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El vértigo de un abandono masivo de las aulas

El Gobierno, los estudiantes y las ONG temen que, a falta de medios económicos, el alumnado empobrecido deserte

Una biblioteca de la Universidad de la Rioja, en 2018.
Una biblioteca de la Universidad de la Rioja, en 2018.

En muchas comunidades autónomas uno de cada cuatro alumnos abandona la carrera. El Ministerio de Universidades estudia las causas. Su responsable, Manuel Castells, ya ha sacado sus primeras conclusiones: pesan más “las razones económicas que las académicas”. La crisis derivada de la pandemia agravará, además, sustancialmente esta situación y la comunidad educativa está muy preocupada. Un estudio del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) dibuja la línea de Castells en estudios no universitarios: el 34% de los bachilleres que dejaron los estudios en 2013 —en plena debacle— lo hicieron por motivos económicos. En el caso de FP la cifra alcanzó el 44%.

Save The Children ha hecho una encuesta entre los beneficiarios de ayudas de la ONG y en un 60% de los casos están peor con el confinamiento. Ante este escenario temen que los adolescentes abandonen la educación postobligatoria o deserte esa minoría vulnerable que accede a la Universidad. Con la reforma planteada 80.000 universitarios y 90.000 no universitarios que están en el umbral 2 de becas se trasladarán al 1, lo que les permite multiplicar hasta por seis la cuantía de la beca. La intención del Gobierno es que esta prestación les frene de desertar.

“La reforma tiene aspectos muy positivos: que se aumente la inversión y se mueva el umbral 1. Pero creemos que hay cosas que son mejorables”, afirma Álvaro Ferrer, técnico de equidad educativa de Save The Children. “Por ejemplo, que el reparto del dinero fuese más progresivo. Nos ha sorprendido que se incremente a todo el mundo 100 euros en la no universitaria. Hay que poner el énfasis en el umbral 1. Y nos sorprende que no agilicen los pagos”, prosigue. “Una beca que llega tarde no sirve de nada”, reconoce. Y Ferrer lamenta también que en el cálculo de la parte variable de la beca se vaya a incluir —como instauró el Partido Popular en 2012— los criterios de excelencia académica.

Andrea Henry, presidenta de la Confederación Estatal de Asociaciones de Estudiantes (Canae), coincide en el diagnóstico con Ferrer: “Una beca que llega en mayo, es una beca perdida. Hay que centrarse en el umbral 1, los que más van a sufrir en esta crisis”. Henry lamenta que el Ministerio de Educación no haya contado con ellos para negociar las becas, a diferencia del departamento de Universidades.

“No han superado la estructura de Wert”

José Montalbán, profesor de Economía de la Universidad de Estocolmo y experto en becas, cree que el Gobierno se ha quedado corto en la reforma del sistema, ya que “no han superado la estructura de José Ignacio Wert de cuantías fijas y variables”. En ese sentido, considera que una buena medida para que cada alumno reciba lo que necesita sería diseñar nuevos umbrales. Cita a Francia, donde existen seis (en lugar de los tres españoles). “Es más justo. Con este sistema va a recibir lo mismo una familia de cuatro miembros con una renta de 18.000 que una que solo ingresa 5.000”, expone. “Cuántos más umbrales, más se adapta la ayuda a las necesidades reales”. A su juicio, otro de los puntos mejorables es la distribución del nuevo presupuesto; cree que en lugar de dotar con 100 euros más a todos los estudiantes, esa cantidad se podría haber concentrado solo en el umbral 1, lo que habría permitido, según sus cálculos, que en lugar de percibir 1.700 euros recibieran unos 3.400 cada alumno.

Carolina García, presidenta de la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (Creup), se contenta a medias. “Es un primer paso”, cuenta esperanzada, pero reclama acabar con todos los requisitos académicos. “Se han rebajado, pero no es suficiente”. Además, le preocupa la tardanza en la resolución de las becas. “Te deniegan la beca en diciembre, recurres y si te la vuelven a denegar, lo sabes en marzo y es imposible para muchos estudiantes pagar la matrícula”.

Uno de esos casos es el de Natalia, de 20 años, oriunda de un pueblo de Granada pero estudiante en Cuenca (Universidad de Castilla-La Mancha). Cuenta que en el primer curso era una buena estudiante, “con dos matrículas de honor”, pero sufrió un caso de acoso en la facultad, en el que “tuvo que mediar hasta el defensor universitario”, y terminó dejando de ir a clase. “Te crees que te vas a comer el mundo y el mundo te come a ti”. A segundo curso pasó con cuatro suspensas y sin beca. Su drama continuó y Natalia volvió a fracasar en dos materias. Así que este año está en tercero haciendo malabares para llegar a fin de mes. Sigue sin beca y ha pagado 2.000 euros de matrícula. Su padre le pasa 150 euros y su madre, con la tienda cerrada por el confinamiento y antes anegada por las aguas, la ayuda con lo que puede. Por suerte, sus dos hermanos han terminado de estudiar y aportan también una parte para que sobreviva.

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