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“La ayuda al desarrollo tradicional puede ser muy paternalista: se basa en la idea de que la gente o es ignorante, o es vaga”

El exministro británico Rory Stewart, presidente de la organización Givedirectly, reniega de la cooperación internacional tras décadas en el sector y defiende las donaciones en metálico y sin condiciones a los países empobrecidos

Rory Stewart
Rory Stewart, durante su etapa como secretario de Estado de Cooperación Internacional, a su salida de la reunión del Gobierno, en Londres en septiembre de 2019.ANDY RAIN
Ana Carbajosa

Rory Stewart (50 años, Hong Kong) lo ha sido casi todo en la política y la diplomacia británica. Ha sido incluso candidato conservador a primer ministro y ha estado al frente del ministerio de Desarrollo Internacional, un campo que conoce bien después de décadas pateando el terreno y observando de cerca el impacto de las políticas de desarrollo diseñadas desde Occidente.

Lo que ha visto durante todos estos años no le convence y, por eso, ahora dedica su tiempo a otro tipo de ayuda. Preside Givedirectly, una organización que entrega dinero en metálico sin condiciones previas ni programas de desarrollo por medio. Desde 2009, la entidad ha conquistado los bolsillos de multimillonarios globales como MacKenzie Scott, Jack Dorsey o Elon Musk, que han entregado más de 600 millones de euros, sobre todo en África.

La idea es sencilla, pero plantea reflexiones profundas e incluso revolucionarias sobre el futuro de la ayuda al desarrollo en un momento muy sensible para el sector. Mientras desde parte de la derecha política se cuestiona la necesidad de implicarse más allá de las fronteras nacionales, desde la izquierda las voces que exigen la descolonización de la ayuda exterior y los programas de desarrollo diseñados y ejecutados por expertos occidentales se escuchan con creciente fuerza.

Stewart cree que son los receptores de la ayuda y no los donantes los que tienen que decidir cuáles son sus prioridades. Cree además que explicarle al mundo en desarrollo qué necesita encierra una cierta arrogancia, además de ser poco eficiente. La eficiencia de su organización ha quedado, sin embargo, recientemente en entredicho tras detectarse un fraude de cientos de miles de euros en República Democrática de Congo. Además, sus críticos le recuerdan que las donaciones individuales en metálico tienen un límite, que no sirven para financiar infraestructuras o programas de salud.

Pregunta. Usted sostiene que entregar dinero en metálico es más efectivo que los programas de ayuda al desarrollo. ¿Por qué?

Respuesta. Porque ha habido dos grandes revoluciones en el mundo del desarrollo. Una es que ya no hay que pasar por un Gobierno o por intermediarios para donar, basta con un Nokia de siete euros. La gente ya puede pagar directamente con sus móviles. La segunda es la aplicación de métodos de ensayos clínicos, con grupos de control, para evaluar la eficiencia del reparto de dinero. Tenemos más de 300 estudios que nos dicen que el dinero en metálico es más útil a la hora de montar negocios que los programas de empleo o capacitación.

Ya no hay que pasar por un Gobierno o por intermediarios para donar, basta con un Nokia de siete euros

P. Defiende también que la gente sabe lo que necesita, que no tiene que venir un cooperante de Europa a explicárselo.

R. A la gente no hay que capacitarla. Saben pescar, no necesita que les enseñes. Igual es que ni siquiera quieren pescar, prefieren abrir un taller de costura. Lo que nos enseñan los resultados de las investigaciones es que el dinero permite dar respuesta a necesidades concretas. Cada persona tiene necesidades distintas. Una persona compra una vaca y otra arregla su tejado.

P. Si es tan sencillo, ¿por qué no se hace más?

R. Porque hay una barrera psicológica entre los donantes y porque supone una amenaza para las agencias de desarrollo y para muchos puestos de trabajo.

P. En la República Democrática del Congo (DRC), la eficiencia de su organización ha quedado en entredicho. Se ha destapado un agujero de 830.000 euros, robados por personal local de su equipo.

R. En la República Democrática del Congo, nuestros empleados conspiraron para robar el dinero. Se llevaron el equivalente al 0,6% de todo nuestro presupuesto anual. Ha sido una pérdida considerable, pero fue la consecuencia de una situación excepcional. En DRC permitimos a nuestros empleados registrar las tarjetas SIM porque consideramos que era demasiado peligroso para los residentes viajar a registrarlas. Ese problema está solucionado, pero es un recordatorio de la vulnerabilidad de las transacciones. Aun así, creemos que son más seguras que otras formas de ayuda porque es más fácil seguirle el rastro al dinero. Mucho más por ejemplo que los programas de empleo, de construcción o de reparto de comida.

A la gente no hay que capacitarla. Saben pescar, no necesita que les enseñes. Igual es que ni siquiera quieren pescar, prefieren abrir un taller de costura

P. ¿Qué pasa con las infraestructuras? Los particulares no pueden construir carreteras, hospitales, programas de vacunación…

R. Muchos de los programas de ayuda tradicionales, que hacen especial hincapié en el desarrollo de capacidades, deberían reducirse considerablemente. Muchos programas pueden ser reemplazados por dinero en metálico, porque además es más barato. Cuando la gente repara su cuarto de baño lo va a hacer con un coste mucho menor que si viene alguien de fuera a hacerlo.

P. ¿La cooperación internacional y la ayuda humanitaria tal y como las conocemos están condenadas a desaparecer?

R. Vivimos en una época en la que trabajamos por descolonizar la ayuda. Somos muy conscientes de que la ayuda al desarrollo tradicional puede ser muy paternalista, porque básicamente se basa en la idea de que la gente o es ignorante, o es vaga a o les falta formación. Es decir, que están como están por su culpa. Lo sé bien porque yo he sido parte de esto durante 30 años. A menudo son jóvenes extranjeros que se cruzan el mundo y le enseñan a la gente lo que tienen que hacer. En los últimos años se ha gastado mucho dinero en encuestas para escuchar más a las poblaciones, pero eso tampoco es suficiente. No basta escuchar, escribir y luego decirles lo que tienen que hacer. Nosotros decimos: nos fiamos, tú conoces mejor que yo cuáles son tus necesidades. Si un ciclón ha destrozado tu casa, no quieres que venga alguien con unas zapatillas viejas o una camiseta de fútbol que ya no le sirve a un niño de otro país. Quieres dinero.

P. Sea dinero o sean programas de ayuda, ¿no dejan de ser tiritas?. Usted ha pasado muchos años en la política y sabe que el problema es sistémico.

R. Pero es que yo como político me di cuenta de que conseguíamos muy poco, incluso al frente del programa de desarrollo del Reino Unido. Manejaba un presupuesto de miles de millones de euros, pero al final, estás atrapado en una dinámica de políticas de países donantes y receptores y es realmente difícil acceder a la gente pobre de verdad. Al final, el 10% más pobre se queda atrás. Es increíble ver cómo el número de personas que sufre pobreza extrema ha aumentado.

P. ¿Cómo es posible que la política tampoco baste?

R. Nuestra política está paralizada por la polarización, la posverdad, la burocracia, las redes sociales y los partidos políticos. Como político, me he sentido muy impotente. Si pienso en cómo puedo contribuir más con mi vida es con lo que hago ahora. La izquierda y la derecha han perdido la confianza en la ayuda al desarrollo. La izquierda se siente culpable y avergonzada y la derecha piensa que tiene suficientes problemas en casa y que no es asunto suyo. Hemos entrado en una fase de ensimismamiento.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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