Los optimistas del desarrollo tenían razón: el mundo iba mejor... hasta 2018
A lo largo de este curso hemos publicado una serie de análisis que contestan preguntas relevantes sobre los desafíos del planeta. Su lectura sugiere un escenario inquietante que podemos evitar con voluntad, ingenio y recursos
Con más de 4,5 millones de visionados desde 2017, la charla TED de Stephen Pinker sobre el estado del mundo es un monumento al optimismo. El análisis de este influyente psicólogo y pensador sobre la evolución de los datos sugiere que nuestro planeta ha experimentado durante los últimos 30 años un progreso notable en indicadores tan esenciales como la violencia, la polución o la educación. En su opinión, “el mundo está mejorando”.
Este avance es real. De hecho, si nos ceñimos a los indicadores que miden el desarrollo de los países y la reducción de las desigualdades globales, el progreso desde 1990 —fecha de referencia para buena parte de los objetivos globales— no tiene precedentes en la historia. Durante este suspiro de la evolución humana, el porcentaje de habitantes del planeta que viven en la pobreza extrema ha caído un 72%, el de la desnutrición un 61% y el de la mortalidad infantil, un 60%. Más niños y niñas completan la educación primaria y secundaria que en ningún otro momento de la historia, y tres de cada cuatro seres humanos tienen hoy acceso a agua potable, 2.000 millones más que al principio de este siglo.
Si todo es cierto, ¿por qué tenemos la sensación de que las cosas están peor que nunca?
Esta pregunta fue, en parte, la que motivó una serie de piezas de análisis que Planeta Futuro ha venido publicando mensualmente desde el pasado mes de octubre. En ellas hemos buscado enfoques originales, pero relevantes, a algunas de las encrucijadas a las que hace frente hoy el debate del desarrollo: por qué nos hemos estancado con la educación; cómo mantener el protagonismo de la salud global tras la covid; qué posibilidad hay de que la inseguridad alimentaria se cronifique; qué riesgos y qué oportunidades existen en el panorama de la financiación del desarrollo; cómo convertir la lucha contra el cambio climático en una reparación histórica; qué salidas hay al laberinto de la gobernanza internacional; por qué la securitización amenaza con destruir la ayuda; o cuándo aceptaremos que las migraciones son el secreto mejor guardado contra la pobreza. (Abajo, la lista completa).
El mundo es infinitamente mejor que hace 30 años, pero desde 2018 hasta ahora hemos experimentado un frenazo
Si tuviésemos que extraer una primera lección de todas estas piezas, sería la de recomendarle a Pinker que se ponga al día. El mundo es infinitamente mejor que hace 30 años, pero desde 2018 hasta ahora hemos experimentado un frenazo o retroceso preocupantes en algunos de estos indicadores esenciales del desarrollo. En el campo de la salud, por ejemplo, relatábamos el destrozo de la covid-19 en el esfuerzo global contra el VIH, la malaria, la tuberculosis o la neumonía infantil. Por primera vez en una década hemos visto repuntes en las tasas de mortalidad por algunas de estas enfermedades, que son pandemias cotidianas para medio planeta. En el campo de la seguridad alimentaria, las agencias humanitarias ya no saben qué adjetivos utilizar para describir la catástrofe profunda y continuada a la que hacemos frente. Las tragedias súbitas –como la del conflicto en Sudán, donde un millón de personas precisan ayuda alimentaria– se encaraman sobre una crisis estructural en la batalla contra el hambre. El descenso continuado e histórico de los niveles de desnutrición se estancó en 2014 y comenzó a repuntar en 2018, sin visos aparentes de un cambio de tendencia.
La salud y la nutrición son solo dos ejemplos en un panorama general desasosegante. De acuerdo con el informe anual de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN, por sus siglas en inglés), menos de una quinta parte de las 169 metas de la Agenda 2030 están en camino de ser cumplidas. Dos de cada tres están estancadas y una de cada siete está en abierta regresión. No son datos para tirar cohetes.
La invasión de Ucrania prendió fuego a los precios de la energía y los alimentos, así como a los tipos de interés derivados de la respuesta a la inflación. La provocada por Rusia es la penúltima de una cadena de crisis sistémicas que comenzó con la Gran Recesión en 2008 y continuó con la pandemia. La tragedia del coronavirus no solo fue responsable de la muerte directa de unos 22 millones de personas, sino que provocó estragos en los programas de progreso económico, educativo y sanitario de la población.
Esta tormenta perfecta ya tiene un nombre: policrisis. Para la mayoría de los países del planeta, que carecen del músculo fiscal de la Unión Europea o de EE UU, el día a día es lo más parecido a nadar con las manos atadas. La caída de los ingresos, el aumento de los intereses y la necesidad de proporcionar redes básicas de seguridad frente a la emergencia han entrampado al Sur global en la mayor crisis de deuda desde los años ochenta. Este es tal vez el asunto que más nos debería preocupar ahora, porque determinará todos los demás. Un informe publicado este mes por el Grupo de la ONU para la Respuesta a la Crisis alerta sobre la situación de 52 países y 3.300 millones de personas, atrapados en el “fracaso sistémico” del modelo financiero global.
Aunque la estrategia contra el calentamiento climático tuviese un éxito inesperado, la inercia de los hechos va a disparar los niveles de vulnerabilidad y las necesidades financieras del Sur Global
El peor escenario podría ser evitado, dicen los expertos de Naciones Unidas, con una combinación de medidas que incluye la condonación parcial de la deuda, la revisión de los tipos y la inyección de fondos no concesionales. Pero algunos de los motivos de preocupación son estructurales. Y esta es la segunda conclusión que ofrece nuestro análisis. Aunque la estrategia contra el calentamiento climático tuviese un éxito inesperado, la inercia de los hechos va a disparar los niveles de vulnerabilidad y las necesidades financieras del Sur global. En materia de seguridad alimentaria, por ejemplo, transitamos de la era de la inequidad a la de la inequidad con escasez, derivada de factores productivos y demográficos difíciles de revertir en el corto plazo.
Tampoco sugiere nada bueno el escenario geopolítico mundial, con un poder creciente de las autocracias y las democracias liberales, una intensificación de los escenarios de conflictos militares y comerciales, y un debilitamiento de los espacios multilaterales de negociación. La gravedad de esta tendencia en el medio plazo no se deriva solo del expansionismo chino, el autoritarismo indio o la implosión sudafricana, sino de la probabilidad de que Estados Unidos y la Unión Europea se deslicen hacia el nacionalpopulismo en cualquiera de sus formas. Si algo hemos aprendido de la gestión que los países europeos están haciendo de sus fronteras exteriores es que no hace falta tener a los fascistas en el Gobierno para comportarse como uno de ellos.
Conviene aceptar que vivimos en un mundo diferente. El incremento galopante del gasto militar de las grandes potencias competirá directamente, y en el largo plazo, con los recursos para la financiación del desarrollo. Alemania, el segundo donante de la OCDE en volumen (31.000 millones de euros en 2022), ha anunciado de manera simultánea un ajuste presupuestario y un aumento de los gastos en defensa hasta el 2% de su PIB. Nada bueno puede salir de ahí para los presupuestos de la ayuda.
Pero tan inútil es pensar que todo es una maravilla como meter la cabeza en un agujero por la que se nos viene encima. Como le he escuchado repetir a Kevin Watkins, una de las cabezas más lúcidas en el debate sobre el desarrollo, “la clave está en dónde lo podemos hacer mejor”. Tenemos, al fin y al cabo, herramientas e información más sofisticadas que nunca para tomar las decisiones adecuadas. También la experiencia de una pandemia superada a base de coaliciones improbables, ciencia y medidas fiscales que hasta entonces parecían una utopía.
Y esa es la tercera conclusión de nuestra serie: incluso en medio de este barullo, los miembros de la comunidad internacional tienen la capacidad de llegar a acuerdos esenciales cuando consideran que sus intereses están amenazados. Este es el tipo de pragmatismo que va a ser puesto a prueba en asuntos como la continuidad de las exportaciones de grano ucraniano (¡otra vez amenazadas!), la aprobación de un tratado internacional para la prevención de nuevas pandemias o el éxito de la próxima cumbre contra el cambio climático.
Dentro de pocas semanas tendremos oportunidad de comprobar la magnitud del desafío al que hace frente el desarrollo, durante la cumbre para la revisión a medio plazo de la Agenda 2030. Conviene tener algo muy presente: la mayor amenaza para los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y lo que estos representan no viene de los ataques infantiles de la ultraderecha, sino del abandono de quienes supuestamente la defienden.
Consulte aquí todos los análisis de la serie
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