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“Las redes sociales nos animan a tener una opinión sobre todo”: Dan Lyons analiza cómo los bocazas están arruinando el mundo

El ensayista examina el auge de los habladores compulsivos en su nuevo libro ‘Cállate. El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante’

RRSS Redes Sociales Dan Lyons
El ensayista Dan Lyons.Gretchen Ertl
Enrique Alpañés

Están por todas partes y explican cosas. Alargan las reuniones con cháchara inútil. Interrumpen. Te preguntan qué tal el fin de semana solo para poder contarte el suyo. Son los que no tienen una pregunta, más bien una reflexión. Los que escriben “dentro hilo” en X. Siempre tienen una opinión, una teoría, una anécdota. La ciencia los señala como habladores compulsivos. La calle, como cuñados o mansplainers, neologismos que bautizan comportamientos cada vez más comunes y que ya dan una pista, pues es un fenómeno esencialmente masculino. La diarrea verbal es una enfermedad. Y está cogiendo tintes de pandemia.

Dan Lyons los conoce perfectamente, él era uno de ellos. Este periodista y ensayista estadounidense llevaba años hablando por los codos. Perdió un trabajo por no saber callarse a tiempo, perdió ocho millones de dólares, casi pierde a su mujer. Durante la pandemia de la covid, cuando medio mundo se recluyó en sus casas en silencio, empezó a plantearse qué le pasaba. Preguntó a antropólogos y psicólogos. Consultó estudios científicos y libros. Se pasó varios meses intentando entender por qué no podía mantener la boca cerrada y entonces entendió que no era un problema individual. “El problema no solo soy yo, no sois solo vosotros. El mundo entero tiene que cerrar la puta boca”.

Con esta contundente idea arranca su nuevo libro Cállate. El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante (Capitán Swing). En él, Lyons asegura que vivimos en la época más ruidosa de la historia. Las redes sociales prometían convertirse en un ágora griega, un lugar que fomentara el diálogo. Pero en la práctica se parecen más al Speaker’s Corner de Londres, un espacio en el que miles de personas chillan monólogos histéricos que nadie escucha. Y lo peor es que este comportamiento, que nace en el mundo digital, ha acabado saltando a la vida analógica.

Recurriendo a la ciencia, Lyons explica cómo el ruido permanente a nuestro alrededor destruye el pensamiento crítico y erosiona el diálogo. También da consejos para aprender a dejar de hablar en exceso. El primero, dejar las redes sociales, lo siguió a rajatabla, pero lo ha tenido que abandonar para promocionar su libro. El segundo era un post-it junto a su ordenador con una orden concisa a seguir durante las reuniones: cállate y escucha. No lo tiene en el ordenador desde el que atiende a EL PAÍS en videollamada. Aun así, Lyons se muestra comedido. Sus respuestas son concisas y la entrevista no dura más de 25 minutos.

Pregunta. ¿Cómo se dio cuenta de que hablaba demasiado?

Respuesta. Sabía desde hacía tiempo que decía cosas de forma compulsiva. Cosas que estaban arruinando mi vida y sucedía una y otra vez. Causaba problemas en mi matrimonio, en mis amistades y en lo laboral. En una ocasión dije algo en Facebook que terminó costándome el puesto de trabajo. Hace poco miré el precio de las acciones de esa empresa y vi que, si me hubiera quedado, tendría ocho millones de dólares. Recuerdo haber pensado, ¿qué saqué de esa publicación de Facebook?

P. Publicó un libro sobre ello... [Disrupción, en el que denuncia el edadismo de su antigua empresa y de todo Silicon Valley].

R. Sí, bueno, prefiero ocho millones de dólares.

P. Al menos sabe que no está solo en esto de ser un bocazas. Dice que en toda la historia de la humanidad nunca ha habido una época tan ruidosa como la nuestra. ¿A qué cree que se debe?

R. Las redes sociales tienen un papel importante en esto. Ahora podemos tener una opinión sobre todo. Cada vez que sucede algo, nos animan a compartir nuestra opinión, a rebatir y discutir. Y esa actitud se ha extendido al resto de nuestras vidas, de modo que la gente no para de hablar y opinar sobre todo. Se ha trasladado al mundo laboral, donde tenemos demasiadas reuniones. Se ha trasladado al ocio, donde tenemos millones de canales y plataformas de televisión. Y esto genera demasiado ruido, una sobrecarga de información y no creo que nuestros cerebros estén preparados para manejarla.

P. ¿Pero las redes sociales son causa o consecuencia? ¿Siempre hemos tenido esa necesidad de dar nuestra opinión o nos la han creado Facebook, Instagram y Twitter?

R. Un poco son las dos cosas. Siempre tuvimos esta urgencia, pero no una forma de compartirla con una gran audiencia. Podrías escribir una carta al director de un periódico, por ejemplo, pero solo se publican un par. Las redes sociales crearon una plataforma que hizo que fuera fácil y gratis compartir tus pensamientos con una audiencia global. Pero no son neutrales, están pensadas para manipularte y empujarte a compartir contenido, haciendo que hables demasiado. Te están induciendo a seguir hablando, a ponerte nervioso, a agitarte para que te comprometas y empieces a discutir con la gente y a debatir. De esa forma, acabas compartiendo demasiado en línea, pero no se queda ahí. Ese tipo de agitación regresa contigo, la acabas incorporando a tu vida analógica.

P. No todo el mundo debería callarse por igual.

R. Sí, en esto de hablar demasiado, hay un sesgo claro de género. Más allá del famoso mansplaining, en mi libro hablo de dos neologismos. Uno es el maninterrupting. Los hombres no solo hablan más, sino que interrumpen más que las mujeres. Hay mucha investigación al respecto.

[Un estudio de la Universidad George Washington reveló que los hombres interrumpían a las mujeres un 33% más que a los hombres. Otro estudio, de la Universidad de Standford, comparó las conversaciones de dos hombres, de dos mujeres y la de un hombre y una mujer. En las conversaciones entre personas del mismo sexo se produjeron siete interrupciones. En las conversaciones entre hombres y mujeres hubo 48, 46 de ellas por parte del hombre].

El otro neologismo es el manalog, es el tipo que habla en una cena o en una fiesta y quiere contarles todo a todos y no se calla, va a seguir y seguir y seguir. Creo que los hombres encajamos en ese patrón mucho más que las mujeres. Sin embargo, históricamente, han sido ellas las que han tenido fama de charlatanas y cotillas, lo cual es asombroso. Y se remonta a mucho tiempo atrás, hay referencias escritas de la Edad Media, pero esta idea ha existido desde siempre. Creo que es una forma de control a las mujeres. De decirles, “habláis demasiado”. Y ellas replican, “bueno, hablamos menos que tú”. “Vale, pero eso sigue siendo demasiado”. De ahí viene ese estereotipo, ha sido una herramienta para silenciar a las mujeres.

[Investigadores de la Universidad de Texas descubrieron que tanto las mujeres como los hombres pronuncian 16.000 palabras al día de media. Los tres sujetos más habladores de la muestra eran varones]

P. Esta diferencia se hace especialmente patente en el entorno laboral

R. Sí, ahí es donde ves que los hombres interrumpen más en las reuniones, ya sabes, y creo que es un ejercicio interesante para cualquiera, especialmente para los hombres: la próxima vez que vayas a una reunión, toma un cuaderno. Y simplemente presta atención cada vez que alguien interrumpe. Toma notas. Y al final, probablemente te des cuenta de que son hombres los que lo hacen. Una vez que lo ves, no puedes dejar de verlo.

P. Hablando de reuniones. Dice en su libro que el trabajador medio asiste a 62 al mes, y los participantes aseguran que la mitad de ellas son una completa pérdida de tiempo.

R. Hay dos tipos de personas: las que disfrutan de las reuniones y las que están cuerdas. Y el primer grupo va ganando. El problema no solo es que sean muchas, es que son demasiado largas, improductivas. La gente se siente obligada a decir algo en las reuniones. De lo contrario, sienten que no están aportando nada, que no están a la altura. Pero a veces lo más inteligente es sentarse y escuchar, más que hablar. Y luego, después de escuchar a todos, quizá tienes que decir algo conciso o que aporte, no solo hablar por hablar. Hay directores ejecutivos realmente inteligentes como Tim Cook en Apple que hacen eso.

P. O Jack Dorsey. En su libro lo pone como ejemplo de persona que sabe callarse y escuchar. Por entonces era ejecutivo de Twitter. Ahora mismo lo ha sustituido Elon Musk [famoso por ser un bocazas de libro]. No sé qué moraleja podemos extraer de este cambio…

R. Sí, Elon Musk me ha destrozado la tesis. Ja, ja, ja. Cuando estaba escribiendo el libro, Dorsey estaba a cargo, y me di cuenta de que no tuiteaba mucho. Pasa lo mismo con [el director ejecutivo de Meta, Mark] Zuckerberg, no le ves parloteando sobre cualquier cosa en Facebook. Pero tiene un emporio que nos empuja a todos los demás a hacerlo. Las personas que construyen estas cosas son a menudo las que no se dejan llevar por ellas. Musk es un caso único. También lo es [el expresidente de Estados Unidos Donald] Trump. Los dos han tirado por tierra en cierto modo mi tesis de que las personas poderosas no hablan demasiado. Pero sigo creyendo que es así. Que ambos se han metido en problemas por hablar demasiado. Y que se meterán en problemas en el futuro.

P. Hablemos del amor. La charlatanería no solo nos afecta en lo laboral, en lo sentimental también puede ser peligroso.

Sí, tiene que haber cierto equilibrio, tampoco quieres estar completamente en silencio. Cuando conoces a alguien se tiene que aplicar la regla 60-40. Hay que hablar no más del 60% pero no menos del 40%. De esta forma hay cierto equilibrio y se puede tener una conversación en la que participen los dos. Pero también hay investigaciones que encontraron que en las citas rápidas, las personas que hacen preguntas y escuchan tienen más probabilidades de obtener una segunda cita. Y si lo piensas es obvio, si estás interesado en la otra persona, realmente la escuchas. Cuando estás en un matrimonio o una relación a largo plazo es diferente. En ese caso, pasar un tiempo juntos en silencio o no tener nada que decir puede ser algo bueno. En mi caso yo creo que ayudó a nuestra relación. Hay una gran frase de Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Corte Suprema [de EE UU] que dice: A veces ayuda ser un poco sordo.

P. Pero si nadie habla no sé qué diálogo vamos a fomentar ¿Es una cuestión solo de cantidad o de calidad también?

R. Entrevisté a este científico alemán de la Universidad de Arizona [el doctor Matthias Mehl] que hizo una investigación y descubrió que las personas que tienen conversaciones significativas son más felices e incluso más saludables que otras personas. Y le dije bueno, espera un minuto, eso mata mi libro porque estás diciendo que deberíamos tener más conversaciones. Pero él me replicó que no. Hay que tener conversaciones más significativas, las conversaciones auténticas son aquellas en las que escuchas mucho. No solo hablas, hablas y hablas. Aprendes a escuchar.

P. Así que es algo que se puede aprender ¿Usted ha cambiado mucho escribiendo este libro?

R. Sí. Creo que mejoré bastante. Aunque le confieso que antes, alguien me estaba entrevistando sobre el libro en un pódcast e igual dije algo que puede haber cabreado a alguna persona, así que aún tengo margen para afinar.

P. ¿Y qué dijo?

R. Mejor me lo callo.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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