del cráneo, que aparece como esponjosa y llena de poros. Es un síntoma claro de anemia y, de nuevo, se produce durante el crecimiento. El paleopatólogo de la Universidade Lódz (Polonia), Francesco Galassi, no relacionado con este estudio, recuerda que la frecuencia de hiperostosis porótica e hipoplosia del esmalte son “marcadores comunes de estrés en poblaciones antiguas”. Así que los investigadores confirmaron que los del norte sufrieron mayor estrés alimenticio que los mediterráneos.

El cultivo de cereales y legumbres domesticados en un clima como el de Anatolia o la actual Siria era más fácil reproducirlo en un clima como el de la península Ibérica que en el norte de Europa. De hecho, los yacimientos de los primeros neolíticos del norte, la llamada cultura de la cerámica de bandas, muestran que buscaron asentarse en zonas con suelos fértiles, compensando así la menor radiación solar. Aun así, sus huesos y dientes indican que se alimentaban peor. Lo que vuelve a suscitar la doble pregunta: ¿por qué los primeros neolíticos del norte eran más altos, pero sus mujeres más bajas que en la región mediterránea?

“Como hay más estrés dietético en el norte, esto haría que las mujeres norteñas fueran aún más bajas porque los recursos no se distribuían de manera uniforme”
Samantha Cox, investigadora de la Escuela Perelman de Medicina de la Universidad de Pensilvania , Estados Unidos

“No podemos estar completamente seguros, pero como solo los hombres del norte eran altos, suponemos que se debe a que pudieron obtener más recursos que las mujeres o que los varones del sur de Europa”, apunta Cox, la principal autora del trabajo. El trato diferente según el sexo es la explicación más lógica, pero solo es una hipótesis. “Dado que hay más estrés dietético en el norte, esto haría que las mujeres del norte fueran aún más bajas porque los recursos no se distribuían de manera uniforme”. Es decir, priorizaban a los niños sobre las niñas. En concreto, la ratio de dimorfismo sexual, que entre los mediterráneos es de 1.05, en los del norte es de 1.14. Una ratio así es extremadamente alta. En la actualidad, solo se producen ratios superiores a 1,10 en sociedades que tradicionalmente han favorecido a los niños sobre las niñas, como en la india.

Iñigo Olalde, investigador de la Universidad del País Vasco y la fundación Ikerbaske, ha publicado varios trabajos sobre los primeros neolíticos y últimos cazadores-recolectores europeos. Para Olalde, lo más interesante de este trabajo es este marcado dimorfismo sexual entre los del norte. “La diferencia de dieta no se puede ver en los adultos, se manifiesta en el cuerpo durante el desarrollo, en el crecimiento”, recuerda. Algo debía de pasar con los niños y niñas, pero “la suya es solo una hipótesis”, añade.

Por su parte, la investigadora del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana (Alemania), Vanessa Villalba, destaca como el factor genético parece ser poco contundente, siendo “los factores ambientales y culturales en las primeras etapas del desarrollo del individuo claves a la hora de generar una estatura diferente en hombres y mujeres”. Villalba, que ha investigado el acervo genético de los cazadores-recolectores de la península ibérica, cree que sería muy revelador usar la metodología de trabajo utilizada con los primeros neolíticos, con los últimos cazadores-recolectores europeos.

Galassi, el paleopatólogo, destaca del estudio su enfoque multidisciplinar, combinando ADN antiguo, isótopos, patologías óseas y medidas del fémur, y “la audacia de sus autores”. Pero advierte, como Olalde, de lo reducido de la muestra. Son 1.269 restos humanos, pero no de todos tenían datos sobre su dieta, su ratio isotópica o hipoplasia del esmalte. El trabajo parece plantear más preguntas de las que responde. A Galassi le ha recordado unas palabras del emperador romano Julio César que, “en sus Commentarii, haciendo una digresión etnográfica y política sobre los primitivos pueblos germánicos, los consideraba una sociedad primordialmente masculina y guerrera, en la que los hombres eran ‘más altos, más fuertes y más musculosos”.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Criado
Es cofundador de Materia y escribe de tecnología, inteligencia artificial, cambio climático, antropología… desde 2014. Antes pasó por Público, Cuarto Poder y El Mundo. Es licenciado en CC. Políticas y Sociología.

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