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Giacomo Rizzolatti, neurocientífico: “La empatía no es algo que se entienda, es algo que se siente”

El investigador italiano, descubridor de las neuronas espejo, viaja a España para inaugurar un laboratorio con su nombre

Neuroscience
Giacomo Rizzolatti posa en el laboratorio que lleva su nombre en la Universidad Autónoma de MadridAlvaro Garcia
Enrique Alpañés

De niño escapó de las purgas estalinistas para acabar en el corazón del fascismo. Su familia abandonó Kiev (entonces parte de la URSS) cuando él apenas tenía un año, en 1938. Recalaron en la Italia de Mussolini. Pocos años más tarde, siendo un niño, vio como su padre se unía a los partisanos para luchar contra los fascistas. Conoció la guerra y la crueldad. Y sin embargo, Giacomo Rizzolati ha dedicado su vida a investigar la empatía. Aunque lo cierto es que esta dedicación fue más fruto de la serendipia que de la voluntad.

Rizzolati estudió medicina como sus padres. Neurología, pues quería entender cómo funciona el cerebro. Hizo algunos estudios reseñables, sobre las neuronas canon y el espacio peripersonal. Pero se vieron opacados por un descubrimiento que le convirtió en una estrella de la ciencia y le granjeó el premio Princesa de Asturias y el Brain Prize. En 1996 estaba en la Universidad de Parma, estudiando en qué parte del cerébro de un mono se alojaba el sistema motor. Un día se dio cuenta de que las neuronas que se encendían cuando el simio ejecutaba un movimiento, bullían de actividad también cuando veía a los demás hacer lo mismo. Una red neuronal, de alguna manera, reflejaba las acciones ajenas como propias, como un espejo. Y así las llamó. Las neuronas espejo sirvieron para explicar la imitación de acciones físicas. Pero rápidamente se vio que en humanos también explicaban cierta imitación emocional, la empatía.

Desde entonces, su trabajo ha ahondado en las implicaciones de este mecanismo: le sirvió para teorizar sobre los orígenes del autismo o cómo funciona el sistema motor. Cómo nacemos con cierta empatía y nuestras experiencias e ideología pueden aumentarla o disminuirla. Decía Vilayanur Ramachandran, uno de los pioneros de la neurociencia, que estas neuronas “conformaron la civilización”. La capacidad de imitar permitió aprender a escala individual y colectiva. Crear y trasmitir una cultura. Y conectar con otras personas.

Rizzolati tiene 86 años y sigue en activo. Llega a Madrid en silla de ruedas, en su primer viaje después de que le amputaran una pierna por problemas vasculares. Tiene el pelo blanco y alborotado, como si fuera de algodón. Luce como un científico loco y habla como un profesor entrañable. Acaba de inaugurar el laboratorio de investigación del Parque Científico de la Universidad Autónoma de Madrid que lleva su nombre. Y desde la primera pregunta se muestra animado y con ganas de conversar.

Pregunta: ¿Cómo está?

Respuesta: Estoy bien, estoy bien. Me amputaron la pierna el año pasado, pero ya me he recuperado. Este es el primer viaje en avión que hago desde la operación y está siendo muy agradable. Estoy muy feliz de estar aquí.

P. Entonces, si mis neuronas espejo hacen su trabajo, al final de esta entrevista, yo también debería estar un poco más feliz, ¿cierto?

R. No sé yo si más feliz, pero igual salimos los dos habiendo aprendido algo el uno del otro. El mecanismo de las neuronas espejo consiste en comprender lo que están haciendo los demás. Es decir, hay un sistema neuronal que responde de la misma forma cuando yo realizo una acción y cuando veo que alguien realiza esa acción. Por ejemplo, voy a un bar y veo a una persona que agarra un vaso con cerveza. Entiendo que se está tomando una caña porque dentro de mi cerebro hay una copia del mismo mecanismo. No es una cuestión cognitiva, no es que tenga que pensar, sino que entiendo inmediatamente lo que va a hacer. Este es el mecanismo espejo, es algo dentro de nosotros que hace que entendamos a los demás.

P. Y esto vale para actos físicos, pero también para los emocionales.

R. Sí, también se puede aplicar a las emociones. Hemos visto que en el momento en que tú lloras, ciertas áreas de mi cerebro asociadas al llanto se activan mí. La empatía es en realidad una situación en la que tú y yo estamos en el mismo estado psicológico. No es algo que se entienda, es algo que se siente dentro. Puedo conectar con las emociones de forma intelectual. Si leo en el periódico que hubo un terremoto en Marruecos con varios muertos me puede dar pena. Pero dentro de mi sistema neuronal no hay dolor. En cambio, si salgo a la calle y veo un accidente de tráfico, siento el dolor dentro de mí. De alguna forma, es como si tú y yo nos convirtiéramos en una sola persona.

Si leo en el periódico que hubo un terremoto en Marruecos con varios muertos me puede dar pena. Pero dentro de mi sistema neuronal no hay dolor. En cambio, si salgo a la calle y veo un accidente de tráfico, siento el dolor dentro de mí”
Giacomo Rizzolatti

P. Si la imitación física y la empatía emocional se localizan en la misma zona neuronal, ¿los trastornos del autismo ocurren en el sistema motor?

R. Esta es nuestra idea, que comienzan con una alteración en el sistema motor. En los niños autistas este sistema no se desarrolla tan bien como en el resto. Y esto tiene consecuencias, porque si no actúas adecuadamente, los demás no te responden. No entiendes, por qué no tienes un mecanismo espejo bien estructurado de lo que hacen los demás. Se da un efecto cascada, una serie de acontecimientos que, según nuestra hipótesis, surgen por un déficit motor inicial de base genética. Y de ahí, no haces bien los movimientos, no interpretas bien las acciones, te encierras en ti mismo, los demás ya no te tratan bien... Pero bueno, hay que entender que el autismo contiene una gama muy amplia de trastornos, también implica déficits cognitivos.

P. Todas estas ideas nacieron en un experimento que hizo con monos. ¿Los animales tienen empatía?

R. No lo sé, porque a lo largo de los años trabajamos en los mecanismos en frío. Algunos animales entienden la acción, entienden la intención, pero no sabemos si entienden la emoción. En la emoción siempre hemos trabajado sobre el hombre. También porque, la verdad, ya es bastante complicado esto de por sí [risas].

P. La idea de las neuronas espejo tiene implicaciones que van más allá de la neurología. ¿Cómo impactó este descubrimiento en el mundo de la psicología?

R. La psicología aceptó con dificultad la idea de las neuronas espejo. Pero a los filósofos les encantó, porque la fenomenología [el estudio filosófico del mundo y la experiencia humana] se basaba en algo parecido. Los fenomenólogos franceses, alemanes, Husserl y Merleau Ponty, decían que entendemos a los demás porque los demás entran en nosotros. Así que fue un gran éxito francés, alemán y europeo. Los psicólogos fueron algo más reacios, porque les gustaban más las ideas cognitivas. Pero al final acabaron aceptándolo ellos también.

P. Usted nació en Kiev. ¿Cómo está viviendo la guerra?

R. Muy mal. Mi madre era de Kiev, pero solo hablaba ruso. Yo mismo solo hablo ruso, en mi época no existía el nacionalismo ucranio. Y he vivido todo esto con pena y rabia. Esperaba que se pudiera llegar a un acuerdo, pero ahora... No sé cómo terminará, pero es muy triste.

P. ¿Por qué cree que la sociedad europea ha empatizado tanto con el pueblo ucranio? Hay quien dice que el hecho de que sean blancos y tengan los ojos azules tiene que ver, que hay una especie de racismo en positivo. ¿Tiene esto sentido? ¿Empatizamos más con quien es más parecido a nosotros?

R. Lamentablemente es verdad. Es algo atávico que hemos heredado de los primates. Quien es más parecido a ti, lo consideras un amigo. Quien es diferente, te inspira miedo. Superar esto implica un esfuerzo cultural, intelectual, para considerar que todos somos humanos y que todos somos iguales. Pero instintivamente uno siente que le gusta más aquello que es más parecido a sí mismo. Para apreciar al diferente, a veces hay que hacer un esfuerzo intelectual.

P. ¿Y para despreciar al diferente? Si todos nacemos con unas cierta cantidad de neuronas espejo, ¿qué sucede durante las guerras, cuando sociedades enteras pierden la empatía hacia el prójimo?

R. El mejor ejemplo de esto que comenta es el de [uno de los responsables del genocidio judío, Adolf] Eichmann. Cuando este oficial nazi fue deportado a Israel y lo llevaron a juicio, le hicieron toda serie de análisis psicológicos y el resultado fue sorprendente. Era un tipo normal, parecía buena persona, amaba a los animales, amaba la naturaleza, un hombre de familia, perfecto. Durante el instituto tenía amigos judíos, pero después algo cambió. Leyendo la propaganda de Joseph Goebbels, se convirtió en nazi y se convenció de que los judíos no eran seres humanos. Por lo tanto, para él ya no debía sentir empatía hacia ellos. Su biología podría entender que eran personas, pero la ideología modificaba esa percepción. Es algo que se repite en muchas guerras, se intenta deshumanizar al enemigo para que nadie empatice con él.

P. Entonces, ¿la ideología puede bloquear la empatía?

R. Mucho, la empatía es muy flexible. Pero lo bueno es que también funciona al revés. Podemos aprender cosas para empatizar con nuevas situaciones. Nacemos con una base, con un conjunto de neuronas innatas para entender a la madre. Si la madre está triste, el bebé llora; si la madre se ríe, él también. Pero luego aprendemos ciertas cosas y las ampliamos. Es muy importante que el niño aprenda música, que aprenda a jugar al ajedrez, al fútbol... porque si conoces un deporte o un juego, entonces entiendes mucho mejor. Te enriqueces.

Hay un hermoso experimento sobre esto. Si uno de nosotros observa un espectáculo de baile, tendremos una pequeña actividad en las neuronas espejo. Pero si esta misma escena la mira un bailarín, habrá una actividad enorme. Por eso los exdeportistas son tan buenos comentaristas deportivos. Entienden mejor lo que está pasando, empatizan más con la situación en el campo. Esto se nota mucho cuando en un partido comentan un periodista y un exfutbolista.

La empatía es muy flexible. Podemos aprender cosas para empatizar con nuevas situaciones”
Giacomo Rizzolatti

P. Ha utilizado gafas de realidad virtual en sus experimentos, ¿pueden los videojuegos, con su capacidad de ponernos en la piel de otras personas, fomentar la empatía?

R. No lo creo. Hay experimentos que dicen que la vida real es mucho más fuerte desde el punto de vista emocional que cualquier película o videojuego. Eso es lo que me preocupa de los niños que siempre se quedan en casa, no tienen esa relación que teníamos cuando jugábamos a la pelota en la calle. Hoy muchos niños están cerrados en casa y por eso tienen menos empatía con los demás.

P. No es algo exclusivo de los niños. La mayoría de discusiones y debates políticos se replican en las redes sociales, donde preocupa la propagación del discurso del odio.

R. Exacto, en un espacio con menos empatía, ese tipo de discursos florece. No sé si usted conoce el concepto de meme [una idea que se concreta, normalmente, en una imagen, un GIF o una frase y se replica en internet contagiando a quienes la reciben]. Los memes son un peligro terrible para mí porque, normalmente, si uno discute, las ideas le llegan con un contexto social. Pero con los memes, esta información te llega y se replica sin contexto, es como los lugares comunes o las frases hechas. La mayoría de memes son inocuos, pero hay otros que no, pueden perpetuar ideas sin un contexto humano, real, y tienen un potencial dañino.

P. Tiene 86 años, ¿por qué sigue trabajando?

R. ¡Nadie le pregunta a [el anciano director de orquesta italiano] Riccardo Muti por qué sigue dirigiendo! [Risas]. Bueno, yo estoy oficialmente jubilado desde hace unos años, pero me dieron el puesto de profesor emérito, así que tengo un laboratorio, el estudio, la secretaria… Y bueno, incluso después de la operación voy dos o tres días a la semana y trabajo con ellos. Me siento más vivo, es muy bonito trabajar. A veces también lo hago desde casa, pero ir al instituto y hablar con los jóvenes, con los colaboradores… Es muy estimulante.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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