Nueve cadáveres desvelan que inmigrantes ibéricos llevaron la agricultura a África hace 7.400 años
El análisis de ADN destapa una migración desconocida a través del estrecho de Gibraltar un milenio antes de lo que se pensaba
Algunos especialistas creen que lo que sucedió en Europa hace unos 7.400 años fue como encontrarse con una civilización alienígena. Durante miles de siglos, los europeos habían sido cazadores nómadas, el único estilo de vida conocido en un continente inmenso y prácticamente despoblado. Hasta que se encontraron con inmigrantes originarios de Anatolia, en la actual Turquía, que traían consigo la agricultura, la ganadería y el sedentarismo. Su avance por el norte del Mediterráneo fue tan rápido —duró apenas un siglo— que se cree que viajaban en pequeñas embarcaciones por la costa. Fue un tiempo de conflictos y coexistencia. Los granjeros se cruzaron con los locales hasta absorberlos; aunque hubo clanes aislados de cazadores fieles a su estilo de vida durante 1.000 años más. Es lo que se conoce como revolución del Neolítico, que sentó las bases de la civilización.
Uno de los mayores enigmas de esta época es cómo llegó esta revolución a África. Una hipótesis es que apareció de forma espontánea, con una segunda invención de los cultivos, y otra que llegó hace unos 5.000 años, de la mano de pastores y agricultores de Oriente Próximo.
Ahora, un equipo dirigido por científicos de la Universidad de Burgos y la de Uppsala (Suecia) demuestra que el Neolítico llegó a esta zona en la misma cronología que a Europa, hace unos 7.400 años. Sus conclusiones, publicadas en la revista Nature, se basan en el análisis de dientes y huesos desenterrados en cuatro yacimientos de Marruecos, y su comparación con otros ya existentes.
La clave está en la cueva de Kaf Taht el-Ghar, en la costa norte del Estrecho del lado marroquí, donde se hallaron restos humanos, semillas y trozos de cerámica decorados con conchas de moluscos. Eran prácticamente idénticos a los que se habían hallado en la Península.
“Era como encontrar una catedral barroca en mitad del México azteca”, explica Rafael Martínez Sánchez, arqueólogo de la Universidad de Córdoba y coautor del estudio.
¿De ida o de vuelta?
En los años cincuenta del siglo pasado, cuando Marruecos aún era protectorado español, el arqueólogo catalán Miquel Tarradell fue el primero en excavar este lugar. Se especulaba que la cerámica decorada de la Península la habían traído inmigrantes del norte de África cruzando el Estrecho, explica Martínez. Pero al ver las cerámicas, Tarradell cambió de idea y postuló que fue al revés: los ibéricos las llevaron a África, aunque falleció en 1995 sin poderlo demostrar.
El análisis del ADN de cuatro individuos de este yacimiento ha aclarado ahora el misterio. El perfil genético de estos agricultores es un 75% igual que el de los de la Península. Y aproximadamente otro tercio es norteafricano. La prueba concluyente del origen de estos inmigrantes es que llevan también una pizca de ADN de cazadores recolectores europeos que habían sido asimilados antes.
La conclusión del trabajo es que un grupo de granjeros de la península Ibérica llegó al norte de África, se cruzó con las poblaciones locales y se asentó llevando al continente la agricultura por primera vez, unos 1.000 años antes de lo que se pensaba. Probablemente, pasaron el Estrecho en barcas de madera, sin velas, usando solo remos, apunta Martínez, aunque no se conocen restos de estas embarcaciones.
Es algo nunca visto. En Europa los cazadores y recolectores nunca asumieron el modo de vida neolítico por sí mismos, siempre fue por absorción”Cristina Valdiosera, Universidad de Burgos
Lo enigmático es que en Ifri n’Amr o’Moussa, a unos 300 kilómetros al sur, hay otro yacimiento al menos un siglo posterior, donde se han encontrado restos de semillas, cerámica y ganadería, pero sus habitantes han resultado ser 100% autóctonos. Su ADN no se diferencia de las poblaciones de cazadores y recolectores nómadas que habitaron esta zona desde hace unos 15.000 años, incluida su tradición de arrancarse los dos dientes incisivos de la mandíbula superior para diferenciarse, como explican Louise Humphrey y Abdeljalil Bouzouggar en un artículo complementario.
Unos siglos después, las poblaciones locales habían abrazado la vida sedentaria, aunque no se mezclaron con los inmigrantes llegados de Europa, como si existiese una frontera bien definida similar a la que hubo en partes de Europa entre los granjeros y los últimos cazadores.
“Es algo nunca visto”, señala Cristina Valdiosera, bióloga molecular de la Universidad de Burgos y coautora del trabajo. “En Europa los cazadores y recolectores nunca asumieron el modo de vida neolítico por sí mismos, siempre fue por absorción”, destaca.
Al borde del colapso
En 2018, Valdiosera lideró un estudio similar en la península que demostró la presencia de agricultores en tiempos muy similares a los vistos ahora en Marruecos. La especialista en genética estima que los primeros grupos de inmigrantes que cruzaron el Estrecho eran de decenas de individuos y que tuvo que haber varias oleadas por la misma ruta.
Antes de la llegada de los primeros agricultores, las poblaciones del norte de África estuvieron al borde de la extinción. Si durante la última glaciación en Europa la población colapsó hasta apenas 5.000 personas, en el norte de África quedaron solo 1.400, según el trabajo. La llegada de los inmigrantes fue una salvación para ellos, argumenta Valdiosera, pues aumentó la diversidad genética y evitó los males de la endogamia.
El estudio confirma que unos 1.000 años después de la primera oleada migratoria neolítica llegó una segunda procedente de Oriente Próximo que siguió, ahora sí, la costa del Mediterráneo sur hasta llegar al actual Marruecos. El ADN de tres personas que vivieron hace 6.400 años halladas en Skhirat-Rouazi, en la costa oeste del país, muestra la marca genética de esta nueva oleada de inmigrantes. Esa misma marca está en las poblaciones actuales del Magreb y también en los guanches de Canarias, cuyo origen está en inmigrantes llegados del norte de África.
Mestizaje total
El yacimiento más reciente analizado es el de Kehf el Baroud, a unos 50 kilómetros al sur del anterior. En este caso, sus habitantes muestran ya ADN tanto de los primeros agricultores ibéricos, como de las poblaciones autóctonas del norte de África y de los inmigrantes pastoralistas de Oriente Medio. Un mestizaje total.
Ron Pinhasi, experto en antropología evolutiva de la Universidad de Viena, opina que este es “un estudio apasionante e importante”. “Había mucho debate sobre si el neolítico había surgido de forma espontánea o si llegó de Europa u Oriente Medio. Sorprendentemente, vemos que sucedió todo eso, aunque no a la vez. Los primeros en iniciar este periodo fueron los granjeros ibéricos. Y aquí lo más interesante es que ellos se mezclaron con los locales, mientras que algunos locales no se mezclaron con ellos”, resalta.
Carles Lalueza Fox, genetista del CSIC, opina que “con esto no queda ningún ejemplo ya de que el Neolítico pudo transmitirse de forma cultural”. “Aunque era el pensamiento dominante hace unas décadas, creo que es evidente que la agricultura no es algo que se pueda explicar o copiar sin más. Como todo oficio se requiere de gente que lo conozca, es decir, de emigrantes, al menos en el primer momento”, explica.
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